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La constitución romana


Así, pues, estas tres clases de gobierno que he citado [i.e., monarquía, aristocracia y democracia] dominaban la constitución y las tres estaban ordenadas, se administraban y repartían tan equitativamente, con tanto acierto, que nunca nadie, ni tan siquiera los nativos, hubieran podido afirmar con seguridad si el régimen era totalmente aristocrático, o democrático, o monárquico. Cosa muy natural, pues si nos fijáramos en la potestad de los cónsules, nos parecería una constitución perfectamente monárquica y real, si atendiéramos a la del senado, aristocrática, y si consideráramos el poder del pueblo, nos daría la impresión de encontrarnos, sin ambages, ante una democracia. Los tipos de competencia que cada parte entonces obtuvo y que, con leves modificaciones, posee todavía en la constitución romana se exponen a continuación.

Los cónsules, mientras están en Roma y no salen de campaña con las legiones, tienen competencia sobre todos los negocios públicos. Los magistrados restantes les están subordinados y les obedecen, a excepción de los tribunos; también corresponde a los cónsules presentar las embajadas al senado. Además de lo dicho, deliberan, asimismo, sobre asuntos urgentes, en caso de presentarse, y son ellos los que ejecutan íntegramente los decretos.

Igualmente, las cuestiones concernientes a tareas del estado que hayan de ser tratadas por el pueblo, corresponde a los cónsules atenderlas, convocar cada vez la asamblea, presentar las proposiciones y ejecutar los decretos votados por la mayoría. Su potestad es casi absoluta en lo que concierne a preparativos bélicos y a la dirección de las campañas: pueden impartir las órdenes que quieran a las tropas aliadas, nombrar los tribunos militares, alistar soldados y escoger a los más aptos. Además, en campaña, tienen la potestad de infligir cualquier castigo a sus subordinados. Disponen a su arbitrio de los fondos públicos: les acompaña siempre un cuestor, presto a cumplir las órdenes recibidas. Si se considerara sólo este aspecto, no sería inverosímil decir que esta constitución es simplemente monárquica o real. Y si alguno de los puntos concretados o que se concretan a continuación se modifica ahora o dentro de algún tiempo, esto no podrá ser tenido como argumento contra esta exposición mía actual.

La atribución principal del senado es el control del erario público, porque ejerce potestad sobre todos los ingresos y sobre la mayor parte de los gastos. Aparte de lo que abonan a los cónsules, los cuestores no pueden disponer de fondos públicos sin autorización del senado. Este dispone también el dispendio mayor, el más costoso, que ordenan cada cinco años los censores para restaurar y reparar los edificios públicos; los censores deben recabar la autorización del senado. De modo semejante, caen bajo la jurisdicción del senado los delitos cometidos en Italia que exigen una investigación pública, como son traiciones, perjurios, envenenamientos, asesinatos. También en Italia, si la conducta de un individuo o de una ciudad reclama un arbitraje, un informe pericial, una ayuda o una guarnición, de todo esto cuida el senado. Es incumbencia de éste enviar embajadas a países no italianos, cuando se necesita ya sea para lograr una reconciliación, para hacer alguna demanda o, ¡por Zeus!, para intimar una orden, para recibir la rendición de alguien o para declarar la guerra. Cuando llegan embajadores a Roma, el senado decide lo que debe contestárseles y el comportamiento que debe seguirse con cada uno (...)

Al pueblo no le falta su parcela, que es precisamente la más pesada. En la constitución romana el pueblo, y sólo el pueblo, es el árbitro que concede honores o inflige castigos, el único puntal de dinastías y constituciones y, en una palabra, de toda la vida humana. En las naciones en las que estos valores no se diferencian o, aunque sean conocidos, no se aplican cabalmente, es imposible que haya algo administrado con rectitud: ¿sería lógico que lo fuera, si buenos y malos gozan de la misma estimación? Con frecuencia el pueblo juzga las multas que se deben imponer para resarcirse de los daños sufridos, lo cual ocurre principalmente cuando la multa es importante y los reos han detentado altos cargos; el pueblo es el único que puede condenar a muerte. En tales ocasiones rige entre ellos una ley consuetudinaria muy digna de elogio y de recuerdo: cuando alguien es juzgado y condenado a muerte, la costumbre le permite exiliarse a la vista de todo el mundo e irse a un destierro voluntario, a condición de que, de las tribus que emiten el veredicto, una se abstenga y no vote; los exiliados gozan de seguridad en Nápoles, en Preneste, en Tíbur y en otras ciudades confederadas. Además, el pueblo es quien confiere las magistraturas a aquellos que las merecen: es la más hermosa recompensa de la virtud en un estado. El pueblo es soberano cuando se trata de votar las leyes; su máxima atribución es deliberar sobre la paz y la guerra, y también sobre las alianzas, tratados de paz y pactos; es el pueblo quien lo ratifica todo, o lo contrario. De manera que no es un error decir que el pueblo goza de grandes atribuciones en la constitución romana y que ésta es democrática (...)

Este es el poder de cada uno de los elementos del sistema en lo que se refiere a favorecerse o a perjudicarse mutuamente. En cualquier situación esta estructura se mantiene debidamente equilibrada, tanto, que resulta imposible encontrar una constitución superior a ésta. Siempre que una amenaza exterior común obliga a estos tres estamentos a ponerse de acuerdo, la fuerza de esta constitución es tan imponente, surte tales efectos que no solamente no se retrasa nada de lo imprescindible, sino que todo el mundo delibera sobre el aprieto y lo que se decide se realiza al instante, porque los ciudadanos, sin excepción, en público y en privado, ayudan al cumplimiento de los decretos promulgados. De ahí que llegue a ser increíble la fuerza de esta constitución para llevar siempre a buen término lo que se haya acordado. Sin embargo, cuando los romanos se ven libres de amenazas exteriores y viven en el placer de la abundancia conseguida por sus victorias, disfrutando de gran felicidad, y, vencidos por la adulación y la molicie, se tornan insolentes y soberbios, cosa que suele ocurrir, es cuando se comprende mejor la ayuda que por sí misma les presta su constitución. En efecto, cuando una parte empieza a engreírse, a promover altercados y se arroga un poder superior al que le corresponde, es notorio que, al no ser los tres brazos independientes, como ya se ha explicado, ninguno de ellos llega a vanagloriarse demasiado y no desdeña a los restantes. De modo que todo queda en su lugar, unas cosas, refrenadas en su ímpetu, y las restantes, porque desde el comienzo temen la interferencia de otras próximas.


Polibio, Historias, VI 11-18, traducción de Manuel Balasch, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1981.
Vistas: 268 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2014-01-18 | Comentarios (0)


Asesinato de César






En el momento en que tomaba asiento, los conjurados le rodearon so pretexto de presentarle sus respetos, y en el acto Tilio Cimbro, que había asumido el papel principal, se acercó más, como para hacerle una petición, y, al rechazarle César y aplazarlo con un gesto para otra ocasión, le cogió de la toga por ambos hombros; luego, mientras César gritaba «¡Esto es una verdadera violencia!», uno de los dos Cascas le hirió por la espalda, un poco más abajo de la garganta. César le cogió el brazo, atravesándoselo con su punzón, e intentó lanzarse fuera, pero una nueva herida le detuvo. Dándose cuenta entonces de que se le atacaba por todas partes con los puñales desenvainados, se envolvió la cabeza en la toga, al tiempo que con la mano izquierda dejaba caer sus pliegues hasta los pies, para caer más decorosamente, con la parte inferior del cuerpo también cubierta. Así fue acribillado por veintitrés puñaladas, sin haber pronunciado ni una sola palabra, sino únicamente un gemido al primer golpe, aunque algunos han escrito que, al recibir el ataque de Marco Bruto, le dijo: «¿Tú también, hijo?». Mientras todos huían a la desbandada, quedó allí sin vida por algún tiempo, hasta que tres esclavos lo llevaron a su casa, colocado sobre una litera, con un brazo colgando. Según el dictamen del médico Antistio, no se encontró entre tantas heridas ninguna mortal, salvo la que había recibido en segundo lugar en el pecho. Los conjurados habían proyectado arrastrar el cuerpo del muerto hasta el Tíber, confiscar sus bienes y anular sus disposiciones, pero desistieron por miedo al cónsul Marco Antonio y al jefe de la caballería, Lépido.

A petición de su suegro Lucio Pisón, se abre y se lee en casa de Antonio el testamento que César había escrito en los pasados idus de septiembre en su quinta de Lávico y que había confiado a la vestal máxima. Quinto Tuberón dice que tuvo por costumbre, desde su primer consulado hasta el comienzo de la guerra civil, designar por heredero a Gneo Pompeyo, y que leyó un testamento redactado en estos términos ante la asamblea de sus soldados. Pero en su último testamento nombró tres herederos, los nietos de sus hermanas: Gayo Octavio, de las tres cuartas partes, y Lucio Pinario y Quinto Pedio, de la cuarta restante; al final del documento adoptaba incluso a Gayo Octavio dentro de su familia, dándole su nombre; nombraba a muchos de sus asesinos entre los tutores del hijo que pudiera nacerle, e incluso a Décimo Bruto entre sus segundos herederos. Legó, por último, al pueblo sus jardines cercanos al Tíber, para uso de la colectividad, y trescientos sestercios por cabeza.

Anunciada la fecha de los funerales, se levantó la pira en el Campo de Marte, junto a la tumba de Julia, y se edificó ante la tribuna de las arengas una capilla dorada, según el modelo del templo de Venus Genetrix; dentro de ella se instaló un lecho de marfil, guarnecido de oro y púrpura, y en su cabecera un trofeo con las vestiduras que llevaba cuando fue asesinado. Como no parecía que el día pudiera dar abasto a las personas que traían ofrendas, se ordenó que cada uno, sin observar ningún orden, las llevara al Campo de Marte, por las calles de la ciudad que quisiera. En el transcurso de los juegos fúnebres se cantaron algunos versos a propósito para inspirar la lástima y el rencor por su asesinato, tomados, como el siguiente, del Juicio de las armas de Pacuvio, «¿Acaso los salvé para que se convirtieran en mis asesinos?», y de la Electra de Atilio, de significado parecido. En lugar del elogio fúnebre, el cónsul Antonio hizo leer por un heraldo el decreto del Senado por el que éste había otorgado a César todos los honores divinos y humanos a la vez, así como el juramento por el que todos sin excepción se habían comprometido a proteger su vida; a esto añadió por su parte muy pocas palabras. El lecho fúnebre fue llevado al Foro ante la tribuna de las arengas por magistrados en ejercicio y exmagistrados; y mientras unos proponían quemarlo en el santuario de Júpiter Capitolino y otros en la curia de Pompeyo, de repente dos individuos ceñidos con espada y blandiendo dos venablos cada uno le prendieron fuego por debajo con antorchas de cera ardiendo, y al punto la muchedumbre de los circunstantes amontonó sobre él ramas secas, los estrados de los jueces con sus asientos y todo lo que por allí había para ofrenda. Luego, los tañedores de flauta y los actores se despojaron de las vestiduras que se habían puesto para la ocasión sacándolas del equipo de sus triunfos y, tras hacerlas pedazos, las arrojaron a las llamas; los legionarios veteranos lanzaron también sus armas, con las que se habían adornado para celebrar los funerales; e incluso muchas matronas las joyas que llevaban, y las bulas y las pretextas de sus hijos. En medio de estas muestras de duelo por parte del pueblo, una multitud de extranjeros, concentrándose en grupos, manifestó también su dolor, cada uno según sus costumbres, particularmente los judíos, que se congregaron incluso junto a la pira varias noches seguidas.

Nada más terminar los funerales, la plebe se dirigió con antorchas hacia las casas de Bruto y de Casio y, luego que fue a duras penas rechazada, se encontró por el camino a Helvio Cinna y lo asesinó, por un error de nombre, creyendo que se trataba de Cornelio, a quien buscaba por haber pronunciado la víspera una violenta arenga contra César; luego paseó su cabeza clavada en una lanza. Más tarde, levantó en el Foro una columna maciza, de unos veinte pies, de mármol de Numidia y grabó en ella esta inscripción: «Al Padre de la Patria». Durante largo tiempo continuó ofreciendo sacrificios al pie de esta columna, formulando votos y dirimiendo algunas discusiones por el procedimiento de jurar en el nombre de César.


Suetonio, Vidas de los Doce Césares, I. El divino Julio
, I 82-85, traducción de Rosa María Agudo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1992.
Vistas: 266 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2014-01-15 | Comentarios (0)

Discurso de Juliano contra los cristianos


Está bien, me parece, exponer a todos los hombres las causas por las que me convencí de que la maquinación de los galileos es la invención de unos hombres compuesta por maldad. Aunque no contiene nada divino, al utilizar sin embargo a fondo la parte del alma amiga de los mitos, infantil e irracional, condujo a un relato monstruoso a la fe de la verdad (...)

Merece la pena recordar brevemente de dónde y de qué manera se originó nuestra idea de dios; después, comparar las opiniones de los griegos y de los hebreos sobre la divinidad y, tras ello, pasar revista a los que no son ni griegos ni judíos, sino que pertenecen a la secta de los galileos, por qué eligieron sus creencias en lugar de las nuestras y, después, por qué no permanecen en sus propias creencias siquiera, sino que, abandonándolas, siguieron su propio camino. Aunque no están de acuerdo con ninguna de las bellas e importantes creencias ni de nosotros, los griegos, ni de los hebreos de Moisés, sin embargo extraen las que son consideradas en estos pueblos calamidades, el ateísmo de la ligereza judía y una vida baja y negligente de nuestra indolencia y vulgaridad, y desean llamar a esto el más noble culto a la divinidad (...)

Moisés dice que el creador del universo eligió al pueblo hebreo, y a él sólo hace caso y en él piensa y de él sólo tiene cuidado. De los demás pueblos, de qué manera o por qué dioses son regidos, no hace la más mínima mención (...) Sólo mostraré que él es el dios de Israel sólo y de Judea, y que los hebreos son su pueblo elegido lo afirma el propio Moisés y los profetas posteriores, y Jesús el Nazareno, y también el más extraordinario mago y embaucador que jamás haya existido en lugar alguno, Pablo (...), aunque lo de Pablo es digno de admiración. En efecto, según las circunstancias, cambió sus opiniones respecto a dios igual que los pólipos cambian de color según las rocas, unas veces manteniendo que sólo los judíos son el lote de dios, mientras que, por otro lado, intenta atraerse a los griegos a su partida diciendo: «No sólo es el dios de los judíos, sino también el de los gentiles, sí, también el de los gentiles». Es justo, pues, preguntar a Pablo, si dios no lo es sólo de los judíos sino también de los gentiles, ¿por qué envió a los judíos la gracia profética en abundancia, Moisés, la unción y los profetas, y la ley y las paradojas y portentos de sus mitos? Pues puedes oírles gritar: «El hombre comió pan de los ángeles». Y finalmente también les envió a Jesús; en cambio a nosotros ni profetas, ni unción, ni maestro, ni heraldo que anunciase su amor a la humanidad que algún día, sin duda, también recaería sobre nosotros. En cambio, despreció durante miríadas, o si preferís miles de años, mientras rendían culto en tal ignorancia a los ídolos, como los llamáis, a los hombres que habitan desde la salida a la puesta del sol y desde la Osa hasta mediodía, excepto una pequeña tribu que hace menos de dos mil años se estableció en una parte de Palestina. Pero si es el dios de todos nosotros y, asimismo, el creador de todo, ¿por qué nos despreció? Conviene, pues, creer que el dios de los hebreos no es el creador de todo el universo y que no ejerce su autoridad sobre todas las cosas, sino que más bien hay que creer, como dije, que está restringido y tiene un imperio limitado junto con los demás dioses (...)

Ahora observad nuestras creencias comparadas con éstas. Los nuestros afirman que el creador es el padre y el rey común de todo, y que lo demás ha sido repartido por él a los dioses nacionales de los pueblos y protectores de las ciudades, cada uno de los cuales gobierna su propio lote de acuerdo con su propia naturaleza. Puesto que en el padre todo es perfecto y todo es uno, mientras que en los dioses parciales domina una fuerza u otra. Ares gobierna a los pueblos belicosos, Atenea los belicosos con inteligencia, Hermes los que son más inteligentes que osados, y de acuerdo con la esencia propia de los dioses propios se rigen los pueblos gobernados por ellos (...) Dígaseme, pues, cuál es la causa de que los celtas y los germanos sean valerosos, los griegos y los romanos en general políticos y humanitarios y, al mismo tiempo, firmes y belicosos, los egipcios más inteligentes e ingeniosos, inhábiles para la guerra y afeminados los sirios y, al mismo tiempo, inteligentes, exaltados, vanos y buenos para aprender (...) Así pues, si estas diferencias se han hecho cada vez más grandes y más importantes sin intervención de una providencia mayor y más divina, ¿para qué vamos a esforzarnos inútilmente y a rendir culto a quien no vela en absoluto por nosotros? En efecto, él no se ocupa ni de nuestras vidas, ni de nuestros caracteres ni de nuestras costumbres, ni de nuestro buen gobierno ni de nuestras instituciones políticas, ¿y todavía conviene que reciba honores de nuestra parte? En absoluto. Ya veis a qué absurdo tan grande llega vuestra doctrina. Pues de los bienes que se contemplan en la vida humana, son los primeros los relativos al alma y siguen después los relativos al cuerpo. Si despreció nuestros bienes del alma, y tampoco se preocupó de nuestras condiciones naturales, ni nos envió maestros o legisladores igual que a los hebreos como Moisés y los profetas posteriores a él, ¿de qué tenemos que estarle agradecidos?

Pero ved si dios no nos ha dado quizá también a nosotros dioses que vosotros desconocéis y buenos jefes en nada inferiores al que es honrado desde el principio por los hebreos de Judea, el único país sobre el que escogió velar, según dijo Moisés y sus seguidores hasta nuestros días. Si el honrado por los hebreos fuese el creador inmediato del universo, nosotros pensaríamos de él todavía mejor, pues nos ha dado bienes mayores respecto al alma y a lo exterior, sobre los cuales hablaremos un poco más adelante, y nos envió también a nosotros legisladores nada inferiores a Moisés, si es que no fueron la mayoría muy superiores (...) Que no sólo de los hebreos se preocupó dios, sino que, cuidándose de todos los pueblos, no otorgó en cambio a aquéllos nada importante ni grande, mientras que a nosotros nos concedió cosas mucho mejores y superiores, observadlo a partir de lo siguiente. También los egipcios pueden decir, contando entre ellos nombres de no pocos sabios, que tienen muchos sucesores de Hermes, me refiero a Hermes el tercero que visitó Egipto, y los caldeos y los asirios de Oanes y Belo, y los griegos de innumerables sucesores de Quirón, pues a partir de él todos los griegos nacieron con aptitudes naturales para los misterios y la teología, en tanto que los hebreos parecen venerar sólo lo suyo propio (...) Pero, ¿os ha concedido el principio de alguna ciencia o algún saber filosófico? ¿De qué tipo? Pues la teoría de los cuerpos celestes ha sido completada entre los griegos, tras haberse realizado las primeras observaciones entre los bárbaros de Babilonia. La referente a la geometría tuvo su origen a partir de la medida de la tierra en Egipto y ha crecido hasta su actual magnitud. Lo referente a los números empezó con los comerciantes fenicios hasta que adquirió el aspecto de una ciencia entre los griegos. Estas tres ciencias los griegos las reunieron, incluyendo la música, en una sola, al integrar la astronomía con la geometría y al adaptar a ambas la aritmética comprendiendo lo armonioso de ellas (...) ¿Acaso necesito citar sus nombres uno a uno o disciplina a disciplina? ¿Citar a hombres como Platón, Sócrates, Arístides, Cimón, Tales, Licurgo, Agesilao, Arquidamo, o más bien la estirpe de filósofos, de generales, de artesanos, de legisladores? Porque se encontraría que nuestros generales más malvados y perversos se comportaron con más moderación hacia los que les habían infligido mayores males que Moisés hacia los que en nada les habían ofendido (...) ¿Qué es mejor, ser libres continuamente y gobernar la mayor parte de la tierra y del mar durante dos mil años completos, o ser esclavo y vivir a las órdenes ajenas? Nadie es tan desvergonzado que prefiera lo segundo. Pero, ¿pensará alguien que vencer en la guerra es peor que ser vencido? ¿Quién es tan estúpido? si esto que decimos es cierto mostradme un solo general como Alejandro, uno solo como César, entre los hebreos. No existe entre vosotros. Sin embargo, por los dioses, sé muy bien que insulto a esos hombres, pero los recordé porque eran famosos. En efecto, los que son inferiores a ellos son desconocidos por la mayoría, pero cada uno de ellos, sin embargo, es más admirable que todos los nacidos entre los hebreos.

Pero la constitución de la ciudad, el tipo de tribunales, la administración de las ciudades y la belleza de las leyes, el progreso en los estudios y el cultivo de las artes liberales, ¿no son entre los hebreos penosos y bárbaros? (...) ¿Qué clase de medicina se mostró entre los hebreos como entre los griegos la de Hipócrates y algunas otras escuelas tras aquél? ¿El sapientísimo Salomón es comparable a Focílides, Teognis o Isócrates entre los griegos? ¿De dónde? Pues si comparases las exhortaciones de Isócrates a los proverbios de aquél encontrarías, lo sé muy bien, que el hijo de Teodoro es superior al sapientísimo rey.


Juliano el Emperador, Contra los galileos, 39 A-224 D (selección), traducción de José García Blanco y Pilar Jiménez Gazapo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1981.
Vistas: 241 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2014-01-10 | Comentarios (0)

La Guerra del Peloponeso: «Diálogo de los Melios»






Atenienses: «(...) Se trata más bien de alcanzar lo posible de acuerdo con lo que unos y otros verdaderamente sentimos, porque vosotros habéis aprendido, igual que lo sabemos nosotros, que en las cuestiones humanas las razones de derecho intervienen cuando se parte de una igualdad de fuerzas, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan».

Melios: «Según nuestra manera de ver las cosas al menos lo útil (es necesario, en efecto, moverse en esos términos, puesto que vosotros habéis establecido que se hable de lo conveniente dejando aparte de este modo las razones de derecho), lo útil, decimos, exige que nosotros no acabemos con lo que es un bien común, sino que aquel que en cualquier ocasión se encuentre en peligro pueda contar con la asistencia de unos razonables derechos y obtenga provecho de ellos si con sus argumentos logra un cierto convencimiento de su auditorio, aunque sea dentro de unos límites estrictos. Y esto no es menos ventajoso para vosotros, tanto más cuanto que en vuestra caída constituiríais un ejemplo para los demás por la magnitud de las represalias».
Atenienses: «(...) Ahora lo que queremos demostraros es que estamos aquí para provecho de nuestro imperio y que os haremos unas propuestas con vistas a la salvación de vuestra ciudad, porque queremos dominaros sin problemas y conseguir que vuestra salvación sea de utilidad para ambas partes».

Melios: «¿Y cómo puede resultar útil para nosotros convertirnos en esclavos, del mismo modo que para vosotros lo es ejercer el dominio?».

Atenienses: «Porque vosotros, en vez de sufrir los males más terribles, seríais súbditos nuestros y nosotros, al no destruiros, saldríamos ganando».

Melios: «¿De modo que no aceptaríais que, permaneciendo neutrales, fuéramos amigos en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los dos bandos?».

Atenienses: «No, porque vuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad, que para los pueblos que están bajo nuestro dominio sería una prueba manifiesta de debilidad, mientras que vuestro odio se interpretaría como una prueba de nuestra fuerza».

Melios: «¿Tal es la idea que vuestros súbditos se forman de lo razonable, que ponen en un mismo plano a los pueblos que no tienen ningún lazo con vosotros y a todos aquellos que en su mayoría son colonos vuestros y de los que algunos han sido reducidos tras una sublevación?».

Atenienses: «Es que piensan que ni a los unos ni a los otros les faltan razones de derecho; pero que unos se mantienen libres gracias a su fuerza y que nosotros no vamos contra ellos por miedo. Así que, amén de acrecentar nuestro imperio, por el hecho de ser conquistados nos proporcionaríais seguridad, especialmente en vista de que vosotros, siendo isleños, y más débiles que otros, no habríais logrado manteneros libres frente a los señores del mar».

Melios: «¿Y no apreciáis seguridad en aquello que os propusimos? (...) Vamos a ver, todos aquellos pueblos que actualmente no son aliados de ninguno de los dos bandos, ¿cómo no los convertiréis en enemigos cuando dirijan su mirada a lo que está pasando y se pongan a pensar que un día también marcharéis contra ellos? ¿Y con ese comportamiento, qué otra cosa haréis sino reforzar a vuestros enemigos actuales e incitar a convertirse en enemigos bien a su pesar a los que ni siquiera tenían intención de serlo?»

Atenienses: «No lo vemos así, puesto que no consideramos más peligrosos para nosotros a todos esos pueblos de cualquier parte del continente que, por la libertad de que gozan, se tomarán mucho tiempo antes de ponerse guardia contra nosotros, sino a los isleños que en cualquier parte no se someten a nuestro imperio, como es vuestro caso, y a los que ahora mismo ya están exasperados por el peso ineludible de este imperio. Esos son, en efecto, los que, dejándose arrastrar por la irracionalidad, podrían ponerse a sí mismos, y a nosotros con ellos, en un peligro manifiesto».

Melios: «Pues, si vosotros corréis un tan gran peligro para no ser desposeídos de vuestro imperio, y también lo afrontan aquellos que ya son esclavos a fin de liberarse, para nosotros que todavía somos libres sería ciertamente una gran vileza y cobardía no recurrir a cualquier medio antes que soportar la esclavitud».

Atenienses: «No, si deliberáis con prudencia; pues no es éste para vosotros un certamen de hombría en igualdad de condiciones, para evitar el deshonor; se trata más bien de una deliberación respecto a vuestra salvación, a fin de que no os resistáis a quienes son mucho más fuertes que vosotros» (...)

Melios: «También nosotros, ,sabedlo bien, consideramos difícil luchar contra vuestro poderío y contra la fortuna, si ésta no ha de repartirse por igual. No obstante, en lo tocante a la fortuna, confiamos en que no seremos peor tratados por la divinidad, pues somos hombres piadosos que nos enfrentamos a un enemigo injusto, y, en lo concierne a la inferioridad de nuestras fuerzas, contamos con que estará a nuestro lado la alianza de los lacedemonios, que se verá obligada a acudir en nuestra ayuda, si no por otra razón, a causa de la afinidad de raza y por el sentimiento del honor. En modo alguno es, pues, nuestra confianza tan irracional como afirmáis» (...)

Atenienses: «(...) Estamos observando que, a pesar de haber afirmado que íbais a deliberar sobre vuestra salvación, en todo este largo debate no habéis dado ni una sola razón con la que los hombres puedan contar para creer que van a salvarse; por el contrario, vuestros fuertes apoyos están en las esperanzas y en el futuro, y los recursos a vuestra disposición son muy escasos para que podáis sobrevivir frente a las fuerzas que ya están alineadas contra vosotros. Evidenciaréis, pues, la enorme irracionalidad de vuestra actitud, si, una vez que nos hayáis despedido, no tomáis una decisión que muestre una mayor sensatez que la de ahora. No vayáis a tomar la senda de aquel sentimiento del honor que, en situaciones de manifiesto peligro con el honor en juego, las más de las veces lleva a los hombres a la ruina. Porque a muchos que todavía preveían adónde iban a parar, el llamado sentido del honor, con la fuerza de su nombre seductor, les ha arrastrado consigo, de modo que, vencidos por esa palabra, han ido de hecho a precipitarse por voluntad propia en desgracias irremediables, y se han granjeado además un deshonor que, por ser consecuencia de la insensatez, es más vergonzoso que si fuera efecto de la suerte. De esto vosotros debéis guardaros si tomáis el buen camino. No consideréis indecoroso doblegaros ante la ciudad más poderosa cuando os hace la moderada propuesta de convertiros en aliados suyos, pagando el tributo pero conservando vuestras tierras, ni dejar de porfiar por tomar el peor partido cuando se os da la oportunidad de elegir entre la guerra y la seguridad. Porque aquellos que no ceden ante los iguales, que se comportan razonablemente con los más fuertes y que se muestran moderados con los más débiles son los que tienen mayores posibilidades de éxito. Reflexionad, pues, cuando nos hayamos retirado, y no dejéis de tener presente que estáis decidiendo sobre vuestra patria, y que de esta única decisión sobre esta única patria que tenéis, según sea acertada o no, dependerá que sea posible mantenerla en pie».

Entonces los atenienses se retiraron del debate; y los melios, tras estar deliberando entre ellos, como su decisión estaba en consonancia con su postura anterior y en desacuerdo con los atenienses, respondieron lo siguiente:

«Atenienses, ni nuestras opiniones son distintas a las que sosteníamos al principio, ni en un instante vamos a privar de su libertad a una ciudad que está habitada desde hace setecientos años, sino que, confiando en la fortuna otorgada por la divinidad que hasta ahora la ha mantenido a salvo y en la ayuda de los hombres, y en particular de los lacedemonios, intentaremos salvarla. Nuestra propuesta es ser amigos vuestros, sin enemistarnos con ninguno de los dos bloques, y que vosotros os retiréis de nuestra tierra después de concluir un tratado que resulte satisfactorio para ambas partes».

Esto es cuanto respondieron los melios; y los atenienses, dando ya por terminadas las negociaciones, hicieron la siguiente declaración: «Verdaderamente, a juzgar por estas decisiones, sois, a nuestro parecer, los únicos que tenéis por más cierto el futuro que los que estáis viendo y que, con los ojos del deseo, contempláis como si ya estuviera ocurriendo lo que todavía no se ve. En fin, cuanto mayor sea la confianza con que os abandonéis a los lacedemonios, a la fortuna y a las esperanzas, tanto mayor será vuestra caída» (...)

Los atenienses mataron a todos los melios adultos que apresaron y redujeron a la esclavitud a niños y mujeres. Y ellos mismos, con el posterior envío de quinientos colonos, poblaron el lugar.


Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, V 86-116, traducción de Juan José Torres, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1991.
Vistas: 245 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2014-01-06 | Comentarios (0)

Comparación entre Demóstenes y Cicerón

Vidas paralelas

Plutarco



1

Acerca de Demóstenes y Cicerón, lo que dejamos escrito es cuanto ha llegado a nuestro conocimiento que sea digno de memoria, y aunque no es nuestro ánimo entrar en la comparación de la facultad del decir del uno y del otro, nos parece no debe pasarse en silencio que Demóstenes, cuanto talento tuvo, recibido de la naturaleza y acrecentado con el ejercicio, todo lo empleó en la oratoria, llegando a exceder en energía y vehemencia a todos los que compitieron con él en la tribuna y en el foro; en gravedad y decoro, a los que cultivaron el género demostrativo, y en diligencia y arte, a todos los sofistas. Mas Cicerón, hombre muy instruido, y que a fuerza de estudio sobresalió en toda clase de estilos, no sólo nos ha dejado muchos tratados filosóficos al modo de la escuela académica, sino que aun en las oraciones escritas para las causas y las contiendas del foro se ve claro su deseo de ostentar erudición. Pueden también deducirse las costumbres de uno y otro de sus mismas oraciones, pues Demóstenes, aspirando a la vehemencia y a la gravedad, fuera de toda brillantez y lejos de chistes, no olía al aceite, como le motejó Piteas, sino que de lo que daba indicio era de beber mucha agua, de poner sumo trabajo y de austeridad y acrimonia en su conducta; y Cicerón, inclinado a ser gracioso y decidor hasta hacerse juglar, usando muchas veces de ironía en los negocios que pedían diligencia y estudio, y empleando en las causas los chistes, sin atender a otra cosa que a sacar partido de ellos, solía desentenderse del decoro: como en la defensa de Celio, en la que dijo: “no ser extraño que entre tanta opulencia y lujo se entregara a los placeres, porque no participar de lo que se tiene a la mano es una locura, especialmente cuando filósofos muy afamados ponen la felicidad en el placer”. Dícese que acusando Catón a Murena, le defendió Cicerón siendo cónsul, que por mortificar a Catón satirizó largamente la secta estoica, a causa de sus proposiciones sentenciosas, llamadas paradojas, causando esto gran risa en el auditorio y aun en los jueces, y que Catón, sonriéndose, dijo sin alterarse a los circunstantes: “¡Qué ridículo cónsul tenemos, ciudadanos!” Parece que Cicerón era naturalmente formado para las burlas y los chistes, y que su semblante mismo era festivo y risueño; mientras en el de Demóstenes estaba pintada siempre la severidad y la meditación, a las que, entregado una vez, no le fue ya dado mudar; por lo que sus enemigos, como dice él mismo, le llamaban molesto e intratable

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También se ve en sus escritos que el uno no tocaba en las alabanzas propias sino con tiento y sin fastidio, y sólo cuando podía convenir para otro fin importante, siendo fuera de este caso reservado y modesto; pero el desmedido amor propio de Cicerón de hablar siempre de sí mismo descubre una insaciable ansia de gloria, como cuando dijo: Cedan las armas a la docta toga, y el laurel triunfal a la elocuencia. Finalmente, no sólo celebra sus propios hechos, sino aun las oraciones que ha pronunciado o escrito, como si su objeto fuese competir juvenilmente con los oradores Isócrates y Anaxímenes, y no atraer y dirigir al pueblo romano: Grave y altivo poderoso en armas, y a sus contrarios iracundo y fiero. Es verdad que en los que han de gobernar se necesita la elocuencia; pero deleitarse en ella y saborear la gloria que procura no es de ánimos elevados y grandes. En esta parte se condujo con más decoro y dignidad Demóstenes, quien decía que su habilidad no era más que una práctica, pendiente aún de la benevolencia de los oyentes, y que tenía por iliberales y humildes, como lo son en efecto, a los que en ella se vanaglorian.

3

La habilidad para hablar en público e influir por este medio en el gobierno fue igual en ambos, hasta el extremo de acudir a valerse de ellos los que eran árbitros en las armas y en los ejércitos: como de Demóstenes, Cares, Diopites y Leóstenes, y de Cicerón, Pompeyo y César Octavio, como éste lo reconoció en sus comentarios a Agripa y Mecenas. Por lo que hace a lo que más descubre y saca a la luz la índole y las costumbres de cada uno, que es la autoridad y el marido, porque pone en movimiento todas las pasiones y da ocasión a que se manifiesten todos los vicios, a Demóstenes no le cupo nada de esto, ni tuvo en qué dar muestra de sí, no habiendo obtenido cargo ninguno de algún viso, pues ni siquiera fue uno de los caudillos del ejército que él mismo hizo levantar contra Filipo. Mas Cicerón fue de cuestor a la Sicilia y de procónsul a la Capadocia; y en un tiempo en que la codicia andaba desmandada y estaba admitido que los que iban de generales y caudillos, ya que el hurtar fuera mal visto, se ejercitasen en saquear, no vituperando por tanto al que tomasen, sino mereciendo gracias el que lo ejecutaba con moderación, dio ilustres pruebas de su desinterés y desprendimiento, y también de su mansedumbre y probidad. En Roma mismo, siendo cónsul en el nombre, pero ejerciendo en la realidad autoridad de emperador y dictador con motivo de la conjuración de Catilina, hizo verdadera la profecía de Platón de que tendrían las ciudades tregua en sus males cuando por una feliz casualidad un grande poder y una consumada prudencia concurriesen en uno con la justicia. La fama culpa a Demóstenes de haber hecho venal la elocuencia, escribiendo secretamente oraciones para Formión y Apoloro en negocio en que eran contrarios, y le desacredita por haber percibido dinero del rey y por haber sido condenado a causa de lo ocurrido con Hárpalo. Cuando quisiéramos decir que todo esto fue inventado por los que escribieron contra él, que no fueron pocos, todavía no tendríamos medio ninguno para hacer creer que no había visto con ojos codiciosos los presentes que por obsequio y honor le hacían los reyes, ni esto era tampoco de esperar de quien daba a logro sobre el comercio marítimo; pero en cuanto a Cicerón, ya tenemos dicho que, habiéndole hecho ofertas y ruegos para que recibiese presentes los sicilianos cuando fue edil, el rey de Capadocia cuando estuvo de procónsul y sus amigos al salir a su destierro, los resistió y repugnó en todas estas ocasiones.

4

De los destierros, el del uno fue ignominioso, teniendo que ausentarse por usurpación de caudales, y el del otro fue muy honroso, habiéndosele atraído por haber cortado los vuelos a hombres malvados, peste de su patria; así, del uno nadie hizo memoria después de su partida, y por el otro mudó el Senado de vestido, hizo duelo público y resolvió que no se diese cuenta de negocio ninguno hasta haberse decretado la vuelta de Cicerón. Mas, por otra parte, éste en el destierro nada hizo, pasándolo tranquilamente en Macedonia; pero para Demóstenes el destierro vino a hacerse una de las más ilustres épocas de su carrera política; porque trabajando en unión con los griegos, como hemos dicho, y haciendo despedir a los legados de los macedonios, recorrió las ciudades mostrándose en un infortunio igual mejor ciudadano que Temístocles y Alcibíades. Restituido que fue, volvió a su antiguo empeño, y perseveró haciendo la guerra a Antípatro y los macedonios. Mas a Cicerón le echó en cara Lelio en el Senado que, pretendiendo César se le permitiese contra ley pedir el consulado, cuando todavía no tenía

Últimamente, en cuanto a la muerte, bien era de compadecer un hombre anciano, llevado a causa de su cobardía de acá para allá por sus esclavos, a efecto de esconderse y huir de una muerte que por la naturaleza no podía menos de amenazarle de cerca, y muerto al cabo lastimosamente a manos de asesinos; pero en el otro, aunque se hubiese abatido un poco al ruego, siempre es laudable la prevención y conservación del veneno, y más laudable el uso; porque no prestándole asilo el dios, como quien se acoge a mejor ara, se sustrajo a sí mismo de las armas y las manos de los satélites, burlándose de la crueldad de Antípatro.
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Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal

7 de Junio de 1494




Don Fernando e doña Isabel, por la gracia de Dios rey e reina de Castilla, de León, de Aragón, de Cecilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, del Algarbe, de Algecira, de Gibraltar, de las islas de Canaria, conde e condesa de Barcelona, e señores de Vizcaya e de Molina, duques de Atenas e de Neopatria, condes de Rosellón e de Cerdenia, marqueses de Oristán e de Gociano, en uno con el príncipe don Juan, nuestro muy caro e muy amado hijo primogénito, heredero de los dichos nuestros reinos e señoríos. Por cuanto por don Henrique Henriquez, nuestro mayordomo mayor, e don Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de León, nuestro contador mayor, e el doctor Rodrigo Maldonado, todos del nuestro Consejo, fue tratado, asentado e capitulado por Nos, e en nuestro nombre, e por virtud de nuestro poder, con el serenísimo don Juan, por la gracia de Dios rey de Portugal, e de los Algarbes de allende e de aquende la mar en Africa, señor de Guinea, nuestro muy, caro e muy amado hermano, e con Ruy de Sosa, señor de Usagres e Berenguel, e don Juan de Sosa, su fijo, almotacén mayor del dicho serenisimo Rey, nuestro hermano, e Arias de Almadana, corregidor de los fechos ceviles de su corte e del su Desembargo, todos del Consejo del dicho serenísimo Rey, nuestro hermano, en su nombre, e por virtud de su poder sus embajadores que a Nos vinieron, sobre la diferencia que es entre Nos e el dicho serenísimo Rey, nuestro hermano, sobre lo que toca a la pesquería del mar que es del cabo de Bojador abajo fasta el Río de Oro, e sobre la diferencia que entre Nos y él es sobre los límites del reino de Fez, así de donde comienza el cabo del estrecho a la parte del levante, como donde fenesce y acaba a la otra parte de la costa hacia Meça; en la cual dicha capitulación los dichos nuestros procuradores, entre otras cosas, prometieron que dentro de cierto término, en ella contenido, Nos otorgaríamos, confirmaríamos, juraríamos, ratificaríamos e aprobaríamos la dicha capitulación por nuestras personas: e Nos, queriendo complir, e compliendo todo lo que así en nuestro nombre fue asentado e capitulado e otorgado cerca de lo susodicho, mandamos traer ante Nos la dicha escritura de la dicha capitulación e asiento para la ver e examinar, e el tenor della de verbo ad verbum es este que se sigue:

[Tratado]

En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre e Hijo e Espíritu Santo, tres personas en un solo Dios berdadero: Magnifiesto e notorio sea a todos cuantos este público instrumento vieren, cómo en la villa de Tordesillas, a siete días del mes de junio, año del nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mill cuatrocientos e noventa e cuatro años, en presencia de nos los secretarios e escribanos e notarios públicos de yuso escritos, estando presentes los honrados don Henrique Henríquez, mayordomo mayor de los muy altos e muy poderosos príncipes don Fernando e doña Isabel, por la gracia de Dios rey e reina de Castilla, de León, de Aragón, de Secilia, de Granada, etc., e don Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de León, contador mayor de los dichos señores Rey e Reina, e el doctor Rodrigo Maldonado, todos del Consejo de los dichos señores Rey e Reina de Castilla, de León, de Aragón, de Secilia e de Granada, etc., sus procuradores bastantes, de la una parte; e los honrados Ruy de Sosa, señor de Usagres e Berenguel, e don Juan de Sosa, su hijo, almotacén mayor del muy alto e muy excelente señor el señor don Juan, por la gracia de Dios rey de Portugal e de los Algarbes de aquende e allende el mar en África, e señor de Guinea, e Arias de Almadana, corregidor de los fechos ceviles en su corte e del su Desembargo, todos del Consejo de dicho señor Rey de Portugal e sus embajadores e procuradores bastantes, segund amas las dichas partes lo mostraron por las cartas de poderes e aprobaciones de los dichos señores sus constituyentes, de las cuales su tenor de verbo ad es este que se sigue:

[Aquí se insertan los poderes otorgados por los Reyes Católicos y Juan II a los representantes diplomáticos señalados. El primero en Tordesillas, 5 de junio de 1494, y el segundo en Lisboa, 8 de marzo de 1494.]

[Estipulaciones y cláusulas]

E luego los dichos procuradores de los dichos señores Rey e Reina de Castilla, de León, de Aragón, de Secilia e de Granada, etc., e del dicho señor Rey de Portugal e de los Algarbes, etc., dijeron: que por cuanto entre los dichos señores, sus constituyentes, hay e se espera haber diferencia sobre lo que toca a la pesquería del mar que es desde cabo de Bojador abajo fasta el Río del Oro, porque por parte de los dichos señores Rey y Reina de Castilla e de Aragón, etc., se dice que a sus Altezas e a sus súbditos e naturales de los dichos sus reinos de Castilla pertenesce la dicha pesquería, e no al dicho señor Rey de Portugal e de los Algarbes, etc., ni a sus súbditos e naturales del dicho su reino de Portugal; e por parte del dicho señor Rey de Portugal se dice, por el contrario, que la dicha pesquería desde dicho cabo de Bojador abajo fasta el dicho Río de Oro no pertenece a los dichos Rey e Reina de Castilla e de Aragón, ni a sus súbditos, sino a él e a sus súbditos e naturales del dicho su reino de Portugal: sobre lo cual fasta aquí ha habido la dicha diferencia, e de voluntad e mandamiento de los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., e del dicho señor Rey de Portugal, se dice que fué mandado e defendido cada uno a sus súbditos e naturales que ningunos dellos fuesen a pescar en las dichas mares e río desde el dicho cabo de Bojador abajo fasta el dicho Rio de Oro, fasta tanto que fuese visto e determinado por justicia a cuál de las dichas partes pertenesce lo susodicho; e asimismo porque entre los dichos señores sus constituyentes hay dubda e diferencia sobre los límites del reino de Fez así donde comienza del cabo del estrecho a la parte de Levante, como donde fenesce e acaba la otra parte de la costa hasta Meça; y porque si se hobiese de esperar a facer la determinación de todo lo suso dicho por justicia, como dicho es, requeriría largo tiempo para las probanzas e otras cosas que sobre ello se habrían de lacer, y esto podría traer algund inconveniente, así para la parte del dicho señor Rey de Portugal, porque a él sería necesario que en las dichas mares del dicho cabo de Bojador abajo, fasta el dicho Río de Oro, no fuesen a pescar navíos algunos que no sean de sus súbditos e naturales, por el daño que podían recebir sus navíos que van por la Mina e Guinea; como a la parte de los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, que para la conquista de allende les es necesario procurar de haber las villas de Melilla e Cazaza que se dubda si son del Reino de Fez o no: por ende, los dichos procuradores de ambas las dichas partes, por conservación del debdo e amor que en uno tienen los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., e el dicho señor Rey de Portugal, fueron convenidos e concordados:

Que de aquí adelante, durante el tiempo de tres años, no vayan a pescar navíos algunos de los reinos de Castilla, ni a facer otras cosas algunas, del dicho cabo de Bojador para abajo fasta el dicho Río del Oro, ni dende abajo; pero que puedan ir a saltear a los moros de la costa del dicho mar donde suelen e fasta aquí han ido algunos navíos de los súbditos de Sus Altezas a lo facer; e que en todos los otros mares que están desta parte del dicho Cabo de Bojador para arriba puedan ir e venir, e vayan e vengan, libre e segura e pacíficamente a pescar e a saltear en tierra de moros, e facer todas las cosas que bien les estoviere, los súbditos e vasallos de los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., e así mismo, los súbditos del dicho Rey de Portugal, segund e como e de la manera que hasta aquí lo ficieron los unos y los otros, sin embargo del vedamiento que se dice que agora está puesto por ambas las dichas partes en lo susodicho, e que por esto los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., puedan haber e ganar las villas de Metilla e Cazaza de los moros, e las puedan tener e tengan para sí e para sus reinos, según de yuso será contenido.

Otrosí, es concordado e asentado entre los dichos procuradores de los dichos señores, que la dicha limitación e señalamiento del dicho reino de Fez en la costa de la mar, se entiende en esta manera: en lo del cabo del Estrecho, a la parte del Levante, que el dicho reino de Fez comienza desde donde se acaba, el termino de Cazaza e sus, términos, [e no] se diga por parte del señor Rey de Portugal que son del dicho reino de Fez; los dichos sus embajadores e procuradores consintieron en su nombre que estas dichas villas e sus tierras queden a los dichos señores Rey e Reina de Castilla e Aragón, etc., e en su conquista.

E que en lo que toca al otro cabo del estrecho de la parte del Poniente, porque por agora no se sabe cierto por dónde parte la raya e límite del dicho reino de Fez, es concordado e asentado que desde hoy día de la fecha desta capitulación fasta tres años primeros siguientes, o en comedio dellos, los dichos señores Rey e Reina de Castilla e Aragón, etc., e el dicho señor Rey de Portugal e de los Algarbes, etc., o las personas que por ambas las dichas partes fueren nombradas, hayan verdadera información, así en la cibdad de Fez como fuera de ella, del límite y raya donde llega el dicho reino de Fez, e que aquello que por ambas las partes, o por las personas que por ellos fueren diputadas, fuere determinado de una concordia cerca de lo suso dicho, habida la dicha información, sea habido por término del dicho reino de Fez dende en adelante para siempre jamás, e porque lo susodicho mejor se pueda saber e averiguar, es asentado que cada e cuando dentro del dicho tiempo de los dichos tres años, la una parte requiera a la otra, o la otra a la otra, que nombren las dichas personas e las envíen a ver la dicha información, notificándole la parte que así requiere a la otra las personas que hobiere nombrado por sí, e que la otra parte sea obligado de nombrar e enviar otras tantas personas dentro de tres meses después que así fuere requerido, para que todos juntamente vayan a ver lo suso dicho e lo determinar.

Item, es asentado que durante el tiempo de los dichos tres años los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., ni sus súbditos e vasallos, no puedan tomar vila ni lugar ni castillo alguno a la dicha parte hasta Meça inclusive, que así queda por determinar, ni recibirla aunque los moros ge la den; e que si de aquí adelante, en este tiempo de los dichos tres años antes que se faga la dicha declaración e limitación, el dicho señor Rey de Portugal hobiere e ganare en la dicha parte algunas villas o lugares o fortalezas, e después se hallare que son de la conquista que pertenesce a los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., quel dicho señor Rey de Portugal las haya de dar e entregar a los dichos señores del e Reina de Castilla e de Aragón, etc., luego, cada e cuando ge las pidiere, pagándole las despensas que hobiere fecho en las tomar y en las labores dellas, y que hasta que ge los paguen tenga el dicho señor Rey, de Portugal las tales villas e fortalezas en su poder por prenda dello.

Item, es concordado e asentado que si dentro de los dichos tres años cumplidos primeros siguientes los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., no quisieren estar por esta capitulación, así en lo que toca a la dicha pesquería del cabo de Bojador como en la dicha limitación e señalamiento del dicho reino de Fez: que esta capitulación sea ninguna e de ningún efecto e valor, e todo lo del dicho cabo de Bojador e señalamiento del dicho reino de Fez, e todas las otras cosas en ella contenidas, se tornen por el mismo fecho al punto e estado en que han estado e están hasta hoy día de la fecha desta capitulación, e que ninguna de las partes no gane ni adquiera derecho ni propiedad ni posesión, ni la otra pierda por virtud della, antes en tal caso sea habida esta capitulación, e todo lo que por virtud della se ficiere e usare, como si nunca pasara, e que en tal caso sean obligados los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragon, etc., de entregar al dicho señor Rey de Portugal, o a su cierto mandado, las dichas villas de Cazaza e Melilla, o cualquier dellas que hobieren ganado e tovieren, con tanto que al tiempo que los dichos señores Rey e Reina de Castilla hobieren de entragar al dicho señor Rey de Portugal las dichas villas de Cazaza e Melilla o cualquier dellas que hobieren ganado o habido, el dicho señor Rey de Portugal sea obligado de les pagar todos los maravedises que montare en todas las costas que hobieren fecho, así en tomar de las dichas villas e cada una dellas, como en las labores que en ellas hobieren fecho; e que hasta que los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón sean pagados dellos, ellos tengan dichas villas e fortalezas e cada una dellas; e que como quieran quellos las tengan por la dicha prenda, pues a cargo del dicho señor Rey de Portugal se quedan en su poder, questa capitulación todavía sea ninguna e de ningún valor e efecto, como dicho es, en lo que toca al dicho cabo de Bojador e limitación del reino de Fez, e las otras cosas en ella contenidas.

Pero si durante el tiempo de los dichos tres años, o en comedio dellos, los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón no declararen al dicho señor Rey de Portugal cómo no quieren estar por esta dicha capitulación e asiento, que en tal caso complidos los dichos tres años, no faciendo Sus Altezas la dicha declaración, se entienda que esta capitulación dende en adelante queda en su fuerza e vigor perpetuamente, para que los súbditos de los dichos señores Rey e Reina de Castilla, etc., no puedan ir a pescar ni facer otras cosas desde el dicho cabo de Bojador arriba, e se haga e cumpla todo lo de suso contenido, e que las dichas villas de Melilla e Cazaza con sus tierras e términos sean e finquen perpetuamente por los dichos señores Rey e Reina de Castilla, etc., e por sus reinos; e que la dicha limitación del dicho reino de Fez en la una parte e en la otra sea e quede e finque perpetuamente cómo e de la manera que de suso se contiene, e ninguna de las partes non la pueda remover ni desfacer en tiempo alguno ni por alguna manera que sea e ser pueda; e questa dicha capitulacion no perjudique en cosa alguna a la capitulación de las paces, fecha entre los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., y el señor rey don Alonso de Portugal, que santa gloria haya, y el dicho señor Rey de Portugal, que agora es, seyendo príncipe; mas que aquello quede en su fuerza e vigor para siempre jamás.

Item, es concordado e asentado que si de aquí a los dichos tres años complidos primeros siguientes el dicho señor Rey de Portugal e de los Algarbes, etc., declarare e notificare a los dichos señores Rey e Reina de Castilla, de Aragón, etc., cómo no quiere estar a dicha capiculación, que en tal caso queden para los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Leon, etc., las dichas villas de Cazaza e Melilla, e la conquista dellas, quier las hayan tomado o non, para siempre jamás, para ellos e para los dichos sus reinos de Castilla e de León, e que todo lo otro contenido en esta dicha capitulación sea ninguno e de ningún efecto e valor, e todo quede por el mismo fecho en el estado en que ha estado y está fasta hoy dicho día, e que ninguna de las partes no gane ni adquiera derecho en propiedad, posesión, ni la otra pierda por virtud de ella.

[Promesa y seguro]

Lo cual todo que dicho es, e cada una cosa e parte dello, los dichos don Henrique Henríquez, mayordomo mayor, e don Gutierre de Cárdenas, contador mayor, e el doctor Rodrigo de Maldonado, procuradores de los dichos muy altos e muy poderosos príncipes los señores el Rey e la Reina de Castilla, de León, de Aragón, de Secilia, de Granada, etc., e por virtud del dicho su poder que de suso va encorporado; e los dichos Ruy de Sosa e don Juan de Sosa, su fijo, e Arias de Almadana, procuradores y embajadores del dicho muy alto e muy excelente príncipe el señor Rey de Portugal e de los Algarbes de aquende e de allende el mar en Africa, señor de Guinea, e por virtud de dicho su poder, que de suso va encorporado: prometieron e seguraron, en nombre de los dichos sus constituyentes, quellos, en lo que a cada una de las partes toca durante el dicho tiempo de los dichos tres años de suso contenidos, y si dende en adelante esta dicha capitulación quedare firme e valedera, quellos e sus sucesores e reinos e señoríos para siempre jamás ternán e guardarán e cumplirán realmente e con efecto, cesante todo fraude e cautela, engaño, fición e simulación, todo lo contenido en esta capitulación, e cada una cosa e parte dello; e obligáronse que las dichas partes ni alguna dellas, en lo que a ellos toca ni sus sucesores para siempre jamás en lo que hobiere de ser perpetuo, no irán ni vernán contra lo susodicho e especificado, ni contra cosa alguna ni parte dello, direte ni indirete en manera alguna, en tiempo alguno ni por alguna manera, pensada o no pensada, so pena de doscientas mil doblas de oro castellanas de la banda, que dé e pague la parte que lo quebrantare e lo non compliere, o contra ello fuere o viniere, para la parte que lo cumpliere, por pena e por postura e interese convencional que pusieron, por cada una vez que lo quebrantaren o contra ello fueren o vinieren; e, por la pena pagada o non pagada graciosamente remitida, que esta obligación e capitulación e asiento quede e finque firme, estable e valedera como en ella se contiene. Para lo cual todo así tener e guaradar e cumplir e pagar, los dichos procuradores, en nombres de los dichos sus constituyentes, obligaron los bienes cada tino de la dicha su parte, muebles e raíces patrimoniales e fiscales, e de sus súditos e vasallos habidos e por haber.

E porque dicho poder que los dichos Ruy de Sosa, e don Juan de Sosa, e Arias de Almadana tienen del dicho señor Rey de Portugal, etc., suso encorporado, no se extiende para facer e otorgar lo que dicho es en esta dicha escriptura contenido, como quiera que ellos trayan creencia e instrución de dicho señor Rey de Portugal para lo facer, pero no por más seguridad e firmeza de lo susodicho: los dichos Ruy de Sosa e don Juan de Sosa e Arias de Almadana se obligaron por sí, e por sus bienes, muebles e raíces habidos e por haber, que el dicho señor Rey de Portugal e de los Algarbes, etc., dentro de cincuenta días primeros siguientes, ratificará e aprobará, e de nuevo otorgará esta dicha escriptura de asiento e concordia según que en ella se contiene, e la terná e guardará e cumplirá realmente e con efecto so la dicha pena; cerca de lo cual todo que dicho es renunciaron cualesquiera leyes e derechos, de que se podrían aprovechar las dichas partes e cada una dellas para ir o venir, o contradecir lo que dicho es, o cualquier cosa o parte dello.

[Juramento y suscripción]

E por más firmeza e seguridad de lo susodicho juraron a Dios e a Santa María e a la señal de la cruz, en que pusieron sus manos derechas, e a las palabras de los Santos Evangelios, do quier que más largamente son escritos, en ánima de los dichos sus constituyentes, quellos e cada uno dellos ternán e guardarán e cumplirán todo lo susodicho, e cada una cosa e parte dello, realmente e con efecto según dicho es, e non lo contradirán so el cual dicho juramento juraron de no pedir absolución ni relajación dél a nuestro muy Santo Padre, ni a otro ningún legado ni perlado que ge la pueda dar, e aunque propio motu ge la dén no usarán della; e asimismo los dichos procuradores del dicho señor Rey de Portugal en el dicho nombre, e por sí como dicho es, se obligaron, so pena e juramento que dentro de cien días primeros siguientes, contados del día de la fecha desta dicha capitulación, dará e enviará el dicho señor Rey de Portugal e de los Algarbes, etc., a los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, etc., o a su cierto mandado, la dicha escriptura de aprobación e retificación e otorgamiento de nuevo, de esta dicha capitulación, escripta en pergamino e firmada de su nombre e sellada con su sello de plomo, e los dichos embajadores de los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de Aragón, se obligaron que darán e entregarán al dicho señor Rey de Portugal e de los Algarbes, etc., o a su cierto mandado, otra tal escriptura de retificación e aprobación, escripta en pergamino e firmada de sus nombres e sellada con su sello de plomo.

De lo cual todo que dicho es otorgaron dos escripturas de un tenor, tal la una como la otra, las cuales firmaron de sus nombres e las otorgaron ante los secretarios e escribanos de yuso escriptos, para cada una de las partes la suya, y cualquier que pareciere vala como si ambas a dos paresciesen. Que fueron fechas e otorgadas en la dicha villa de Tordesillas el dicho día e mes e año susodichos.

= El comendador mayor don Henrique.
= Ruy de Sosa.
= Don Juan de Sosa.
= El doctor Rodrigo Maldonado.
= Licenciado Arias.=

Testigos que fueron presentes que vieron aquí firmar sus nombres a los dichos procuradores y embajadores, e otorgar lo susodicho e facer el dicho juramento: el comendador Pedro de León, e el comendador Fernando de Torres, vecinos de la villa de Valladolid; e el comendador Fernando de Gamarra, comendador de Zagra e Cenete, contino de la casa de los dichos Rey e Reina, nuestros señores; e Juan Suares de Sequeira e Ruy Leme e Duarte Pacheco, continos de la casa del señor Rey de Portugal, para ello llamados e rogados.

E yo Fernando Alvares de Toledo, secretario del Rey, e de la Reina, nuestros señores, e de su Consejo e su escribano de cámara e notario público en la su corte e en todos los sus reinos e señoríos, fuí presente a todo lo que dicho es, en uno con los dichos testigos e con Esteban Baez, secretario del dicho señor Rey de Portugal, que, por abtoridad que los dichos Rey e Reina, nuestros señores, le dieron para dar fe de este acto en sus reinos, fué asimismo presente a lo que dicho es; e de ruego e otorgamiento de todos los dichos procuradores e embajadores que en mi presencia e suya firmaron aquí sus nombres, este público instrumento capitulación fice escribir, el cual va escripto en estas seis fojas de papel de pliego entero, escriptas de ambas partes, e con más ésta en que van los nombres de los dichos testigos e mi signo, e en fin de cada plana va señalado de la señal de mi nombre e de la señal del dicho Esteban Baez; e por ende fize aquí este mio signo que es a tal.

= En testimonio de verdad. = Fernand Alvares.=

E yo el dicho Esteban Baez, que por autoridad que los dichos señores Rey e Reina de Castilla de León, etc. me dieron para facer público en todos sus reinos e señoríos juntamente con el dicho Fernand Alvares, a ruego e requerimiento de los dichos embajadores e procuradores e a todo presente fui, por fe e certidumbre dello aqui de mi pública señal la signé, que tal es.

[Fin de la ratificación]

La cual dicha escriptura de asiento, capitulación e concordia suso encorporada, vista y entendida por Nos y por el dicho príncipe don Juan nuestro hijo, la aprobamos, loamos e confirmamos, e otorgamos e ratificamos, e prometemos de tener e guardar e cumplir todo lo susodicho en ella contenido, e cada una cosa e parte dello, realmente e con efecto, cesante todo fraude e cautela, fición e simulación, e de no ir ni venir contra ello ni contra dello en tiempo alguno ni por alguna manera que sea o ser pueda; e por mayor firmeza, Nos y el dicho príncipe don Juan, nuestro hijo, juramos a Dios e a Santa María e a las palabras de los Santos Evangelios, do quier que más largamente son escriptos, e a la señal de la cruz, en que corporalmente pusimos nuestras manos derechas en presencia de los dichos Ruyz de Sosa e don Juan de Sosa e licenciado Arias de Almadana, embajador e procuradores del dicho serenísimo Rey de Portugal, nuestro hermano, de lo así tener e guardar e cumplir, e cada una cosa e parte de lo que a Nos incumbe, realmente e con efecto, como dicho es, por Nos e por nuestros herederos e sucesores, e por los dichos nuestros reinos e señoríos, e subditos e naturales dellos, so las penas e obligaciones, vínculos e renunciaciones en el dicho contrato de capitulación e concordia de suso escrito contenidos.

Por certificación e corroboración de lo cual firmamos en esta nuestra carta nuestros nombres, e la mandamos sellar con nuestro sello de plomo, pendiente en filos de seda a colores. Dada en la villa de Arévalo a dos días del mes de julio, año del nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil cuatrocientos noventa y cuatro años.
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Brevísima relación de la destrucción de las Indias


Fray Bartolomé de las Casas







Descubriéronse las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar fué la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.

Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión6 e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores.

Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas.
Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptísimos para recebir nuestra sancta fee católica e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fee, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: «Cierto estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios.»

En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della. Andando en navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen convertirlos e ganarlos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la misma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.

De la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.

Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince cuentos.

Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.

La causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.
Vistas: 280 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2013-08-20 | Comentarios (0)

Cuarta filípica

Demóstenes







Graves y merecedores de mucha diligencia me parecen, varones atenienses, los asuntos públicos acerca de los cuales se está deliberando. Por lo mismo, intentaré exponer lo que a mí me parezca útil al respecto. Muchos son también, y vienen de tiempo atrás, los yerros por los que van mal los asuntos; de suerte que en el momento actual nada hay más irritante que el que hayáis echado al olvido la preocupación por los negocios, y sólo pongáis diligencia, desde hace mucho tiempo, mientras permanecéis sentados oyendo a los oradores o se os comunica alguna nueva noticia.

Porque luego, vuelto cada uno a su casa, ya no preocupan más, y ni siquiera vuelven a acordarse de ellos.

El resultado es que la desvergüenza y la ambición de que hace gala Filipo contra todos, ha llegado a su colmo, como oís. Y creo que ninguno de vosotros desconoce que no se le puede contener ya con meros discursos y declamaciones. Si hubiera alguien que no lo dedujera de otros argumentos, le aconsejo que medite lo siguiente. Nosotros jamás hemos sido vencidos con palabras cuantas veces fue necesario defender nuestros derechos, ni hemos dejado de parecer que obrábamos justamente; en la tribuna vencemos y somos superiores a los demás. Pero, ¿acaso fracasan por eso los negocios de Filipo y mejoran los de nuestra ciudad? Al contrario. Después de d nuestros discursos, él empuña las armas y acomete y se pone en peligro de perder cuanto posee, mientras que nosotros permanecemos sentados, unos diciendo cosas que son justas y otros escuchándolas. De modo que los hechos se imponen a las palabras, y los demás pueblos están a la mira, no de las verdades que decimos o diremos, sino de las acciones que ejecutamos. Ya que con eso no se salvan los que padecen injusticias; no son discursos lo que se necesita.

Por esta causa la política de las ciudades se divide en dos bandos: el de quienes no quieren imponer por la fuerza su dominio a nadie, ni ser esclavizados por otro, sino gobernarse libre y equitativamente según la Ley, y el de quienes sienten afán de mandar a sus conciudadanos, aun cuando tengan que obedecer a otro gracias al cual creen que podrán obtener lo primero. Los de este bando, los que ambicionan ser tiranos o caudillos, se han impuesto en todas partes, e ignoro si queda ciudad alguna, excepto la nuestra, donde se mantenga con firmeza el régimen democrático. Y esta gente que gracias a él gobierna, ha podido imponerse porque posee todo aquello que asegura el éxito: en primer lugar y sobre todo, la ventaja de tener alguien dispuesto a pagar por ellos a quien quiera cobrar; y en segundo lugar, una ventaja no menos pequeña: una fuerza dispuesta a destruir a sus adversarios en el momento en que lo indiquen. Nosotros, en cambio, no sólo somos inferiores a ellos en esto, atenienses, sino que ni siquiera podemos quitarnos el sueño de encima, pues, al contrario, parecemos hombres que hayamos tomado mandrágora u otra droga semejante. Y entonces -porque a mi criterio es necesario decir la verdad- creo que estamos tan desprestigiados y tan despreciados, a consecuencia de esto que entre los griegos que se encuentran en igual peligro, unos se oponen a nosotros por una cuestión de hegemonía, los otros a propósito del lugar donde ha de reunirse el Consejo y algunos han preferido defenderse por sí solos antes que Unirse a nosotros.

¿Con qué objeto digo esto y por qué insisto en ello? ¡Por Zeus y todas las divinidades! No intento crearme enemigos, sino que lo digo para que cada uno de vosotros, atenienses, comprenda y vea que la blandura y el descuido de cada día, tanto en la vida de los individuos como en la de la ciudad, no aparecen manifiestos inmediatamente después de cada negligencia, sino en el conjunto de todos los acontecimientos. Contemplad a Serrio y Dorisco: ésta fue la primera cosa que después de la paz dejóse pasar, y muchos de vostros quizá no la conocíais ni de nombre. El abandono y menosprecio de estas ciudades han hecho que perdiéramos Tracia y Cersobleptes, que eran aliados nuestros. En otra ocasión, observando que habíais descuidado esto y no habíais enviado auxilios, arrasó Portmos, y frente al Ática, en Eubea, han creado una tiranía contra vosotros. Como que no hacíais caso, por poco toma Megara. No os habéis preocupado por ello ni tan sólo fijado, ni habéis demostrado que estabais dispuestos a impedirlo; Filipo ha comprado a los antrones y a poco era dueño de la situación en Oreos. ¡Y cuántas cosas dejo aparte! Feres, la marcha sobre Ambracia, las matanzas de Elida y mil sucesos más. No he citado estas cosas para sumar las violencias y los atropellos cometidos por Filipo, sino para mostraros que no cesará de atropellar a todo el mundo y someterlo si alguien no le detiene.

Pero hay gente que antes de oír nada acerca de la situación tiene costumbre de preguntar: ¿Qué es necesario hacer, pues? Desde luego no para hacerlo una vez lo hayan oído, ya que entonces serían los hombres más útiles del mundo, sino para desembarazarse del orador. Con todo, es necesario que os hagáis cargo de que Filipo hace la guerra a nuestra ciudad y ha roto la paz, no nos quiere bien y es enemigo de la ciudad entera y del solar ateniense. Todavía diré más: de los dioses de la ciudad -¡ojala lo quieran perder!-; pero sobre todo contra quien realmente hace la guerra y conspira más es contra nuestro régimen político, y lo que en particular busca son los medios para derribarlo. Y hasta cierto punto, forzosamente debe hacerlo así. Porque fijaos: quiere dominar y ha comprendido que sus únicos antagonistas sois vosotros. Hace tiempo que os causa daño y tiene de ello plena conciencia: ya que las posesiones vuestras que tiene ocupadas son las que le aseguran las demás conquistas. Porque si hubiese abandonado Anfípolis y Potidea, no podría sentirse seguro ni en Macedonia. Sabe, pues, estas dos cosas: que forja planes contra vosotros, y que tenéis noticia de ellos. Y como os considera inteligentes, piensa que tenéis razones para odiarlo; y además de ser las cosas de esta manera sabe perfectamente que, aunque llegara a ser el dueño de todo lo restante, no podrá dominar con seguridad en tanto seáis vosotros una democracia, y que si surge algún revés -y un hombre puede tener muchos-, ¡todos aquellos que le están sometidos por la fuerza, le abandonarán y vendrán hacia nosotros. Porque, aunque vosotros no estéis naturalmente dotados para ambicionar el poder y para usurparlo, tenéis facilidad para impedir que los demás se apoderen de él, para quitario a quien lo tiene y, en una palabra, para poner obstáculos a quienes quieren mandar y para devolver la libertad a todos los esclavizados. Por lo tanto él no desea que la libertad, desde vuestro pueblo, esté a la espera de las ocasiones que él le ofrezca; y su cálculo no es el de un hombre equivocado o que se abandona. De manera que, en primer lugar, debéis considerarle como enemigo de nuestro régimen y un adversario irreconciliable de la democracia; y en segundo lugar, sabed de cierto que todo esto que ahora maquina y planea lo prepara contra nuestra ciudad.

En efecto, ninguno de vosotros es tan ingenuo que suponga que Filipo anhela las naderías de Tracia -porque, ¿qué otro nombre puede darse a Dogilón, Cabila, Mestira y todo eso que dicen que ahora está ocupado?-, y por adquirirlos soporta fatigas, inviernos rigurosos y los más extremos peligros, y que, en cambio, los puertos de Atenas, sus atarazanas, sus galeras, sus posiciones y su renombre -¡ojala ni él ni nadie se apoderen de ello, subyugando nuestra ciudad!-, no los ambiciona y nos los dejará tener mientras él pasa el invierno en aquel lugar infernal, por el mijo y la espelta de las ánforas de Tracia. De ningún modo: hace todo esto, a fin de llegar a ser dueño de lo otro, y en general, así es toda su política.

Así pues, si todo el mundo sabe esto y se hace pleno cargo de ello, no es necesario, ¡por Zeus!, que invitéis a quien os da los mejores consejos en lo que es justo a proponeros un decreto declarando la guerra; pues esto sería igual que si intentarais buscar a quién hacerla y no obrar en interés de la República. Porque, mirad: si la primera vez que Filipo -infringió los pactos o la segunda, o la tercera -porque las ha habido muy seguidas- alguien hubiera propuesto declararle la guerra y él hubiese hecho lo mismo que ahora en que nadie ha propuesto nada, o sea auxiliar a los cardíanos, ¿es que el firmante de la propuesta no hubiera sido expulsado de aquí y no le habría echado todo el mundo la culpa del socorro a Cardia? Por lo tanto no busquéis un hombre al que, a causa de los delitos de Filipo, podáis odiar, un hombre al que podáis entregar a sus asalariados para que hagan trizas de él, ni votéis la declaración de guerra para disputar después los unos con los otros por si era necesario hacerlo o no; al contrario, defendeos del mismo modo que él hace la guerra, dando dinero y todo lo que sea necesario a los que ya se defienden, y vosotros personalmente, atenienses, pagando contribuciones y preparando un ejército, galeras rápidas, caballos, transportes para la caballería y todo cuanto una guerra exige. Porque de momento es ridícula vuestra conducta. y creo que el propio Filipo no hubiera podido pedir otra cosa, ¡por los dioses!, sino que Atenas siga haciendo lo mismo que ahora hace: dejáis pasar el tiempo, hacéis gastos, buscáis a quién confiar la situación, os irritáis, os acusáis mutuamente. Os diré de dónde proviene esto y cómo acabar con ello. Desde los primeros momentos de esta situación, atenienses, nunca habéis emprendido ni organizado correctamente nada, sino que siempre seguís a la zaga de los acontecimientos, dado que llegáis demasiado tarde lo dejáis correr; y si algo nuevo sucede, os volvéis a preparar y nuevamente escandalizáis.

Y no debe ser así. Con expediciones de socorro no conseguiréis nada de lo que os conviene, no; hay que tener organizado un ejército y asegurarle la subsistencia, unos tesoreros y unos funcionarios, y cuando hayáis hecho de manera que exista la más rigurosa vigilancia de la gestión financiera, exigid cuentas del dinero a esos funcionarios y de las operaciones al estratego, y no le dejéis ningún pretexto para tomar otros rumbos ni emprender otra cosa, y si así lo hacéis y de veras lo deseáis, obligaréis a Filipo a que observe una paz justa y a no moverse de su lugar o, en caso contrario, le haréis la guerra en un plano de igualdad; y tal vez, tal vez así como ahora os preguntáis que hace Filipo y hacia dónde se dirige, el será quien habrá de preocuparse de hacia dónde han zarpado las fuerzas de Atenas y dónde aparecerán.

Ahora bien, si alguien juzga que esto requiere mucho gasto y muchas fatigas y sobresaltos, tiene toda la razón; pero si calcula qué consecuencias tendrá para la ciudad el hecho de no conformarse con soportarlos, hallará que le sale a cuenta hacer de buen grado cuanto le conviene. Porque si algún dios os garantizase -ya que no existe un hombre que fuera capaz de ello- que manteniéndoos quietos Filipo no acabaría viniendo contra vosotros, sería una vergüenza para Zeus y para todas las divinidades, y una cosa indigna de vosotros, de la posición de la República y de las hazañas de vuestros antepasados, que por indolencia vuestra abandonaseis a la servidumbre a los demás pueblos griegos; yo, por lo menos, preferiría morir a habéroslo aconsejado. De todos modos, si algún otro habla en este sentido y os convence, sea: no os defendáis, abandonadlo todo. Ahora bien, si nadie es de este parecer; si, por el contrario, prevemos todos que cuanto más le dejemos extender sus dominios más difícil y poderoso enemigo será para nosotros, ¿hasta dónde retrocederemos?

¿Qué esperamos? ¿Cuándo, atenienses, nos decidiremos a hacer lo Que conviene? ¿Cuándo, ¡por Zeus!, habrá necesidad de llegar a ello? Más lo que podríamos denominar necesidad de hombres libres no sólo existe ya, sino que hace tiempo que ha pasado. Y es necesario hacer votos para que nunca llegue la necesidad de esclavos. ¿Qué diferencia hay? Que para el hombre libre, la máxima necesidad es la vergüenza ante los acontecimientos: no sé cuál podría nombrarse que fuera mayor; en cambio, los golpes y los castigos corporales son cosa de esclavos. Ojala no nos encontremos nunca en esta situación ni tan siquiera tengamos que hablar de ella.

Así pues, atenienses, remolonear y no decidirse cuando es necesario que cada uno ponga a contribución su persona y sus bienes, no es proceder con rectitud; pero, con todo esto tiene una excusa; ahora bien, no querer ni escuchar lo que es necesario oír ni los puntos sobre los cuales es conveniente deliberar, es cosa que admite ya toda suerte de acusaciones.

Y justamente vosotros no queréis oír nada hasta que el peligro es inminente, como ahora, ni tenéis hábito de discutir nada en tiempo de paz; no, en el momento en que él se prepara, en lugar de hacer vosotros lo mismo y oponer a sus preparativos los vuestros, vivís tan tranquilos, y si alguien os dice algo, lo expulsáis; pero cuando llega a nuestro conocimiento que se ha perdido alguna plaza o está asediada, en aquel momento escucháis y tomáis determinaciones. El instante de escuchar y deliberar existió cuando vosotros no lo deseabais, y en este momento, cuando es hora de actuar y poner en práctica lo que tenemos preparado. casi únicamente escucháis. Así pues, al practicar esta costumbre, vosotros sois los únicos hombres que hacéis lo contrario de los demás: los otros deliberan antes de los acontecimientos; vosotros, después.

Una cosa nos queda por hacer y hace ya tiempo que se debía haber hecho y todavía no está fuera de vuestro alcance, y voy a decirla. Nada hay que falte tanto en la ciudad -vistos los acontecimientos que se avecinan- como el dinero. ¿Se nos ha presentado acaso, por azar, esta buena ocasión? Si la sabemos aprovechar, tal vez tendremos lo que nos hace falta. Porque, en primer lugar, los hombres en quienes tiene confianza el Rey y considera como sus bienhechores, detestan a Filipo y están en guerra. Después el agente y cómplice de Filipo en todos sus preparativos contra el Rey, ha sido detenido y sacado de su casa; y el Rey se enterará de todos estos hechos, no por nuestras denuncias, que podría considerar dictadas por nuestro interés particular, sino por el mismo que lo ha hecho y manejado todo, de manera que lo creerá, y aquello que nuestros embajadores tengan que añadir lo escuchará de buen grado; es decir, hemos de unirnos para castigar a quien nos ha atropellado, a unos y a otros; y para el Rey, Filipo será mucho más temible si antes no ha atacado a nosotros; porque si quedamos abandonados y nos ocurre alguna cosa, impunemente después lo atacará.

Por todas estas razones creo que debéis enviar una embajada que hable con el Rey y dejaros de proferir esas tonterías que tan a menudo nos han ocasionado derrota: Es un bárbaro, es el enemigo común de todos, y otras cosas parecidas. Porque yo, cuando veo a alguien que tiene miedo de este hombre que vive en Susa o Ecbatana y afirma tener malas intenciones a propósito de Atenas, a pesar de habemos ayudado a arreglar nuestra ciudad y todavía os hacía ofrecimientos -y si vosotros no los habéis aceptado, si los habéis rechazado, la culpa no es suya- y en cambio, hablando de ese que está a nuestras mismas puertas, de ese salteador de griegos: que tan grande está haciéndose en el mismo corazón del país, usa un lenguaje tan diferente, me maravillo; y en lo que a mí se refiere, tengo miedo de él, sea quien fuere, ya que él no lo tiene de Filipo.

Hay otro extremo que perjudica a la ciudad, cuando se nos reprocha por denigración injusta y por interpretaciones impertinentes, y sirve además de excusa a quienes no quieren cumplir sus deberes para con la patria. Sí; os daréis cuenta de que cada vez que alguien deja de cumplir con su obligación, lo menciona, a fin de justificarse. Tengo mucho miedo de hablar de esto, mas lo haré de todos modos. Porque considero que tiene que ser igualmente posible defender, ante el los ricos y en interés público, la causa de los pobres, como la causa y de quienes poseen fortuna ante los necesitados; y ello a condición de prescindir tanto de las maledicencias injustificadas de algunos a propósito del fondo de espectáculos, y como del temor de que no puede ser suprimido semejante abuso sin grave daño. Ya que nada podríamos hacer que mejorase tanto la situación ni que, en general, fortaleciera más a la ciudad.

Pensad, pues, conmigo. Voy a hablar primero en favor de aquellos que parecen estar necesitados. Hubo un tiempo, no muy anterior a nosotros, en el cual las rentas de la ciudad no eran mayores de ciento treinta talentos; y ninguno de quienes podían subvenir a las trietarquías o a los impuestos negábase a cumplir con su deber alegando no sobrarle el dinero, sino que, al contrario, hacíanse las galeras a la mar, salían los dineros y hacíamos todo cuanto era menester. Luego, la fortuna, que nos era favorable, aumentó los ingresos públicos, de manera que en vez de cien talentos teníamos a cuatrocientos; pero ninguno de los que poseían riquezas resultó por ello perjudicado; al contrario, obtuvieron ganancia, porque todos los ricos vienen hoy a recoger lo que del Tesoro les corresponde y tienen razón. Así pues, sabiendo esto, ¿por qué censuramos mutuamente y hacer de ello un pretexto para no cumplir ninguno de nuestros deberes, caso de que no estemos celosos de la ayuda que la fortuna ha prestado a los pobres? En cuanto a mí se refiere, ningún reproche les hago ni admito les sea hecho. Porque tampoco veo que, en las casas particulares, quienes están en plena juventud traten así a los ancianos ni haya nadie tan ingrato ni tan absurdo que diga que, caso de que todos hagan igual, tampoco él hará nada: en este caso, incurriría realmente en las leyes contra la maldad, porque considero que la ayuda a los padres, impuesta a la vez por la naturaleza y por la ley, es necesario que sea prestada equitativamente y soportada de buen grado. Y así como cada uno de nosotros tiene un padre, tenemos que pensar que los padres de toda la ciudad entera en general son todos los ciudadanos, y que, por consiguiente, no sólo es necesario no privarles de nada de lo que la ciudad ofrece, sino, caso de que esto faltara, hay que arbitrar algunos remedios para que no se vean faltos de nada. Por consiguiente, compruebo que los ricos, al seguir esta norma, no solamente hacen lo que es justo, sino también lo más valioso para ellos; porque dejar sin lo necesario a alguien a causa de una disposición legal, es aumentar el número de los descontentos de la situación.

En cambio, a los necesitados les aconsejaría renunciar a una cosa que crea una situación irritante a quienes son poseedores de bienes de fortuna y les da razón para lamentarse. Y de la misma manera que acabo de hacerlo para ellos, hablaré ahora en favor de los ricos y sin vacilaciones diré la verdad, porque a mí me parece que no hay nadie tan miserable ni de ánimo tan cruel, no ya entre los atenienses, sino en parte alguna, para ver con malos ojos cómo los pobres y los faltos de lo necesario reciben ese subsidio. ¿De dónde provienen, pues, la irritación el enfado? Cuando se observa que hay quien aplica a las fortunas privadas lo que es costumbre sea aplicado a los fondos públicos, y que el denunciado ante vosotros obtiene fácilmente prestigio y se asegura la inmortalidad, y que vuestro voto secreto es distinto de vuestro escándalo, he aquí lo que trae la desconfianza y la ira. En efecto, ¡oh atenienses!, dentro de la comunidad política tenemos que ser justos unos con otros: los ricos, considerando que están seguros sus medios de vida sin temor a perderlos, y en los momentos de peligro, ofreciendo su fortuna al común para la salvación de la patria; y los otros, considerando bienes comunes los que lo son ciertamente, y tomando la parte que les corresponda, pero respetando como bien privado lo perteneciente a cada cual. De este modo una ciudad, incluso pequeña, llega a ser grande; y la grande se salva. Lo que debe decirse respecto de los deberes de unos para con otros, probablemente es esto; y para que tenga estado legal, es necesario rectificar las cosas.

Muchas e inveteradas son las causas de la situación y de los desórdenes actuales, y si me queréis escuchar, estoy dispuesto a decíroslas. Vosotros, ¡oh atenienses!, os habéis apartado del principio fundamental que os legaron vuestros antepasados: ser los primeros en Grecia, tener un ejército en pie para auxiliar a todas las víctimas de atropellos. Quienes dirigen la política os han dicho que es tarea penosa y dispendio inútil, en tanto que vivir tranquilo y no cumplir con ningún deber, y por el contrario abandonarlo todo, cosa a cosa, y dejar que los demás se apoderen de ello, a vuestros ojos es la condición de una maravillosa felicidad y de una gran seguridad. A consecuencia de esto otro, poniéndose en el lugar en donde teníais que poneros en fila vosotros, se ha hecho próspero, poderoso y dueño de muchas cosas; y esto es lógico porque la situación de prestigio, de grandeza y de esplendor de que habían dispuesto siempre las Repúblicas más considerables, cuando a los lacedemonios la fortuna les volvió la espalda y los tebanos estuvieron ocupados con la guerra de Fócida, Filipo, por negligencia nuestra, la encontró desguarnecida y la hizo suya. Y por esos mismos ha podido hacerse temer de los otros y disponer de numerosos aliados y de una considerable fuerza, en tanto que todos los griegos hállanse ya en tantas y tales dificultades, que no resulta fácil aconsejar lo que es conveniente. Pero a pesar de que, a mi juicio, ¡oh atenienses!, la situación actual es para todo el mundo espantosa, nadie está en tan grave peligro como vosotros, no sólo porque sois el principal objeto de las maquinaciones de Filipo, sino porque entre todos sois los más inactivos. Ya que, vista la abundancia de mercancías y la brillantez existente en nuestro mercado, os hacéis la ilusión de que la República no está en ningún mal paso. Os equivocáis de manera indigna: caso de que se tratara de un mercado o de una feria podría juzgarse, a través de esos signos, si andan bien o mal; pero una ciudad que todo aquel que se ha propuesto dominar a Grecia ha creído que sería la única que se le opondría y baluarte de las libertades de todos, ¡por Zeus!, no puede juzgarse por las mercancías si anda bien, sino si confía en la buena voluntad de sus aliados y si es fuerte por las armas. Esto es lo que hay que examinar de nuestra República; y, entre vosotros, todo esto flaquea y anda mal.

Os daríais cuenta si os fijarais en ello. ¿En qué época ha aparecido más turbia la situación de Grecia? No puede negarse que jamás como ahora. En efecto, hasta aquí Grecia estaba siempre dividida entre dos potencias: los lacedemonios y vosotros, y los demás griegos obedecían unos a nosotros y otros a ellos. En cuanto al Rey, todos desconfiábamos de él por igual cuando se aislaban; mas al aliarse con quienes perdían en la guerra, hasta haber restablecido el equilibrio con el vencedor, obtenía su confianza a pesar de que después, quienes habían sido por él salvados, le odiasen más que aquellos que desde el principio eran enemigos suyos. Pero hoy, para empezar, el Rey está en buenas relaciones con todos los griegos; aunque no tanto con nosotros caso de que no hagamos alguna rectificación. Después, en todas partes abundan las ansias de hegemonía, y todos se disputan para ser los primeros, si bien de hecho pierden esta posibilidad a causa de los celos y las desconfianzas mutuas y no hacia quien deberían ser dirigidas; y todo el mundo se ha quedado solo: argios, tebanos, lacedemonios, corintios, arcadios y nosotros. Y aunque la política griega esté dividida en tantos partidos y en tantos Estados soberanos, si debemos decir con franqueza la verdad, en parte alguna se ven unos Consejos y un Gobierno tan desentendidos de los negocios de Grecia como entre nosotros. Es natural; porque ni por amistad, ni por confianza, ni por temor, dialoga nadie con nosotros. La causa de esto, varones atenienses, no es una sola -porque entonces nos habría sido fácil corregirla-, sino muchos errores de todas clases que en todo tiempo se han cometido: para no detallarlos citaré solamente uno, al cual puede ser referido todo por entero -y os ruego que, si os digo francamente la verdad, no me guardéis por ello rencor-. Cada vez que se ha presentado una ocasión han sido vendidos nuestros intereses; vosotros habéis obtenido de ellos el ocio y la tranquilidad, y con la ilusión de tener ambas cosas no os habéis encolerizado con los culpables; y otros han cobrado salario. No es oportuno ahora investigar respecto a los demás puntos.

Pero en cuanto se trata de las relaciones con Filipo, surge inmediatamente alguien que afirma no debe hablarse sin sentido ni hacer propuestas de guerra, y seguidamente os muestra las ventajas de conservar la paz y las dificultades de mantener un gran ejército, y que hay gente que quiere malgastar el dinero y otros discursos también verídicos. Ahora bien, si alguien hay que deba ser persuadido de la necesidad de conservar la paz no sois precisamente vosotros, que, convencidos como estáis, no os movéis de aquí, sino a quien realiza actos de guerra; porque si él se convence, por vuestra parte todo está a punto. Y debéis de pensar que lo duro no son los gastos efectuados para nuestra seguridad, sino lo que sufriremos en caso de que no nos decidamos a hacerlos; y eso de malgastar el dinero se evita hallando los medios de salvarnos y no abandonando nuestros intereses.

Además, lo que me indigna tamo bien es esto: que, cuando se trata de dinero, les preocupe tanto a algunos de vosotros los despilfarros, teniendo en su mano prevenirlos y castigar a quienes os roban, y, en cambio, no les preocupa el hecho de que Filipo vaya robando sucesivamente a toda Grecia y lo vaya haciendo a fin de atacaros a vosotros.

¿Por qué, pues, ¡oh atenienses!, puede violar tan abiertamente el derecho y apoderarse de ciudades sin que ninguno de estos hombres le dé nunca la culpa ni diga que hace la guerra, y, en cambio, quienes os aconsejan no permitírselo, no abandonárselo todo, sean acusados de hacerla? Porque la responsabilidad de los sufrimientos que surgirán de la guerra -ya que es inevitable, sí, es inevitable que la guerra dé origen a muchas penalidades- quieren atribuirla a los que, en vuestra defensa, creen daros los mejores consejos. Consideran, en efecto, que si vosotros, con un solo ánimo y un criterio único, os defendéis de Filipo, le venceréis y ellos quedarán sin paga, en tanto que si desde las primeras perturbaciones queréis buscar responsables y os disponéis a juzgar, ellos, acusando a estos hombres, conseguirán dos cosas: hacerse bien ver a vuestros ojos y cobrar de Filipo; y la pena que deberíais imponerles a ellos la impondréis a quienes han hablado en bien vuestro. He aquí las esperanzas de esos hombres y lo que han maquinado, a fin de acusar a algunos de querer hacer la guerra. Mas yo sé perfectamente que aunque en Atenas nadie haya propuesto hacerle la guerra, Filipo ocupa muchos territorios de nuestra República; actualmente ha enviado refuerzos a Cardia. Si a pesar de todo queremos nosotros que no parezca que nos hace la guerra, la más grande de las necesidades por su parte sería demostrarnos que nos la hace. Ya que niegan los agredidos, ¿qué debe hacer el agresor?

Y cuando avance sobre nosotros mismos, ¿qué diremos? Porque él seguirá diciendo que no nos hace la guerra como no lo dijo a los de Oreos cuando ya había invadido su territorio; ni anteriormente a los de Feras, cuando tomaba posiciones delante de las murallas; ni al principio a los olintios, hasta que estuvo dentro de su propio territorio con un ejército. ¿Diremos también que provocan la guerra quienes nos invitan a defendernos? En este caso ya sólo nos queda la esclavitud; no hay ninguna otra posibilidad.

Por otra parte, el riesgo no es lo mismo para vosotros que para algunos de los otros, ya que lo que quiere Filipo no es someter nuestra ciudad, sino destruirla totalmente. Porque sabe muy bien que vosotros, ni queréis ser esclavos ni, si quisiereis, sabríais serlo, ya que estáis acostumbrados a mandar; y que, de tener ocasión, le daréis más trabajo que todos los demás hombres. Por eso no os ahorrará cosa alguna si os tiene alguna vez en su poder. La lucha, pues, será a muerte: es necesario que os deis cuenta de ello; y a quienes abiertamente se han vendido a Filipo debéis hacerlos morir a bastonazos. Porque no es posible vencer a los enemigos exteriores de la ciudad en tanto no hayáis castigado a los enemigos del interior; ya que, necesariamente, toparéis con éstos como con una barrera de escollos y no estaréis a tiempo de alcanzar a los demás.

¿De dónde suponéis, pues, proviene que Filipo os insulte -porque al menos me parece que no hace otra cosa- y en tanto favorece a los otros, por lo menos para engañarlos, a vosotros os amenace de buenas a primeras? Por ejemplo, dándoles mucho ha reducido a los tesalios a la situación actual; y nadie podrá decir de cuántos engaños ha hecho víctimas a los míseros olintíos dándoles primero Potidea y tantas otras cosas después. Y ahora está ganándose a los tebanos, tras de entregarles Beocia y librarlos de una guerra larga y difícil. De manera que cada uno ha disfrutado de algo de lo que deseaba, y luego unos han sufrido lo que ha sido menester y los otros sufrirán lo que sea pertinente. En cuanto a vosotros, callo lo que ya os ha tomado anteriormente; pero en el mismo instante de firmar la paz, ¡cómo os ha engañado!, ¡cuántas cosas habéis perdido! La Fócida, las Termópilas, vuestras posesiones de Tracia, Dorisco, Serrio, Cersobleptes! y en la actualidad, ¿no ha ocupado ya la Cardia, cosa que él mismo confiesa?

Retorno a mi pregunta: ¿Por qué razones se comporta con ellos como e he dicho, y con vosotros de manera s tan diferente? Porque, entre todas las ciudades, la vuestra es la única donde se garantiza la inmunidad a quienes hablan en favor de los enemigos, la única donde se puede con seguridad cobrar por lo que se dice en la Asamblea, aunque hayáis sido despojados de lo que os pertenecía. En Olinto no dejó de ser peligroso manifestarse a favor de Filipo en tanto el pueblo olintio no disfrutó de su favor con lo que obtenía de Potidea; en Tesalia, manifestarse a favor de Filipo fue peligroso mientras los tesalios no hubieron gozado de su favor, con la expulsión por Filipo de los tiranos y el restablecimiento de sus derechos en la Anfictionía; en Tebas no dejó de ser peligroso hasta que les hubo devuelto Beocia y destruido a los focenses. Pero en Atenas, a pesar de que Filipo no sólo os ha tomado Anfípolis y el territorio de Cardia, sino que incluso ha convertido a Eubea en una avanzada contra vosotros y ahora está dirigiéndose hacia Bizancio, no hay peligro ninguno en hablar a su favor. He aquí por qué hay algunos de éstos que han pasado a ser poderosos desde su estado mendicante, y de oscuros y desacreditados a ser considerados y célebres; mientras que vosotros, al contrario, de la consideración pasáis a la oscuridad y del bienestar a la necesidad. Por lo menos estimo que la riqueza de la ciudad está constituida por los aliados, el crédito y la simpatía: cosas de las que vosotros estáis faltos. Y como no me hacéis caso y dejáis que de esta manera se os lo lleven todo, él prospera y se hace temer de todos los griegos y bárbaros, mientras vosotros os quedáis aislados y humillados, con una espléndida abundancia en el mercado, sí, pero con un ridículo abastecimiento de lo necesario.

Observo que algunos de vuestros oradores no os aconsejan por igual según se trate de vuestros intereses o de los de ellos, ya que afirman que vosotros debéis estaros quietos por más daños que os infrinjan, en tanto que ellos no pueden estarse quietos a pesar de que no se les causa daño alguno.

Asimismo, sin causa que ofender, si alguien preguntara: Dime, Aristomedes, si tan bien conoces -porque nadie ignora estas cosas- que la vida de los simples particulares es segura, descansada y libre de peligros, en tanto que la de los políticos es criticada, insegura Y llena cada día de luchas y calamidades, ¿por qué no has escogido la tranquila y descansada en lugar de la peligrosa? ¿Qué responderías? Porque, aunque te dejásemos decir, igual que si fuera verdad, lo que más te correspondería responder, o sea que haces todo eso por deseo de honores y de gloria, me pregunto con qué derecho crees que, para obtenerlos, lo tienes que efectuar todo y soportar todas las dificultades y correr todos los peligros y aconsejas en cambio a la ciudad que renuncie a ello cobardemente. Porque vas a decirnos que es necesario que tú figures en Atenas, pero que Atenas no debe contar para nada en Grecia. Y por otra parte, tampoco veo que no exista riesgo para la ciudad en ocuparse en sus propios intereses y, en cambio, sí existe para ti caso de que no te entrometas más que otros; al contrario, me parece que los peores peligros han de serte causados por tu actividad y tu entrometimiento y, a la ciudad, por su inacción. Claro es que, ¡por Zeus!, disfrutas la gloria de tu abuelo y de tu padre y sería vergonzoso que en ti se extinguiese, mientras que nuestra ciudad tiene una ascendencia oscura y despreciable. Pero no es así: tu padre era un ladrón, caso de que se te pareciese, mientras que los antepasados de nuestra ciudad son conocidos de todos los griegos por deberse a ellos, y por dos veces, la salvación de los peligros más graves.

Lo cierto es que hay gente que no tiene el mismo sentido de la igualdad y de la política según actúe en interés propio o en el de la República; porque, ¿es igualdad que algunos recién salidos de la cárcel se desconozcan a sí mismos, y, en cambio, la ciudad que hasta ahora había marchado al frente de Grecia y tenido la primacía, haya caído en el desprestigio y la humillación?

Aunque me queda todavía mucho que decir, y sobre muchos problemas, acabaré, porque me parece que no por falta de discurso, ni ahora ni nunca, las cosas van mal sino porque vosotros, después de haber escuchado cuál era vuestro deber y de haber reconocido lo justo de los consejos que os daban, prestáis la misma atención a quienes os quieren anular y desviar, no porque no los conozcáis -ya que a primera vista sabéis perfectamente quién habla por un sueldo, quién hace política a favor de Filipo, y quién habla sinceramente para bien vuestro, sino para poder acusar a estos últimos, convertirlo todo en motivo de risas y de injurias y no hacer vosotros nada de lo necesario. Esta es la verdad: esto es lo que os conviene, dicho sea con toda franqueza y por pura buena voluntad; no es un discurso adulador, lleno de peligros y engaños para enriquecer a quien lo pronuncia y poner los intereses de la ciudad en manos del enemigo. Por lo tanto, o ponéis fin a estas costumbres, o a nadie acuséis de vuestra mala situación sino a vosotros mismos.
Vistas: 283 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2013-08-18 | Comentarios (0)

Tercera filípica

Demóstenes






Discurso tras discurso se pronuncia, varones atenienses, casi en cada Asamblea, sobre las injusticias que Filipo viene cometiendo desde que concertó las paces, no sólo contra vosotros más también contra otros. Y todos estamos de acuerdo, por lo que tengo sabido (aunque no todos lo externen con palabras), que conviene hablar y proceder en tal forma que cese aquél de jactarse y sea castigado. Pero veo, al propio tiempo, que nuestros asuntos han sido orillados a un grado tan extremo de abandono, que ya estoy temeroso de que vaya a ser de mal agüero decir la verdad. Y esta es que si los oradores os hubieran de aconsejar y vosotros hubierais de votar precisamente aquellas medidas con que nuestros negocios habrían de caminar lo más desgraciadamente posible, creo que ni aún así andarían peor de lo que andan ahora.

Ello se debe probablemente a múltiples causas, que no han llegado a tal extremo por uno o dos sucesos aislados. Con todo, si reflexionáis, encontraréis que la causa principal son los que, a deciros siempre la verdad, prefieren daros gusto. De éstos, varones atenienses, los hay que asegurándose las cosas en que reciben honra y ganan poder político, no tienen a su vez previsión alguna del porvenir, y, por lo mismo, creen que conviene que tampoco vosotros la tengáis. Otros, acusando y calumniando a quienes llevan el manejo de los negocios, no hacen otra cosa sino que la ciudad se castigue a sí misma y en eso sólo se ocupe. Y entretanto Filipo puede decir y hacer lo que le parezca. Tales politiquerías son ya inveteradas entre vosotros y son las causantes de esta ruina.

Pienso yo, varones atenienses, que no debéis irritaros contra mí si digo alguna verdad con absoluta franqueza. Pensad, en efecto, lo siguiente: Vosotros consideráis preciso que en asuntos no políticos exista tan amplia libertad de palabra entre todos los que habitan la ciudad, que incluso habéis hecho partícipes de ello a los extranjeros (y a los siervos, y pueden verse entre vosotros muchos esclavos que dicen lo que quieren con más licencia que los ciudadanos de otros países); pero, en cambio, habéis eliminado por completo tal libertad en las deliberaciones públicas. Con lo cual os sucede que gozáis en las Asambleas escuchando únicamente alabanzas y palabras lisonjeras, mas ante la marcha de los acontecimientos os halláis expuestos a los más grandes peligros. Pues bien, si asimismo ahora os encontráis en semejante disposición de ánimo, no sé qué pueda deciros; pero si estáis dispuestos a oír, adulaciones aparte, lo que conviene a la ciudad, heme presto a decirlo. Y aunque las cosas están muy mal y es mucho lo que se ha perdido, sin embargo, es todavía posible poner remedio a todo esto con tal de que os dispongáis a actuar como es debido. Tal vez parezca paradójico lo que voy a deciros, pero es cierto. Lo peor de lo ocurrido es también lo más ventajoso para el porvenir. ¿Qué es ello? Que la situación es grave porque no habéis cumplido ni poco ni mucho con vuestra obligación; pues si lo fuese después de haber hecho vosotros todo lo necesario, no habría esperanzas de que llegase a mejorar. En realidad son vuestras desidia e incuria las que han sido derrotados por Filipo, que a la ciudad no la ha derrotado. No; vosotros no estáis vencidos, ni siquiera os habéis movido.

Si todos reconociésemos que Filipo viola el tratado de paz, y guerrea contra la ciudad, no haría falta que el orador dijera o aconsejase más que los medios para defendernos de la manera más fácil y eficaz. Pero ya que hay gentes de criterio tan absurdo que, a pesar de que aquél toma ciudades, detenta posesiones vuestras y lesiona los derechos de todo el mundo, toleran que haya quien repita muchas veces en la Asamblea que son algunos de nosotros los que hacen la guerra, es menester prestar atención a estas cuestiones y ponerlas en su punto. Porque es de temer que, cuando algún día alguien proponga o aconseje que nos defendamos, pueda recaer sobre él la acusación de haber suscitado un conflicto.

Ante todo voy a estudiar y definir el siguiente extremo: ¿estaremos en condiciones de liberar acerca de si es preciso mantenerse en paz o declarar la guerra? ... Si puede la ciudad seguir en paz, y esto depende de nosotros -voy a empezar suponiéndolo así-, afirmo por mi parte que es necesario hacerlo, y pido que el que así opine lo proponga, actúe en consecuencia y no os engañe. Pero si es otro, el que con las armas en la mano y enormes fuerzas en torno suyo os pone por delante como señuelo el nombre de la paz mientras él lleva a cabo acciones de guerra, ¿qué otra solución queda sino defenderse? Si queréis decir, pero sólo decir, que estáis en paz, como él hace, no me opongo a ello. Pero quien considere como tal una paz que le permita a Filipo precipitarse sobre nosotros después de haberse quedado con todo lo demás., quien piense así, digo, en primer lugar está loco, y, además, la paz de que habla lo sería en lo que atañe a vuestro proceder para con Filipo, pero no en cuanto al suyo para con vosotros. Esto es lo que quiere comprar él con todo el dinero que ha repartido: la posibilidad de hostilizaros sin ser él a su vez hostilizado por vosotros.

Si nos esperamos hasta que él confiese que nos hace la guerra, somos los más ingenuos. Porque ni aunque venga a atacar a la propia Ática o el Pireo lo reconocerá así, si se puede juzgar por su proceder para con los demás. Por ejemplo, a los olintios les dijo, cuando se hallaba a cuarenta estadios de la ciudad, que era necesario una de dos cosas, o que dejasen de habitar ellos en Olinto, o él en Macedonia, aunque siempre hasta entonces se había indignado y había despachado embajadores que le defendieran cuando se le acusaba de abrigar tales planes. Otro ejemplo: marchó contra los focenses aparentando ser su aliado, y embajadores de aquel pueblo fueron sus acompañantes durante el viaje, mientras entre nosotros sostenían los más que no iba precisamente a beneficiar a los tebanos el paso de Filipo. Más aún: llegó un día a Tesalia en calidad de amigo y aliado, ocupó Feres y todavía la conserva en su poder, y por último, a esos pobres oreitas les anunció que les enviaba sus tropas movido de su amor hacia ellos, para que les visitasen, pues se había enterado de que la ciudad se hallaba mal a causa de sus disensiones civiles, y era propio de aliados y amigos verdaderos el hallarse presentes en tales trances.

¿Y todavía creéis que quien prefiere engañar antes que declarar la guerra y someter a los pueblos que no le podrían hacer mal alguno, sino todo lo más quizá tomar precauciones contra su ataque, va a guerrear abiertamente contra vosotros en tanto estéis dispuestos a dejaros burlar? No es posible. Pues sería el más necio de todos los hombres si cuando vosotros, los perjudicados, no le reprocháis nada y acusáis en cambio a algunos de vuestros propios conciudadanos, os invitara a dedicarle vuestra atención poniendo fin a vuestras mutuas discordias y rivalidades, y privara a los que perciben su salario de los argumentos con que os detienen, alegando que él no está en guerra con Atenas.

Pero, ¿puede haber acaso, ¡por Zeus!, alguna persona sensata de buena intención que se base en las palabras y no en los hechos para definir quién está en paz y quién en guerra con él? Nadie, supongo yo.

Pues bien, desde el principio, recién concertada la paz, cuando no era aún estratego Diópites ni habían marchado allá los que están ahora en el Quersoneso, Filipo tomó Serrio y Dorisco, y expulsó por la fuerza del fuerte Serrio y el Monte Sagrado a las tropas que había apostado vuestro general.

¿Cuál era su conducta al obrar así? Porque entonces había jurado ya el tratado de paz. Y que nadie diga: Pero, ¿qué significan esas plazas, ni qué se les importa de ellas a la ciudad? Si son o no pequeñas, y si tienen o no importancia para vosotros, esa es ya otra cuestión. Pero la piedad y la justicia tienen tanto valor si se falta a ellas en asunto de poca como de mucha trascendencia. Y ahora vemos que no sólo envía mercenarios al Quersoneso, que el Rey y los griegos tienen como posesión vuestra, sino que confiesa que presta auxilio y lo dice en una carta. ¿Qué es lo que está haciendo? El afirma que no se halla en guerra, pero yo estoy tan lejos de convenir en que, obrando así, se mantiene en paz con vosotros, que afirmo a mi vez que, al intervenir en Megara, instaurar tiranías en Eubea, marchar ahora contra Tracia, intrigar en el Peloponeso y hacer, valiéndose de su fuerza, todo cuanto lleva a cabo, viola con ello el tratado de paz y se halla en guerra con vosotros; a no ser que estiméis que los servidores de una máquina bélica están en paz hasta el momento en que la utilizan contra los muros enemigos. Pero no podéis considerarlo así; el que se Ocupa en preparar los medios para destruirme, ése está en guerra conmigo aunque no me ataque todavía con dardos y espadas.

¿Qué peligros correríais vosotros si triunfara Filipo? Perderíais el Helesponto, vuestro enemigo se adueñaría de Megara y Eubea, y los peloponenses se pondrían de su parte. ¿Y todavía debo considerar en paz con vosotros a quien arremete contra la ciudad con semejante aparto? Ni muchísimo menos; antes bien, declaro yo que desde el día en que aniquiló a los focenses, desde aquel día se halla en guerra.

En cuanto a vosotros os digo que si empezáis hoy mismo a defenderos obraréis cuerdamente; mas si lo demoráis, cuando queráis hacerlo ya no os será posible.

Y tanto difiere mi opinión de la de los demás oradores atenienses, que no creo necesario deliberar ahora sobre el Quersoneso y Bizancio, sino defenderlos, cuidar de que nada les ocurra (enviar a las tropas acantonadas allá todo cuanto necesiten), y luego deliberar, sí, pero acerca de todos los griegos, que corren gravísimo peligro.

Voy a deciros acto seguido por qué me inspira la situación tan serios temores, para que, si son acertados mis razonamientos, os hagáis cargo de ellos y os preocupéis algo al menos de vosotros mismos, ya que, según se ve, los demás no os importan; pero si mis palabras os parecen las de un estúpido o un charlatán, no me tengáis en lo sucesivo por persona normal ni volváis ahora ni nunca a hacerme caso.

Que Filipo, de modesto y débil que era en un principio, se ha engrandecido y hecho poderoso; que los helenos están divididos y desconfían unos de otros; que, si bien es sorprendente que haya llegado a donde está, habiendo sido qUien fue, no lo sería tanto que ahora, dueño de tantos países, extendiera su poder sobre los restantes, y todos los razonamientos semejantes a éstos que podría exponer, los dejaré a Un lado; pero veo que todo el mundo comenzando por vosotros, le tolera lo que ha sido eterna causa de las guerras entre los helenos. ¿Qué es ello? Su libertad para hacer lo que quiera, expoliar y saquear de este modo a todos los griegos uno por uno, y atacar a las ciudades para reducirlas a la servidumbre.

Sin embargo, vosotros ejercisteis la hegemonía helénica durante setenta y tres años, y durante veintinueve los lacedemonios. También los tebanos tuvieron algún poder en estos últimos tiempos a partir de la batalla de Leuctra; pero, no obstante, ni a vosotros ni a los tebanos ni a los lacedemonios os fue jamás, ¡oh atenienses!, permitido por los helenos obrar como quisierais ni mucho menos; al contrario, cuando les pareció que vosotros, o mejor dicho, los atenienses de entonces, no se comportaban moderadamente con respecto a alguno de ellos, todos, incluso los que nada podían reprocharse, se creyeron obligados a luchar contra ellos en defensa de los ofendidos; y de nuevo, cuando los lacedemonios, dueños del poder y sucesores de vuestra primacía, intentaron abusar e introducir cambios justificados en las formas de gobierno, todos les declararon la guerra, hasta los que nada tenían contra ellos. Pero, ¿por qué hablar de los demás? Nosotros mismos y los lacedemonios, que en un principio no teníamos motivo alguno para quejarnos los unos de los otros, nos creíamos, sin embargo, en el deber de hacernos la guerra a causa de las tropelías que veíamos cometer contra otros. Pues bien, todas las faltas en que incurrieron los lacedemonios durante aquellos treinta años y nuestros mayores en los setenta, eran menores, ¡oh atenienses!, que las injurias inferidas por Filipo a los helenos en los trece años mal contados que lleva en primera línea; o, por mejor decir, no eran nada en comparación con ellas.

Esto es fácil demostrarlo con un breve razonamiento. Dejo a un lado a Ülinto, Metona y Apolonia y las treinta y dos ciudades de Tracia, que arrasó tan ceñudamente que no es fácil que quien pase junto a ellas pueda decir si allí ha habido jamás un lugar habitado. Me callo el pueblo focense, tan numeroso, que ha sido exterminado. Pero, ¿cómo está Tesalia? ¿No ha privado a las ciudades de sus constituciones para instaurar tetrarquías de modo que vivan esclavizados, no por poblaciones, sino por pueblos enteros? ¿No tiene ya tiranos en las ciudades de Eubea, y eso en una isla vecina de Tebas y Atenas? ¿No escribe textualmente en sus cartas: Yo estoy en paz con quienes me quieran obedecer? Y no es que escriba así y no lo confirme con hechos, sino que va camino del Helesponto; antes se presentó en Ambracia, es dueño de la Elida, pueblo tan importante del Peloponeso, intrigó hace poco contra Megara, y ni la Hélade entera ni las tierras bárbaras bastan ya para satisfacer la codicia de ese hombre.

Y los griegos, todos los cuales vemos y oímos esto, no nos enviamos mutuamente embajadas para tratar de ello ni nos irritamos; antes bien, mantenemos tan malas relaciones, están tan separadas nuestras ciudades como por foso infranqueable, que hasta el día de hoy no hemos podido llevar a cabo nada útil o conveniente: ni aliarnos, ni concertar ninguna asociación de mutua ayuda y amistad, ni hacer más que contemplar inactivos cómo se engrandece ese hombre, convencido cada cual, al menos según a mí me parece, de que está ganado el tiempo que transcurre mientras sucumbe el vecino, sin que nadie estudie ni ponga en práctica los medios para la salvación de los helenos, aunque no se ignora que, como los accesos periódicos de fiebre o de cualquier otro mal, ataca incluso al que cree hallarse por el momento completamente a salvo.

Además, sabéis perfectamente que las ofensas que recibieron los helenos a manos de los lacedemonios o de nosotros mismos, por lo menos les fueron inferidas por hijos legítimos de la Hélade, lo que podría compararse con lo que sucede cuando un hijo legítimo de casa opulenta hace mal uso de su patrimonio. El hecho en sí merece ciertamente censura y acusación, pero no se puede afirmar que su autor no sea pariente o heredero de la fortuna. Pero si fuese en cambio el hijo supuesto de un siervo quien dilapidase sin duelo lo que no le pertenece, ¡cuánto más grave delito lo considerarían todos! Pues no, no es éste el sentir general con respecto a Filipo y sus actuales fechorías, aunque no es griego ni tiene nada que ver con los griegos ni procede siquiera de un pueblo bárbaro que pueda citarse sin desdoro; es únicamente un miserable macedonio, de un país a donde no se puede ir ni siquiera a comprar un esclavo.

Entonces, ¿qué le falta para llegar al límite de la insolencia? ¿Acaso después de haber destruido las ciudades no preside los Juegos Píticos, competición nacional del pueblo griego, y si él no asiste en persona, no envía a sus agnotetes como esclavos? ¿No es el dueño de las Termópilas y de las cercanías de Grecia? ¿No las ocupa con guarniciones y con mercenarios? ¿No se ha atribuido asimismo la prioridad en las consultas del oráculo, dejándonos de lado a los tesalios, los doríos y otros anfictiones, privilegio del cual ni todos los griegos participan? ¿No dicta el régimen por el cual deben gobernarse los tesalios? ¿No envía mercenarios a Portmos para expulsar a los demócratas de Eretria y a Oreos para instalar la tiranía de Filístides? Y a pesar de todo, los griegos lo ven y toleran, haciendo votos cada cual para que no le caiga encima, pero sin que nadie intente desviarlo.

No sólo nadie resiste esos atropellos contra Grecia, sino ni siquiera ninguno de aquellos de los cuales cada cual es víctima. ¿No se ha llegado ya al límite? ¿No ha ultrajado a los corintios al marchar contra Ambracia y Léucade, o a los aqueos cuando juró que entregaría Neupacto a los etolios, o a los tebanos cuando les tomó Egina? Y en estos instantes, ¿no avanza contra los bizantinos a pesar de que éstos son amigos suyos? Y en lo referente a nuestras posesiones, para no citar otras, ¿no ocupa Cardia, la ciudad más importante del Quersoneso? He aquí, pues, cómo nos trata a todos, en tanto nosotros vacilamos y cedemos y nos contemplamos unos a otros desconfiando todo el mundo, pero no de quien nos ultraja a todos. Además, cuando se haya señoreado de cada uno de nosotros. ¿qué creéis que hará ese hombre que se comporta con todo ei mundo con tan poca vergüenza?

¿Cuál es, pues, la causa de todo esto? Porque no sin razón ni causa justa todos los griegos suspiraban tanto por la libertad y en cambio hoy suspiran por la esclavitud. Pero entonces, ¡oh atenienses! existía en el espíritu de la mayoría algo que hoy no tiene, algo que pudo más que las riquezas de los persas e hizo de Grecia un pueblo libre; una cosa que no fue vencida en ninguna batalla naval ni terrestre, pero que, al ser destruida hoy, lo ha corrompido y revuelto todo. ¿Qué cosa era ésta? Nada complicado ni sutil, sino que los hombres sobornados por quienes querían mandar o llevar a Grecia a la perdición eran odiados por todo el mundo; era cosa gravísima estar convicto de venalidad y este crimen estaba castigado con la máxima pena (sin que valieran súplicas ni indultos para mitigarla). Así la oportunidad de cada uno de estos actos que a menudo ofrece el azar a los descuidados en perjuicio de quienes viven alerta (y a quienes no quieren realizar nada en perjuicio de aquellos que hacen todo lo necesario), no era posible compararla, ni a los oradores ni a los generales, como tampoco la concordia entre los ciudadanos ni la desconfianza hacia los tiranos y los bárbaros, ni, en una palabra, nada semejante.

Ahora todo esto se ha vendido al extranjero como en un mercado, y en cambio nos han importado el origen de la ruina y males de Grecia. ¿Qué es ello? La envidia si alguien ha recibido algo; la sonrisa si lo confiesa (el perdón para los convictos); el odio si alguno lo censura; en fin, todo lo demás que trae consigo el soborno. En efecto, todos tenemos ahora en mucho mayor cantidad que nuestros antepasados trirremes y multitud de hombres y de dinero, abundancia de material de guerra y cuanto puede ser considerado como factor de la potencia de una ciudad. Y sin embargo, todo esto resulta inútil, ineficaz, inaprovechable, por culpa de los que nos venden.

Creo que todo esto al presente lo veis con plena certeza y no necesitáis de testigo. En cambio, os demostraré que la situación era diferente en tiempos anteriores. Y no con palabras mías, sino con textos de vuestros mayores: con la inscripción grabada en la estela de bronce que colocaron ellos en la Acrópolis (no para que les fuese útil, pues sabían obrar como es debido sin necesidad de tales recordatorios, sino para que tuvierais monumentos y ejemplos que os enseñasen la conveniencia de observar su conducta).

¿Qué dice pues la inscripción?
Artmio hijo de Pitonacte, celeíta, reo de atimia y enemigo del pueblo de los atenienses y de los aliados, él y su posteridad.
A continuación están los motivos:
Porque llevó el oro de los medos a los peloponenses.

He aquí la inscripción. Reflexionad, pues, ¡por los dioses!, cuál fue el pensamiento de los atenienses que tal cosa hicieron, cuál su intención. Ellos a un celeíta, Artmio, vasallo del Rey -porque Celea está en Asia-, que, al servicio de su señor, llevó dinero al Peloponeso, no a Atenas, lo inscribieron como a su enemigo, tanto a él como a su descendencia, y les impusieron la atimia. Pero no es la atimia de la que suele generalmente hablarse. Pues, ¿qué le importaba a un celeíta no poder participar de los derechos de los atenienses?

Es que en las leyes criminales está legislado con respecto a aquellos cuya muerte no puede dar lugar a un procedimiento por asesinato (es decir, que pueden ser muertos impunemente sin venganza, dice muera). Lo que quiere decir es, pues, que está libre de culpa quien haya matado a uno de esos individuos. Por tanto, los antiguos consideraban que les incumbía la seguridad colectiva de los helenos. Porque no les habría importado que una persona comprara o sobornase a cualquiera en el Peloponeso si no hubieran opinado así. Pero tanto castigaban y perseguían a los convictos de este delito, que incluso grababan en piedra su condenación. He aquí la causa de que, como debe ser, los helenos fuesen objeto de terror para los bárbaros, mas no los bárbaros para los helenos.

Pero no sucede así ahora; porque no pensáis del mismo modo, ni en este aspecto ni en ningún otro. ¿Pues cómo? Ya lo sabíais vosotros. ¿Por qué vamos a echaros la culpa de todo? De manera parecida, no mejor que vosotros, se comportan todos los demás. Por eso digo que la situación actual exige muchos esfuerzos y buenos consejos. ¿Cuáles? ¿Lo digo? ¿No os irritaréis?

[…] Aquí lee parte de un memorial…

Hay, de parte de los que quieren consolar a la ciudad, una forma de expresarse ingenua asegurándoos que Filipo no es tan fuerte como antes los lacedemonios, que dominaban el mar y la tierra entera, tenían al Rey por aliado y nada se les resistía. Pero, con todo, la ciudad se defendió también contra ellos y no sucumbió.

Pues, por mi parte, creo que habiéndose progresado mucho en casi todas las cosas, de modo que lo de hoy no se parece en nada a lo de otros tiempos, en ningún aspecto se han producido mayores revoluciones y adelantos que en el militar.

En primer lugar, tengo entendido que entonces los lacedemonios, como todos los demás, invadían un país durante cuatro o cinco meses, precisamente en la estación favorable, lo devastaban con hoplitas y tropas movilizadas y se volvían a su tierra. Y tan a la antigua procedían, o mejor dicho, con tal espíritu ciudadano, que ni siquiera compraban nada a nadie con dinero, y la guerra era abierta y leal. Ahora, por el contrario, supongo que veis cómo los mayores fracasos los provocan los traidores, sin que ocurra nada por causa de las disposiciones estratégicas ni de las batallas; y oís decir por qué Filipo no se presenta donde le plazca por llevar consigo una falange de hoplitas, sino por tener a su disposición tropas ligeras, jinetes, arqueros, mercenarios; un ejército, en fin, así formado. En esas condiciones se presenta ante las ciudades, debilitadas por disensiones civiles, y una vez que nadie ha salido en defensa de su país por desconfianza, instala sus máquinas de guerra y se pone a sitiar aquéllas. Y no hay por qué hablar de verano ni de invierno, que no hace distingos, ni hay ninguna estación especial en que deje de actuar.

Pues bien, ya que todos sabéis y os dais cuenta de estos hechos, no debéis permitir que la guerra llegue a este territorio ni dejaros desazonar mientras contempláis la sencillez de la contienda de entonces contra los lacedemonios, sino preveniros con toda la anticipación posible por medio de vuestros actos y preparativos, cuidando de que no pueda moverse de su casa, para no tener que luchar cuerpo a cuerpo con él. Porque con miras a la guerra tenemos muchas ventajas naturales, atenienses, si nos decidimos a hacer lo que es e necesario, en la configuración de su país, que puede fácilmente devastarse, y en otras mil cosas. Pero para una batalla, Filipo está más ejercitado que nosotros.

Pero no basta conocer esto ni rechazar en las operaciones militares a Filipo. Es menester también, razonada y deliberadamente, odiar a aquellos que entre nosotros hablan a su favor, teniendo en cuenta que no es posible vencer a los enemigos de la ciudad antes de haber castigado a los hombres que dentro de la misma le sirven. Y ¡por Zeus y por los otros dioses!, vosotros ya no podréis hacer esto, no habéis llegado a tal grado de estupidez o locura, ya no sé cómo llamarlo -porque a veces me ha venido el miedo de creer que es un mal espíritu el que trae todo esto-, que por el gozo de oír insultos, calumnias, burlas, o, por el motivo que sea, a unos hombres que se venden, algunos de los cuales ni tan sólo negarían que lo hacen, los invitáis a que tomen la palabra y os reís alegremente si injurian a alguien. Y aun no es esto lo terrible, por mucho que lo sea, sino que a esos hombres les habéis dado más seguridad para su política que a quienes hablan en interés vuestro; y, con todo, fijaos en cuántas calamidades trae el querer escuchar a personas de esa clase. Citaré hechos de todos conocidos

Había en Olinto unos políticos partidarios de Filipo que le apoyaban en todo, pero también otros ciudadanos amantes de la paz, del bien público, que procuraban no llegar a ser esclavos. Pues bien, ¿quiénes perdieron a su patria? ¿O quiénes traicionaron a la caballería, vendida la cual cayó Olinto? Los amigos de Filipo, que, cuando la ciudad existía, acusaban a los que hablaban en interés común y les calumniaban de tal modo que, por ejemplo, a Apolónides llegó incluso a desterrarlo el pueblo de los olintios, convencido por ellos. Pero no era aquella ciudad la única en que esas tendencias causaban todos los males. También en Eretria, cuando, retirados Plutarco y los mercenarios, el pueblo tomó posesión de la ciudad y de Portmos, unos querían orientar la política hacia vuestra amistad y otros hacia Filipo. Pues bien, los pobres y míseros eretrenses que hacían más caso, por lo regular, a esos últimos, terminaron por dejarse convencer y desterrar a los que hablaban en interés nacional.

Y en efecto, luego de mandar su aliado Filipo a Hipónico y a mil mercenarios, destruyó las murallas de Portmos e instauró allí tres tiranos: Hiparco, Automedonte y Clitarco. Y luego los ha expulsado por dos veces del país, ya que se querían salvar (enviándoles primeramente los mercenarios que mandaba Euríloco y más tarde los de Parmenión).

Mas, ¿por qué citar muchos ejemplos? En Oreos actuaban a favor de Filipo -y eso lo sabían todos-, Filístedes, Menipo, Sócrates, Toantes y Agapeo, los mismos que ahora gobiernan a la ciudad; y un tal Eufreo, que en tiempos habitó entre nosotros aquí, trabajaba para que el pueblo fuera libre y no sirviese a nadie. Sería muy largo de contar cómo fue ultrajado y vilipendiado por la plebe en diversas ocasiones; pero sobre todo el año antes de la toma de la ciudad, denunció como traidores a Filístides y los suyos, cuyo comportamiento había observado. Congregada entonces una turbamulta de ciudadanos, que tenía a Filipo como director y patrono, encarcelaron a Eufreo, acusado de promover disturbios en la ciudad. El pueblo de los oreítas, que lo estaba contemplando y que debía haber prestado auxilio al uno y apaleado a los otros, no se irritó contra ellos, manifestó que Eufreo lo tenía merecido y se alegró de su suerte. En lo sucesivo, el otro grupo gozó de toda la libertad que quiso y pudo hacer preparativos y poner en práctica los medios para que la ciudad fuese tomada. Y si alguno del pueblo lo notaba, aterrorizado, guardaba silencio recordando lo que había ocurrido a Eufreo; tal era el estado de ánimo, que nadie osó abrir la boca ante aquella catástrofe que se avecinaba, hasta que el enemigo se presentó en orden de batalla ante los muros. Entonces los unos se defendieron y los otros los traicionaron. Y habiendo caído la ciudad de modo tan innoble y vergonzoso, los traidores gobiernan en ella tiránicamente después de haber desterrado o muerto a los mismos que entonces les habían defendido y mostrándose dispuestos a hacer cualquier cosa con Eufreo; y en cuanto a éste, se dio muerte por propia a mano, dando así testimonio de la justicia y desinterés con que se había opuesto a Filipo en pro de sus conciudadanos.

Pero, ¿cuál fue la causa -preguntaréis, tal vez con asombro- de que los olintios, eretrienses y a oreítas acogieran mejor a los defensores de Filipo que a los suyos propios? Pues la misma que aquí: los que hablan en interés común no pueden a veces hacerlo, ni aunque quieran decir algo agradable, ya que es preciso examinar los medios para salvar la situación. En cambio, con las mismas palabras con que os deleitan, prestan ayuda a Filipo.

Pedían impuestos y los otros argüían que no era necesario. Exhortaban a luchar y no confiarse y los otros a seguir en paz; hasta que fueron sometidos. Y así ocurriría, supongo yo, en todos los demás aspectos, para no enumerarlos uno por uno. Los unos les decían lo que les habría de agradar y los otros lo que les pudiera salvar. Y por fin el pueblo tuvo que soportar muchas cosas, no por complacencia ni ignorancia, sino cediendo a sabiendas, por considerarse totalmente derrotado.
Temo, ¡por Zeus y por Apolo!, que os ocurra lo mismo a vosotros, cuando reflexionéis y os deis cuenta de que no hay solución alguna. ¡Ojala no se llegue jamás a tal extremo, oh atenienses! Mejor morir mil veces que cometer bajezas por adular a Filipo (o entregar a alguno de los que os hablan por vuestro bien).

¡Bonito agradecimiento, en verdad, ha recibido ahora el pueblo de los oleítas por confiarse a los amigos de Filipo y quitar de en medio a Eufreo! ¡Bonito el de los eretrios, por expulsar a vuestros delegados y entregarse a Clitarco! Ahí están esclavizados, bajo la amenaza del látigo y del puñal. ¡Buena indulgencia ha demostrado con los olintios después que lo hicieron Hiparco Alastenes y desterraron a Apolónides! Pero locura o cobardía fuera esperarla; locura y cobardía de quienes toman decisiones perjudiciales, no quieren hacer nada de lo que conviene y escuchan, por el contrario, a los portavoces del enemigo, que creen que habitan una ciudad tan grande que ocurra lo que ocurra no sufrirá daño alguno. Y además, la vergüenza de decir después: ¿Quién habría pensado que iba a suceder tal cosa? ¡Por Zeus! debimos haber hecho esto o aquello, o no haber hecho lo otro. Muchas cosas podrían decir ahora también los olintios que, si entonces las hubieran sabido, les habrían librado de caer. Y muchas también los oreítas y los focenses y todos los que han sucumbido. Pero, ¿de qué sirven ya? Mientras esté a flote un navío, sea grande o pequeño, los marinos, el piloto, todo el mundo sin excepción, deben afanarse con ardor y procurar que nadie, intencionadamente o no, lo eche a pique: pero, una vez el agua sobre cubierta, es en vano todo trabajo.

Y nosotros, varones atenienses, mientras estamos a salvo, disponiendo de la más poderosa ciudad, multitud de recursos e inmejorable reputación..., ¿qué debemos hacer? Quizá alguno de los que aquí Se sientan querría habérmelo, preguntado hace tiempo. Pues bien, se lo diré, ¡por Zeus!, y lo propondré por escrito para que lo acordéis si os place.

Primeramente defendernos nosotros mismos y prepararnos con galeras, con dinero y con soldados -porque aun cuando los demás griegos se conformaran en ser esclavos, nosotros tenemos que combatir por la libertad-; y cuando hayamos hecho debidamente todos estos preparativos y lo hayamos puesto de manifiesto, llamemos a los demás y enviemos embajadores que nos vayan informando (a todas partes, al Peloponeso, a Rodas, a Quío; incluso diré que al Rey, porque tampoco a él ha de serie indiferente dejar que Filipo lo revuelva todo); y así, caso de que les convenzáis, tendréis quien comparta con vosotros los peligros y los gastos si ello es necesario, y en caso contrario, por lo menos ganaréis tiempo; y el tiempo, cuando la guerra tiene efecto contra un hombre y no contra la fuerza de un Estado constituido, es inútil, como tampoco son nuestras embajadas recientes al Peloponeso y las acusaciones que yo y Poliuto, este buen patriota, Hegesipo y los demás enviados helenos llevado a todas partes desde el momento en que obrando de esta manera le hemos obligado a detenerse y no marchar contra Ambracia ni lanzarse sobre el Peloponeso.

Por supuesto, no digo que exhortemos a los otros mientras nosotros no queremos hacer nada de lo que conviene a la ciudad. Porque sería una simpleza que, descuidando nuestros propios intereses, pretendiéramos cuidar de los otros, y sin ocuparnos en el presente, suscitáramos en el ánimo de los demás el miedo al porvenir. Yo no afirmo esto; por el contrario afirmo que hay que mandar dinero a la gente nuestra que está en el Quersoneso, hacer cuanto nos piden y prepararnos personalmente (y que nosotros seamos los primeros en efectuar lo necesario) , invitar a los demás griegos, juntarlos, informarlos, y hacerles reproches: he aquí lo propio de una ciudad tan digna como la nuestra.

Si pensáis que los calcídicos o megarenses pueden salvar a la Hélade mientras os sustraéis vosotros a vuestra tarea, estáis equivocados. Contentos se verían todos si ellos pudieran salvarse por sí solos. Pero eso debéis hacerlo vosotros, ya que para vosotros fue también para quienes los antepasados conquistaron a costa de muchos y grandes peligros este honor que os han legado.

Y si cada uno de vosotros permanece inactivo, corriendo sólo tras lo que desea y pensando en la manera de no hacer nada él, en primer lugar no hay cuidado de que vaya a encontrar quien lo haga por él, y además, temo que nos sea forzoso hacer a un tiempo todo lo que de buen grado no queremos.

Esto es lo que afirmo, esto es lo que propongo. Opino que si es aprobado el decreto que propongo, todavía será posible restablecer la situación. Si alguien puede proponer algo mejor que esto, que lo diga y nos aconseje. Y lo que vosotros decidáis, ruego a todos los dioses que sea para bien.

Repetidamente me vengo dando cuenta, varones atenienses, de que cuando se pronuncian discursos acerca de lo que Filipo hace y deshace por la fuerza contraviniendo las cláusulas del tratado de paz, los pronunciados en favor nuestro aparecen beneficiosos y justos y de que todos vosotros juzgáis que los oradores que acusan a Filipo dicen lo que deben decir. Pero también me doy cuenta de que no se pone en práctica absolutamente nada de lo que sería necesario hacer; ni siquiera aquello que justificaría el estar escuchando a los oradores. Al revés, la situación general de la ciudad ha llegado a un punto tal que, cuando más y más claramente se comprueba que Filipo comete transgresiones contra la paz que concluyó con vosotros y maquina proyectos contra todos los helenos, tanto más difícil resulta aconsejaros lo que debe hacerse.

La causa de esto radica en que, necesitándose reprimir con hechos y no sólo con palabras a quienes buscan por encima de todo aumentar sus caudales, nosotros los oradores rehuimos proponeros y aconsejaros nada, temerosos de vuestra animosidad; en cambio, disertamos largamente sobre lo que está haciendo Filipo, insistiendo en que son cosas terribles y difíciles de tolerar. Los que me escucháis estáis mejor preparados que Filipo para lanzar discursos rebosantes de justicia y para comprender a otros cuando los pronuncian, pero no dais muestras de energía para marcarle el alto en las empresas en que se ha embarcado.

Con lo cual acontece lógicamente lo que no puede menos de acontecer: que prospera aquello en lo que cada cual pone su empeño y diligencia; los hechos para Filipo y para vosotros los discursos. De moco que si también en el día de hoy nos basta con exponer lo que conviene la cosa resulta fácil y no requiere esfuerzo alguno. Pero si se hace necesario examinar el modo de que la situación actual mejore y los males no vayan aún más lejos, sin apenas nosotros darnos cuenta, y la manera de que no se levante un poderío tan enorme que ya no podamos enfrentárnosle, entonces es menester que modifiquemos el método de deliberar, dejando a un lado el anterior; porque, ya se trate de nosotros, los oradores, o de vosotros, los oyentes, hay que preferir lo útil y conveniente a lo más fácil y agradable.

Ante todo, varones atenienses, me maravilla que alguien pueda sentirse tranquilo viendo cuán poderoso es ya Filipo y de cuántas regiones se ha apoderado, y juzgue que eso no implica un peligro para la ciudad, y que todo junto sean preparativos contra nosotros. Y a todos quiero suplicar indistintamente que escuchéis la exposición que en pocas palabras haré de las razones que me hacen prever todo lo contrario y considerar a Filipo como un enemigo, a fin de que, caso de que halléis mejores mis previsiones, hagáis caso de mí; pero si preferís a quienes se mantienen tranquilos y en él confían, a ellos sigáis.

Porque yo varones atenienses, discurro así: ¿De qué ha empezado Filipo a hacerse dueño, una vez concluida la paz? De las Termópilas y de la República de Fócida. ¿Por qué? ¿Qué uso ha hecho de ello? Ha elegido servir a los intereses de los tebanos y no a los de los atenienses. Pero, ¿por qué? Porque dirigiendo sus cálculos a su engrandecimiento y a subyugarlo todo y no hacia la paz, ni la tranquilidad, ni nada que sea justo, creo que ha visto muY bien que a nuestra ciudad y a un pueblo como el vuestro nada podía prometer ni hacer que le indujera a abandonar por vuestra ventaja personal ninguno de los demás países griegos, sino que, al contrario, teniendo en cuenta lo que es justo, huyendo de la infamia que representa una política semejante y previniendo todo lo que sea necesario, caso de que emprendiera algo parecido, os opondríais a él en forma tan enérgica como si con él estuvierais en guerra. En cambio pensaba -y así ha ocurrido- que los tebanos, a trueque de ciertas ventajas, le dejarían hacer cuanto quisiera en todo lo demás, y no sólo no intentarían nada en contra suya ni le detendrían, sino que harían la campaña junto a él si así se lo mandaba. Y actualmente favorece a los mesenios y a los argivos por las mismas razones. Lo cual es el elogio más grande para vosotros, varones atenienses.

Porque, según se desprende de estos hechos, sois temidos por él como los únicos que entre todos sois incapaces de sacrificar los derechos comunes de Grecia para vuestro beneficio personal, ni cambiar por ningún favor ni interés vuestra lealtad hacia los griegos; y tiene razón al suponer esto de vosotros, cosa muy contraria a lo que supone de los argivos y de los tebanos: no sólo tiene en cuenta el presente, sino también el pasado. Y se da cuenta y oye decir que cuando a vuestros antepasados les era posible señorear sobre los demás griegos a condición de que aquéllos obedecieran al Rey, no sólo no aceptaron esta propuesta cuando Alejandro, el antepasado de Filipo, llegó en su calidad de heraldo a proponérselo, sino que prefirieron abandonar su país y afrontar toda clase de sufrimientos; y luego de esto realizaron tales hazañas que todo el mundo siente deseo de contarlas, pero nadie ha podido celebrarlas dignamente; y por esto también yo haré bien en dejar este asunto, porque las acciones de ellos son demasiado grandes para que nadie las iguale con palabras; en cambio, los antepasados de los tebanos y de los argivos combatieron unos al lado de los bárbaros y los otros no se resistieron a Filipo, como éste sabe muy bien. Por tanto no ignora que estos dos pueblos acogerían con gusto cuanto les fuera particularmente ventajoso, sin parar mientes en los intereses comunes a los demás griegos. Por ello suponía que si os tomaba a vosotros, obtendría unos amigos para las causas justas, en tanto que si se unía con ellos lograría unos auxiliares, para su ambición. He aquí por qué entonces y ahora los ha preferido a vosotros; y no porque los vea más provistos de galeras que vosotros, ni porque le haya impulsado a renunciar al mar y a los puertos comerciales, ni porque se acuerde de las palabras ni de las promesas mediante las cuales obtuvo la paz.

Mas, ¡por Zeus!, tal vez alguien dirá, con aires de saberlo todo, que no es por ambición ni por ninguno de los motivos que le imputo que Filipo haya obrado de esta forma, sino porque se da cuenta, de que los tebanos tienen más razón que vosotros. He aquí precisamente el único argumento que hoy no puede alegar Filipo; porque el hombre que ordena a los lacedemonios que renuncien a Mesenia, ¿cómo podría, luego de haber entregado a Orcomenes y Queronea a los tebanos, argumentar que lo ha efectuado porque lo consideraba justo?

Pero se ha visto forzado por Zeus, a ello, me dirán como defensa última y a disgusto suyo, cogido entre la caballería tesalia y la infantería tebana, ha tenido que hacer esas concesiones. Muy bien: por esto dicen que actualmente desconfía de los tebanos y hay personas que hacen correr que va a fortificar Elatea.

Yo opino que sí, que tiene esta intención y que la seguirá manteniendo; pero, en cambio, cuando se trata de unirse con los mesenios y los argivos contra los lacedemonios, no tiene ninguna intención de ello, pues les manda mercenarios y dinero, y parece que le esperan a él en persona con un gran ejército. ¿Destruye a los lacedemonios porque son enemigos de los tebanos y en cambio salva actualmente a los focenses que arruinó de buenas a primeras? ¿Y quién iba a creerse esto? No; a pesar de que Filipo hubiera efectuado eso antes a la fuerza y contra su voluntad y que actualmente se desentendiera de los tebanos, no sospecho que se mostrase en forma tan constante como adversario de los enemigos de éstos; al contrario, de lo que actualmente realiza se deduce que también hizo aquello otro porque quiso, y todo junto, si uno lo observa bien, demuestra que toda su política está ordenada contra nuestra ciudad.

Además, en cierta manera, se ve obligado a ello. Fijaos: quiere dominar, y ha comprendido que vosotros sois sus únicos antagonistas. Ya hace tiempo que os causa daños, y tiene plena conciencia de ello; porque las posiciones vuestras que actualmente ocupa son las que le aseguran sus otras conquistas. En efecto, si hubiera abandonado Anfípolis y Potidea; no podría considerarse seguro ni en su casa. Así pues, sabe estas dos cosas: que él hace planes contra vosotros y que tenéis noticias de ello. Y como os considera inteligentes, piensa que tenéis razones para odiarlo y por eso está irritado; porque prevé que será castigado si se os presenta ocasión caso de que él no se os adelante a hacerlo. Por eso vigila, está alerta y halaga a algunos tebanos contra nuestra ciudad, así como a los peloponenses que simpatizan con sus deseos. Piensa que su ambición hará que acepten las ventajas inmediatas y su estupidez no les dejará prever nada de lo que vendrá posteriormente. De todos modos, la gente que reflexione, aunque sea un poco, podrá contemplar bajo sus ojos los ejemplos que he tenido ocasión de citar á los mesenios y a los argivos. Pero tal vez valdría más que os lo explicara también a vosotros.

¿Os imagináis, mesenios, les decía, con qué impaciencia los olintios hubieran escuchado a alguien que hubiese hablado contra Filipo en aquella época en que éste les abandonaba Antemunte, ciudad que hasta entonces todos los reyes de Macedonia habían reivindicado y les regalaba Potidea después de haber ahuyentado de ella a los colonos atenienses o arrostraba la enemistad de Atenas, a fin de darles a ellos el usufructo de aquel territorio? ¿Pensáis que esperaban ser objeto de un trato como el que han recibido, y que si alguien se lo hubiese dicho no le habrían hecho caso? Nada de esto.

Y, ¿qué decir de los tesalos? Créeis, les decía yo, cuando Filipo expulsaba a su tiranos, o todavía, cuando les entregaba Nicea y Magnesia, y esperaban ellos esta decarquía que actualmente ha instituido en su casa que quien les devuelve el puesto del Consejo Anfictiónico va a quedarse con sus propias riendas? Nada de esto. Y con todo, ahí ha ocurrido, y todo el mundo puede saberlo. Y vosotros -les aconsejaba contemplad los dones y las promesas de Filipo; pero si tenéis cordura, rogad a los dioses que no tengáis que ver sus engaños y sus trapacerías. Claro está. ¡Por Zeus!, les decía yo, que hay toda clase de inventos para proteger y asegurar las ciudades, como estacadas, murallas fosos y otras cosas parecidas. Todo esto tiene que efectuarse con las manos Y trae aparejado unos gastos; pero el instinto, en los hombres razonables, tiene en sí mismo una salvaguarda común, que es una protección excelente para todo el mundo, pero especialmente para las democracias frente a los tiranos. ¿Y qué es ello? La desconfianza. Guardadla y aferraos a ella: si la conserváis no tendréis que sufrir ningún daño. ¿Qué deseáis? -les predecía-. ¿La libertad? ¿Pues no veis que incluso los títulos de Filipo son lo más contrario de ella? Los reyes y los tiranos son por naturaleza enemigos de la libertad y adversarios de las leyes. ¿No queréis vigilar que buscando saliros de una guerra os encontréis con un tirano?

Pero ellos, luego de haber oído esto y de haberlo aprobado tumultuosamente como otros muchos discursos de los embajadores -primero ante mí y, según parece, también más tarde-, no se desprenderán de la amistad de Filipo ni de sus promesas. Y eso nada tiene de absurdo, o sea que unos mesenios y unos peloponenses tomen un partido diferente del que racionalmente se les hace comprender que es el mejor. Mas vosotros, que comprendéis por vosotros mismos y que oís decir a los oradores que se están efectuando planes contra vosotros y que se os rodea de trampas, me temo que, por no hacer nada a tiempo, cuando menos lo penséis tendréis que hacer frente a todo. De tal forma el goce inmediato y la molicie tienen mucha mayor fuerza que los intereses futuros.

En cuanto a lo que os es necesario hacer, ya lo discutiremos más tarde entre vosotros si tenéis cordura; pero qué respuesta tenéis que dar ahora y qué cosa tenéis que decidir con vuestro voto, voy a decíroslo en seguida. (Interrupción mientras salen los embajadores)

Sería justo en estos momentos, ¡oh atenienses!, que llamaseis a quienes os han traído las promesas a base de las cuales os han persuadido a efectuar la paz. Porque ni yo hubiera consentido nunca en encargarme de la embajada, ni VOsotros, ya lo sé, habríais puesto fin a la guerra si hubieseis pensado que Filipo, una vez obtenida la paz, haría cuanto ha realizado. Pero lo que entonces se dijo era cosa muy diferente a lo que ha ocurrido. Y todavía sería necesario llamar a otros. ¿Quiénes? Aquellos que, cuando una vez efectuada la paz, al regresar yo de la segunda embajada que mandasteis para el intercambio de juramentos, dime cuenta de que engañaban a la ciudad y lo dije y lo atestigüé públicamente, oponiéndome al abandono de las Termópilas y de la Fócida, decían que ya era de esperar que un abstemio como yo fuera un cascarrabias y un mal genio; pero que Filipo; si pasaba adelante, haría todo lo que vosotros podíais desear y fortificaría Tespia y Platea, pondría fin a la insolencia de los tebanos, abriría a su costa un canal a través del Quersoneso y os devolvería Eubea y Oropos a cambio de Anfípolis. Porque todo esto fue dicho aquí mismo, en esta tribuna; ya sé que lo recordáis, aunque vosotros no sois muy buenos para recordar aquellas cosas que os causan daño. Y lo más ignominioso de todo es que, en vista de esas esperanzas, decretasteis que este pacto sería válido para vuestros descendientes. Tan completamente hechizados estabais.

Más, ¿por qué refiero actualmente esto y por qué afirmo que es necesario llamar a aquellos hombres? ¡Por los dioses!, voy a deciros la verdad, con entera franqueza y sin ocultar nada. No para llegar a los insultos ni para dar ocasión de hablar en plan de igualdad ante vosotros, procurando a quienes han chocado conmigo desde el primer momento una excusa para volver a cobrar de Filipo; ni tampoco para poder hablar con entera libertad. No, pero pienso que algún día las acciones de Filipo os causarán más daño que hoy, porque contemplo los progresos que realiza su empresa y no quisiera acertarlo, mas temo que esto esté ya demasiado próximo. Y cuando no os quede posibilidad de desentenderos de los acontecimientos ni oigáis decir, a mí o a cualquier otro, que todo va contra vosotros, sino que lo veáis con vuestros propios ojos y os deis perfecta cuenta de ello, pienso que entonces no os irritaréis y que seréis rigurosos. Por eso tengo miedo de que frente al silencio de los embajadores, que mucho se han guardado de decir por qué razones saben ellos que los han sobornado, vuestra indignación caiga sobre quienes se esfuerzan en enderezar alguna de las cosas que por culpa de ellos se han torcido. Porque observo que a menudo ciertos hombres desatan su rabia, no contra los culpables, sino contra quienes tienen más a mano.

Por tanto, mientras aún se están fraguando los acontecimientos y nosotros nos escuchamos mutuamente, quiero recordar a cada uno de vosotros, a pesar de que todos lo sabéis muy bien, que es el hombre que os convenció para que abandonarais la Fócida y las Termópilas, abandono que hizo de Filipo el dueño de la una y de las otras, le ha hecho asimismo dueño de los caminos del Ática y del Peloponeso y os ha forzado a deliberar, no sobre vuestros derechos ni sobre la situación exterior, sino sobre la situación del país y la guerra contra el Ática, esta guerra que a todos hará sufrir cuando esté aquí, pero que nació aquel mismo día. Porque si entonces no hubieseis sido engañados, actualmente no existiría problema para la ciudad: No, Filipo no hubiera podido obtener ni una victoria naval que le permitiese venir hacia el Ática con un ejército ni atacarnos por tierra a través de las Termópilas y de la Fócida. Antes bien, o hubiera procedido con arreglo a derecho, manteniendo la paz y sin promover querellas, o bien inmediatamente se hubiese encontrado en una guerra parecida a la que entonces le hizo desear la paz.

Os he dicho lo suficiente para despertar vuestros recuerdos. Más, por los dioses, que estas cosas no lleguen a verificarse nunca con demasiada exactitud. Porque no querría yo que nadie, ni aún siendo digno de la muerte, sufriera su castigo con daño y detrimento de nuestra ciudad.
Vistas: 296 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2013-08-16 | Comentarios (0)

Segunda filípica

Demóstenes







Repetidamente me vengo dando cuenta, varones atenienses, de que cuando se pronuncian discursos acerca de lo que Filipo hace y deshace por la fuerza contraviniendo las cláusulas del tratado de paz, los pronunciados en favor nuestro aparecen beneficiosos y justos y de que todos vosotros juzgáis que los oradores que acusan a Filipo dicen lo que deben decir. Pero también me doy cuenta de que no se pone en práctica absolutamente nada de lo que sería necesario hacer; ni siquiera aquello que justificaría el estar escuchando a los oradores. Al revés, la situación general de la ciudad ha llegado a un punto tal que, cuando más y más claramente se comprueba que Filipo comete transgresiones contra la paz que concluyó con vosotros y maquina proyectos contra todos los helenos, tanto más difícil resulta aconsejaros lo que debe hacerse.

La causa de esto radica en que, necesitándose reprimir con hechos y no sólo con palabras a quienes buscan por encima de todo aumentar sus caudales, nosotros los oradores rehuimos proponeros y aconsejaros nada, temerosos de vuestra animosidad; en cambio, disertamos largamente sobre lo que está haciendo Filipo, insistiendo en que son cosas terribles y difíciles de tolerar. Los que me escucháis estáis mejor preparados que Filipo para lanzar discursos rebosantes de justicia y para comprender a otros cuando los pronuncian, pero no dais muestras de energía para marcarle el alto en las empresas en que se ha embarcado.

Con lo cual acontece lógicamente lo que no puede menos de acontecer: que prospera aquello en lo que cada cual pone su empeño y diligencia; los hechos para Filipo y para vosotros los discursos. De moco que si también en el día de hoy nos basta con exponer lo que conviene la cosa resulta fácil y no requiere esfuerzo alguno. Pero si se hace necesario examinar el modo de que la situación actual mejore y los males no vayan aún más lejos, sin apenas nosotros darnos cuenta, y la manera de que no se levante un poderío tan enorme que ya no podamos enfrentárnosle, entonces es menester que modifiquemos el método de deliberar, dejando a un lado el anterior; porque, ya se trate de nosotros, los oradores, o de vosotros, los oyentes, hay que preferir lo útil y conveniente a lo más fácil y agradable.

Ante todo, varones atenienses, me maravilla que alguien pueda sentirse tranquilo viendo cuán poderoso es ya Filipo y de cuántas regiones se ha apoderado, y juzgue que eso no implica un peligro para la ciudad, y que todo junto sean preparativos contra nosotros. Y a todos quiero suplicar indistintamente que escuchéis la exposición que en pocas palabras haré de las razones que me hacen prever todo lo contrario y considerar a Filipo como un enemigo, a fin de que, caso de que halléis mejores mis previsiones, hagáis caso de mí; pero si preferís a quienes se mantienen tranquilos y en él confían, a ellos sigáis.

Porque yo varones atenienses, discurro así: ¿De qué ha empezado Filipo a hacerse dueño, una vez concluida la paz? De las Termópilas y de la República de Fócida. ¿Por qué? ¿Qué uso ha hecho de ello? Ha elegido servir a los intereses de los tebanos y no a los de los atenienses. Pero, ¿por qué? Porque dirigiendo sus cálculos a su engrandecimiento y a subyugarlo todo y no hacia la paz, ni la tranquilidad, ni nada que sea justo, creo que ha visto muY bien que a nuestra ciudad y a un pueblo como el vuestro nada podía prometer ni hacer que le indujera a abandonar por vuestra ventaja personal ninguno de los demás países griegos, sino que, al contrario, teniendo en cuenta lo que es justo, huyendo de la infamia que representa una política semejante y previniendo todo lo que sea necesario, caso de que emprendiera algo parecido, os opondríais a él en forma tan enérgica como si con él estuvierais en guerra. En cambio pensaba -y así ha ocurrido- que los tebanos, a trueque de ciertas ventajas, le dejarían hacer cuanto quisiera en todo lo demás, y no sólo no intentarían nada en contra suya ni le detendrían, sino que harían la campaña junto a él si así se lo mandaba. Y actualmente favorece a los mesenios y a los argivos por las mismas razones. Lo cual es el elogio más grande para vosotros, varones atenienses.

Porque, según se desprende de estos hechos, sois temidos por él como los únicos que entre todos sois incapaces de sacrificar los derechos comunes de Grecia para vuestro beneficio personal, ni cambiar por ningún favor ni interés vuestra lealtad hacia los griegos; y tiene razón al suponer esto de vosotros, cosa muy contraria a lo que supone de los argivos y de los tebanos: no sólo tiene en cuenta el presente, sino también el pasado. Y se da cuenta y oye decir que cuando a vuestros antepasados les era posible señorear sobre los demás griegos a condición de que aquéllos obedecieran al Rey, no sólo no aceptaron esta propuesta cuando Alejandro, el antepasado de Filipo, llegó en su calidad de heraldo a proponérselo, sino que prefirieron abandonar su país y afrontar toda clase de sufrimientos; y luego de esto realizaron tales hazañas que todo el mundo siente deseo de contarlas, pero nadie ha podido celebrarlas dignamente; y por esto también yo haré bien en dejar este asunto, porque las acciones de ellos son demasiado grandes para que nadie las iguale con palabras; en cambio, los antepasados de los tebanos y de los argivos combatieron unos al lado de los bárbaros y los otros no se resistieron a Filipo, como éste sabe muy bien. Por tanto no ignora que estos dos pueblos acogerían con gusto cuanto les fuera particularmente ventajoso, sin parar mientes en los intereses comunes a los demás griegos. Por ello suponía que si os tomaba a vosotros, obtendría unos amigos para las causas justas, en tanto que si se unía con ellos lograría unos auxiliares, para su ambición. He aquí por qué entonces y ahora los ha preferido a vosotros; y no porque los vea más provistos de galeras que vosotros, ni porque le haya impulsado a renunciar al mar y a los puertos comerciales, ni porque se acuerde de las palabras ni de las promesas mediante las cuales obtuvo la paz.

Mas, ¡por Zeus!, tal vez alguien dirá, con aires de saberlo todo, que no es por ambición ni por ninguno de los motivos que le imputo que Filipo haya obrado de esta forma, sino porque se da cuenta, de que los tebanos tienen más razón que vosotros. He aquí precisamente el único argumento que hoy no puede alegar Filipo; porque el hombre que ordena a los lacedemonios que renuncien a Mesenia, ¿cómo podría, luego de haber entregado a Orcomenes y Queronea a los tebanos, argumentar que lo ha efectuado porque lo consideraba justo?
Pero se ha visto forzado por Zeus, a ello, me dirán como defensa última y a disgusto suyo, cogido entre la caballería tesalia y la infantería tebana, ha tenido que hacer esas concesiones. Muy bien: por esto dicen que actualmente desconfía de los tebanos y hay personas que hacen correr que va a fortificar Elatea.

Yo opino que sí, que tiene esta intención y que la seguirá manteniendo; pero, en cambio, cuando se trata de unirse con los mesenios y los argivos contra los lacedemonios, no tiene ninguna intención de ello, pues les manda mercenarios y dinero, y parece que le esperan a él en persona con un gran ejército. ¿Destruye a los lacedemonios porque son enemigos de los tebanos y en cambio salva actualmente a los focenses que arruinó de buenas a primeras? ¿Y quién iba a creerse esto? No; a pesar de que Filipo hubiera efectuado eso antes a la fuerza y contra su voluntad y que actualmente se desentendiera de los tebanos, no sospecho que se mostrase en forma tan constante como adversario de los enemigos de éstos; al contrario, de lo que actualmente realiza se deduce que también hizo aquello otro porque quiso, y todo junto, si uno lo observa bien, demuestra que toda su política está ordenada contra nuestra ciudad.

Además, en cierta manera, se ve obligado a ello. Fijaos: quiere dominar, y ha comprendido que vosotros sois sus únicos antagonistas. Ya hace tiempo que os causa daños, y tiene plena conciencia de ello; porque las posiciones vuestras que actualmente ocupa son las que le aseguran sus otras conquistas. En efecto, si hubiera abandonado Anfípolis y Potidea; no podría considerarse seguro ni en su casa. Así pues, sabe estas dos cosas: que él hace planes contra vosotros y que tenéis noticias de ello. Y como os considera inteligentes, piensa que tenéis razones para odiarlo y por eso está irritado; porque prevé que será castigado si se os presenta ocasión caso de que él no se os adelante a hacerlo. Por eso vigila, está alerta y halaga a algunos tebanos contra nuestra ciudad, así como a los peloponenses que simpatizan con sus deseos. Piensa que su ambición hará que acepten las ventajas inmediatas y su estupidez no les dejará prever nada de lo que vendrá posteriormente. De todos modos, la gente que reflexione, aunque sea un poco, podrá contemplar bajo sus ojos los ejemplos que he tenido ocasión de citar á los mesenios y a los argivos. Pero tal vez valdría más que os lo explicara también a vosotros.

¿Os imagináis, mesenios, les decía, con qué impaciencia los olintios hubieran escuchado a alguien que hubiese hablado contra Filipo en aquella época en que éste les abandonaba Antemunte, ciudad que hasta entonces todos los reyes de Macedonia habían reivindicado y les regalaba Potidea después de haber ahuyentado de ella a los colonos atenienses o arrostraba la enemistad de Atenas, a fin de darles a ellos el usufructo de aquel territorio? ¿Pensáis que esperaban ser objeto de un trato como el que han recibido, y que si alguien se lo hubiese dicho no le habrían hecho caso? Nada de esto.

Y, ¿qué decir de los tesalos? Creéis, les decía yo, cuando Filipo expulsaba a su tiranos, o todavía, cuando les entregaba Nicea y Magnesia, y esperaban ellos esta decarquía que actualmente ha instituido en su casa que quien les devuelve el puesto del Consejo Anfictiónico va a quedarse con sus propias riendas? Nada de esto. Y con todo, ahí ha ocurrido, y todo el mundo puede saberlo. Y vosotros -les aconsejaba contemplad los dones y las promesas de Filipo; pero si tenéis cordura, rogad a los dioses que no tengáis que ver sus engaños y sus trapacerías. Claro está. ¡Por Zeus!, les decía yo, que hay toda clase de inventos para proteger y asegurar las ciudades, como estacadas, murallas fosos y otras cosas parecidas. Todo esto tiene que efectuarse con las manos Y trae aparejado unos gastos; pero el instinto, en los hombres razonables, tiene en sí mismo una salvaguarda común, que es una protección excelente para todo el mundo, pero especialmente para las democracias frente a los tiranos. ¿Y qué es ello? La desconfianza. Guardadla y aferraos a ella: si la conserváis no tendréis que sufrir ningún daño. ¿Qué deseáis? -les predecía-. ¿La libertad? ¿Pues no veis que incluso los títulos de Filipo son lo más contrario de ella? Los reyes y los tiranos son por naturaleza enemigos de la libertad y adversarios de las leyes. ¿No queréis vigilar que buscando saliros de una guerra os encontréis con un tirano?

Pero ellos, luego de haber oído esto y de haberlo aprobado tumultuosamente como otros muchos discursos de los embajadores -primero ante mí y, según parece, también más tarde-, no se desprenderán de la amistad de Filipo ni de sus promesas. Y eso nada tiene de absurdo, o sea que unos mesenios y unos peloponenses tomen un partido diferente del que racionalmente se les hace comprender que es el mejor. Más vosotros, que comprendéis por vosotros mismos y que oís decir a los oradores que se están efectuando planes contra vosotros y que se os rodea de trampas, me temo que, por no hacer nada a tiempo, cuando menos lo penséis tendréis que hacer frente a todo. De tal forma el goce inmediato y la molicie tienen mucha mayor fuerza que los intereses futuros.

En cuanto a lo que os es necesario hacer, ya lo discutiremos más tarde entre vosotros si tenéis cordura; pero qué respuesta tenéis que dar ahora y qué cosa tenéis que decidir con vuestro voto, voy a decíroslo en seguida. (Interrupción mientras salen los embajadores)

Sería justo en estos momentos, ¡oh atenienses!, que llamaseis a quienes os han traído las promesas a base de las cuales os han persuadido a efectuar la paz. Porque ni yo hubiera consentido nunca en encargarme de la embajada, ni VOsotros, ya lo sé, habríais puesto fin a la guerra si hubieseis pensado que Filipo, una vez obtenida la paz, haría cuanto ha realizado. Pero lo que entonces se dijo era cosa muy diferente a lo que ha ocurrido. Y todavía sería necesario llamar a otros. ¿Quiénes?

Aquellos que, cuando una vez efectuada la paz, al regresar yo de la segunda embajada que mandasteis para el intercambio de juramentos, dime cuenta de que engañaban a la ciudad y lo dije y lo atestigüé públicamente, oponiéndome al abandono de las Termópilas y de la Fócida, decían que ya era de esperar que un abstemio como yo fuera un cascarrabias y un mal genio; pero que Filipo; si pasaba adelante, haría todo lo que vosotros podíais desear y fortificaría Tespia y Platea, pondría fin a la insolencia de los tebanos, abriría a su costa un canal a través del Quersoneso y os devolvería Eubea y Oropos a cambio de Anfípolis. Porque todo esto fue dicho aquí mismo, en esta tribuna; ya sé que lo recordáis, aunque vosotros no sois muy buenos para recordar aquellas cosas que os causan daño. Y lo más ignominioso de todo es que, en vista de esas esperanzas, decretasteis que este pacto sería válido para vuestros descendientes. Tan completamente hechizados estabais.

Más, ¿por qué refiero actualmente esto y por qué afirmo que es necesario llamar a aquellos hombres? ¡Por los dioses!, voy a deciros la verdad, con entera franqueza y sin ocultar nada. No para llegar a los insultos ni para dar ocasión de hablar en plan de igualdad ante vosotros, procurando a quienes han chocado conmigo desde el primer momento una excusa para volver a cobrar de Filipo; ni tampoco para poder hablar con entera libertad. No, pero pienso que algún día las acciones de Filipo os causarán más daño que hoy, porque contemplo los progresos que realiza su empresa y no quisiera acertarlo, mas temo que esto esté ya demasiado próximo. Y cuando no os quede posibilidad de desentenderos de los acontecimientos ni oigáis decir, a mí o a cualquier otro, que todo va contra vosotros, sino que lo veáis con vuestros propios ojos y os deis perfecta cuenta de ello, pienso que entonces no os irritaréis y que seréis rigurosos. Por eso tengo miedo de que frente al silencio de los embajadores, que mucho se han guardado de decir por qué razones saben ellos que los han sobornado, vuestra indignación caiga sobre quienes se esfuerzan en enderezar alguna de las cosas que por culpa de ellos se han torcido. Porque observo que a menudo ciertos hombres desatan su rabia, no contra los culpables, sino contra quienes tienen más a mano.

Por tanto, mientras aún se están fraguando los acontecimientos y nosotros nos escuchamos mutuamente, quiero recordar a cada uno de vosotros, a pesar de que todos lo sabéis muy bien, que es el hombre que os convenció para que abandonarais la Fócida y las Termópilas, abandono que hizo de Filipo el dueño de la una y de las otras, le ha hecho asimismo dueño de los caminos del Ática y del Peloponeso y os ha forzado a deliberar, no sobre vuestros derechos ni sobre la situación exterior, sino sobre la situación del país y la guerra contra el Ática, esta guerra que a todos hará sufrir cuando esté aquí, pero que nació aquel mismo día. Porque si entonces no hubieseis sido engañados, actualmente no existiría problema para la ciudad: No, Filipo no hubiera podido obtener ni una victoria naval que le permitiese venir hacia el Ática con un ejército ni atacarnos por tierra a través de las Termópilas y de la Fócida. Antes bien, o hubiera procedido con arreglo a derecho, manteniendo la paz y sin promover querellas, o bien inmediatamente se hubiese encontrado en una guerra parecida a la que entonces le hizo desear la paz.

Os he dicho lo suficiente para despertar vuestros recuerdos. Más, por los dioses, que estas cosas no lleguen a verificarse nunca con demasiada exactitud. Porque no querría yo que nadie, ni aún siendo digno de la muerte, sufriera su castigo con daño y detrimento de nuestra ciudad.
Vistas: 234 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2013-08-14 | Comentarios (0)

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