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Primera filípica.

Demóstenes






Si se nos hubiera propuesto deliberar sobre algún asunto nuevo, yo hubiera esperado a que hubiesen expuesto su parecer la mayoría de los oradores. De haber estado de acuerdo con sus opiniones, habría guardado silencio; en caso contrario, habría procurado manifestar la mía. Mas como ahora vamos a considerar asuntos que ya han discutido en repetidas ocasiones los oradores, me atrevo a suponer que alcanzaré vuestra benevolencia aún siendo el primero en subir a la tribuna. Porque si esos oradores os hubieran aconsejado tiempo ha lo que convenía, no tendríais por qué entrar de nuevo en deliberaciones.

Lo primero es, pues, varones atenienses, que no debéis desalentaros por la presente situación, por desesperada que os parezca; precisamente lo que en ella ha sido hasta ahora lo peor, es lo que mejor pinta para el futuro. ¿Cómo es esto? Si van mal los negocios es porque vosotros no habéis cumplido con vuestro deber, que si hubierais cumplido y, a pesar de eso, fueran los negocios como van, no habría entonces ni esperanza de una posible mejoría.

Después, es menester que meditéis en lo que unos habéis oído contar y a otros os ha tocado presenciar personalmente, a saber, cómo, ostentando en épocas no muy lejanas tan formidable poder los lacedemonios, fuisteis capaces de manejar los asuntos tan honrosa, bella y convenientemente para la ciudad, que sostuvisteis contra ellos una guerra por defender la legalidad. ¿Que por qué saco a colación esto ahora? Para que sepáis, varones atenienses, y caigáis en la cuenta de que nada hay temible para vosotros si estáis prevenidos, mientras que nada tendréis de cuanto deseáis si no estáis sobre aviso. Que os sirvan de ejemplos, para confirmarlo, por una parte la victoria que alcanzasteis sobre el poderío lacedemonio con sólo estar atentos a lo vuestro, y por otra la insolencia de Filipo, que nos trae perturbados hasta el grado de no atender a lo que nos conviene.

Y si alguno de vosotros juzga que Filipo es invencible, porque contempla su enorme poderío y ve que nuestra ciudad no conserva ya aquellas fuertes posiciones, tome en consideración que antaño nosotros poseíamos Pidna, Potidea, Metona y toda la región circunvecina, y que muchos de los pueblos que ahora se han aliado con Filipo eran entonces libres y hasta preferían ser amigos nuestros. Si Filipo hubiera discurrido entonces como nosotros y hubiera juzgado que era difícil combatir a los atenienses, porque poseían tantas fortalezas en su propio territorio, en tanto él no contaba con aliados, no habría hecho nada de lo que ha hecho ni habría adquirido una fuerza tan grande. Pero él, atenienses, ha comprendido muy bien un cosa: que todas esas plazas son premios de guerra, indistintamente propuestos a todo el mundo, y que por ley de naturaleza los bienes de los ausentes corresponden a quienes van en su busca, y los de los negligentes a quienes se deciden a arrostrar penas y peligros.

Guiado por ese convencimiento lo destroza y lo domina todo, tanto los pueblos que ha subyugado con las armas como los que se ha ganado convirtiéndolos en amigos. Porque es un hecho que todos prefieren aliarse e ir a la par con aquellos a quienes ven preparados y decididos a hacer lo más conveniente. Pues bien, atenienses, si ahora queréis adoptar este principio ya que no lo habéis hecho antes, y cada uno de vosotros, en lo que atañe a su deber y en lo que podría ser útil a la ciudad, esta dispuesto a dejar todo subterfugio y actuar, contribuyendo quien tenga dinero, sirviendo en el ejército quien esté en edad de ello; en una palabra, si queréis depender de vosotros mismos y cada uno deja de esperar que él no tendrá que hacer nada y que el vecino lo hará todo por él, entonces, si el cielo lo permite, volveréis a tomar cuanto era vuestro, recobraréis lo que ha perdido vuestra negligencia y os vengaréis de Filipo.

Porque no vayáis a imaginaros que los triunfos le siguen como si fuera un inmortal, no. También hay, atenienses, quien le odia, teme y envidia, incluso entre aquellos que actualmente parece que le son más fieles; y todo aquello que se encuentra entre los demás hombres, hay que pensar que también se halla entre los que le rodean. Es cierto que todo esto está de momento oculto, por no saber hacia dónde volverse a causa de vuestra lentitud y vuestra debilidad, la cual, os digo, ya es hora que os la quitéis de encima. Atenienses, fijaos en la situación. Ese hombre ha llegado hasta tal punto de insolencia que no os deja ni escoger entre actuar o manteneros en paz; os amenaza, pronuncia discursos -según dicen, llenos de jactancia- y no tiene bastante con conservar lo que ha subyugado, sino que extiende continuamente sus dominios y nos rodea de cerca por todas partes, mientras nosotros vacilamos y nada hacemos.

¿Cuándo, pues, varones atenienses, haréis lo que hay que hacer? ¿A qué esperáis? ¡Por Zeus!, cuando haya verdadera necesidad. Mas lo que pasa ahora, ¿qué debemos suponer que es? Yo considero que, para los hombres libres, la necesidad más grande es la vergüenza por lo que está sucediendo. O bien respondedme: ¿qué cosa más nueva podría existir que esto: que un macedonio ataque a los atenienses y dirija la política de los griegos? ¿Ha muerto Filipo? ¡Por Zeus!, no, pero está enfermo. ¿Qué diferencia hay en ello para vosotros? Porque si le sucede algo, rápidamente daréis origen a un nuevo Filipo, caso de que sigáis prestando igual atención a las cosas, ya que éste se ha hecho poderoso no tanto a causa de su propia fuerza como a causa de vuestros descuidos. Aún más: si le pasara algo y la fortuna, que siempre tiene más cuidado de nosotros que nosotros mismos, os hiciera también ese servicio, sabed que si os encontraseis allí y vigilaseis la confusión general arreglaríais las cosas como quisieseis. Pero, en la situación en que ahora estáis, ni aún en el caso de que las circunstancias os colocaran en las manos la ciudad de Anfípolis la podríais tomar, sin preparativos y sin orientaciones.

No insistiré más sobre la obligación de estar todos decididos a hacer con rapidez lo conveniente, porque os quiero suponer decididos y convencidos. En cuanto a la clase de preparativos que según mi opinión deben sacaros de la situación actual, la importancia del contingente, los medios de obtener dinero y las demás cosas para que os preparéis mejor y más rápidamente, también intentaré decíroslas; mas os pido una cosa: juzgar cuando lo hayáis escuchado todo, pero no os pronunciéis antes; ni si desde el principio alguien cree que os propongo un nuevo plan, que no me acuse de retrasar las cosas. Porque no son ciertamente los que dicen en seguida y hoy, quienes hablan más a propósito -ya que no podríais impedir lo ocurrido enviando ahora auxilios-, sino aquel que os indique la fuerza que es necesario aparejar, su importancia numérica y cómo podrá sostenerse hasta que nos hayamos puesto de acuerdo para acabar la guerra o hayamos dominado al enemigo, porque de esta manera no sufriríamos nunca más; ahora bien, creo podéroslo decir, no me opondré si otro presenta otra proposición. He aquí, pues, la importancia de lo que os prometo; los hechos pronto lo probarán y vosotros los juzgaréis.

Primeramente afirmo, atenienses, que es necesario armar cincuenta galeras, y que vosotros estéis en disposición de embarcar y navegar en ellas si fuera necesario. Además, reclamo que tengáis a punto galeras especiales para la mitad de la caballería, y los buques de transporte que sean necesarios. Esto es lo que estimo conveniente contra las súbitas incursiones de Filipo desde su país a las Termópilas, al Quersoneso, a Olinto y a dondequiera que sea. Tenemos que hacerle comprender que quizá vosotros saldréis de esta negligencia excesiva, como lo habéis hecho con vuestra expedición a Eubea, y antes, dicen, marchando sobre Haliart y finalmente, no hace mucho, hacia las Termópilas. Y de ninguna manera, aunque no hicieseis lo que os he dicho, puede tomarse a la ligera esta consideración: así, o bien le entrará temor al sabernos prontos -ya que lo sabrá perfectamente, pues hay gente que le cuenta todo lo que hacemos e incluso más de lo conveniente- y se estará quieto; y si no lo hace lo cogeremos desprevenido, ya que nada nos impide atacar por mar su territorio si a ello nos da ocasión.

He aquí las resoluciones que debéis tomar y los preparativos que creo convenientes. Pero antes de eso afirmo, atenienses, la necesidad de tener a mano una fuerza que continuamente ataque y sujete. No me a habléis de 10,000 ni de 20,000 mercenarios, ni de esos ejércitos que sólo están en el papel; tiene que ser el de la República. Quiero un ejército que obedezca y siga a cualquiera, uno o muchos, este o aquel otro que elijáis como estratego. Y pido asimismo que se le dé lo necesario para subsistir.

Ahora bien, cómo va a ser este ejército y de qué importancia numérica, de qué se mantendrá y cómo se conformará a hacer lo que os he dicho, os lo diré y explicaré punto por punto. Hablemos de los mercenarios; y no hagáis lo que tan a menudo os ha perjudicado: creer que todo era menos de lo que hacía falta y decretar grandes cosas y a la hora de actuar no llevar a término ni las más pequeñas; al contrario, haced poco y gastad poco, y si resulta insuficiente, añadid. Pido que el contingente total sea de dos mil soldados, de los cuales pretendo que quinientos sean atenienses de la edad que os parezca bien y que sirvan un tiempo determinado, no largo, sino el que juzguéis más conveniente y sucesivamente. A más de estos, doscientos soldados a caballo, de los cuales cincuenta por lo menos deben ser atenienses como los de infantería y que sirvan en las mismas condiciones. Después transportes para los caballos. Bien y ¿qué más aún? Dos galeras rápidas, porque es necesario, teniendo él marina, que también nosotros poseamos galeras rápidas, a fin de asegurar el transporte de las fuerzas. Y ¿cómo las sostendremos? Os lo diré y explicaré cuando haya demostrado asimismo por qué considero suficientes esas fuerzas y por qué pido que sirvan los ciudadanos.

Las fuerzas deben tener ese número, atenienses, porque de momento no estamos en condiciones de constituir un ejército que pueda enfrentarse en batalla con él, sino que para empezar la guerra tenemos que hacer Saqueos Y valernos de ellos. Por lo tanto, nuestro ejército no debe ser demasiado grande, porque ni lo podríamos pagar ni mantener, ni tampoco por completo insignificante. En cuanto a los ciudadanos solicito que en el ejército haya cierto número de ellos, porque he oído decir que antes la ciudad mantenía mercenarios en Corinto bajo el mando de Polístrato, Ifícrates, Cabrias y otros, y que vosotros mismos hacíais campañas con ellos; y me han dicho que esos mercenarios, encuadrados a vuestro lado, vencieron a los lacedemonios igual como hicisteis vosotros junto con ellos. En cambio, desde que esas tropas extranjeras combaten sólo para vosotros, obtienen victorias sobre nuestros amigos y aliados mientras que nuestros enemigos han pasado a ser más poderosos de lo que sería conveniente; y se hurtan a las guerras de la República para hacerse a la mar contra Artabazes o a donde sea y el estratego les sigue. Es natural: quien no paga no puede mandar.

Así pues, ¿qué solicito? Que se quiten al estratego y a los soldados los pretextos de que se valen: pagadlos y poned a su lado soldados de casa que vigilen las operaciones. Ya que en la actualidad es ridícula nuestra manera de tomarnos las cosas: si alguien os preguntara: ¿Estáis en paz, atenienses?, tendríais que responder: ¡Por Zeus!, no, estamos en guerra contra Filipo. En efecto, ¿no habéis elegido entre vuestros conciudadanos a diez taxiarcas, diez estrategos, diez filarcas y dos hiparcas? Pues, ¿qué hacen estos hombres? Aparte uno, que hacéis enviado a la guerra, los otros, junto con los hiropeos, presiden las procesiones. Porque, igual que los fabricantes de figurillas, elegís a los taxiarcas y filarcas para el mercado y no para la guerra. Veamos, ¿no sería conveniente, atenienses, que los taxiarcas fueran elegidos de entre vosotros, y también el hiparca, y que los jefes fuesen de aquí, a fin de que el ejército fuera realmente de la ciudad? Y en cambio, ¿os parece bien que el hiparca elegido entre nosotros navegue hacia Lemnos, en tanto que la caballería que combate por la República está bajo las órdenes de Menelao? Y no lo digo por injuriar al hombre, sino porque en aquel lugar debería estar alguien elegido por vosotros, fuera quien fuese.

Quizá, a pesar de considerar acertadas mis propuestas, tendréis impaciencia para que sobre todo os hable del dinero y de su cantidad y de la manera de obtenerlo. Pues ahora lo precisaré: primero está el alimento: sólo en trigo para esas fuerzas se necesitan noventa talentos y algo más. Luego, para las galeras rápidas, cuarenta talentos y veinte minas mensuales, por nave: otro tanto para los dos mil soldados, contando con que cada uno cobre diez dracmas mensuales para gastos de manutención; luego, para los doscientos soldados de a caballo, contando a treinta dracmas cada uno, doce talentos. Y quien me diga que estas sumas le parecen pequeñas para mantener el ejército en campaña no tiene razón, porque yo sé muy bien que si se concede esto, el mismo ejército se procurará en la guerra, sin necesidad de inferir daño a ningún griego ni a ningún aliado, lo que le falte para completar el sueldo. Estoy dispuesto a embarcarme como voluntario con ellos, y a sufrir lo que sea, si las cosas no van y como he dicho. Seguidamente os explicaré de dónde saldrán los recursos que es menester que afrontéis (Lectura del proyecto de entradas).

Esto es, atenienses, lo que reflexionando, hemos podido encontrar. Cuando hayáis aprobado estas bases económicas, votad lo que os guste y ponedlo en práctica, a fin de no hacer contra Filipo una guerra sólo a base de decretos y cartas, sino también con obras.

Me hace el efecto, atenienses, de que vuestras decisiones a propósito de la guerra y del conjunto de los preparativos serían mucho mejores si tuvierais en cuenta la situación del país contra el cual debéis combatir y os fijarais en que Filipo gana la mayoría de las veces porque se aprovecha de los vientos y de las estaciones del año y da sus golpes esperando los estesios del invierno, cuando nosotros no podríamos llegar hasta allí. Por lo tanto, teniendo en cuenta esto, es necesario que no hagamos la guerra a base de expediciones de socorro, con las cuales siempre llegamos tarde, sino a base de un armamento y de unas fuerzas permanentes. Como lugar para invernar tenemos Lemnos, Tasos, Escíatos y las islas cercanas, donde hay puertos, trigo y todo lo que unas tropas necesitan. Y durante la época del año en que es fácil mantenerse cerca de tierra firme y los vientos no son peligrosos, no habrá inconveniente en acercarse a Macedonia y a los puertos comerciales.

De qué modo y cuándo serán utilizadas esas fuerzas, lo decidirá según la ocasión el jefe que vosotros les hayáis designado. Aquello a lo que vosotros toca proveer ya está anotado en mi proyecto. Si recogéis, atenienses, todo el dinero en primer lugar y preparáis después lo restante, los soldados, las galeras, la caballería, en resumen, toda una fuerza bien organizada, y la obligáis por ley a permanecer en el escenario de la guerra, y si vosotros mismos sois los administradores del dinero y quienes lo recogéis y pedís cuentas de su actuación al estratego, acabará ese continuo discutir siempre los mismos problemas sin hacer nada más. Y, por otra parte, atenienses, quitaréis a Filipo la mayor parte de sus ingresos. ¿Cuál es? Hace pagar la guerra a vuestros aliados, ya que captura y roba a todos los que navegan por el mar. Y, ¿qué más? Se acabará el tener que sufrir, porque no hará como en tiempos anteriores, cuando lanzóse contra Lemnos o Imbros y se llevó cautivos a vuestros ciudadanos o capturó nuestros bastimentos cerca del Geresto y recogió un incalculable botín, o desembarcó finalmente en Maratón y se volvió llevándose del país la galera sagrada sin que vosotros lo pudieseis impedir ni enviar socorros en el momento en que os lo hubierais propuesto.

Veamos, atenienses: ¿por qué creéis que las fiestas de las panaceas y de las dionisíacas se celebran siempre en fecha fija, tanto si los que se encargan de ellas mediante sorteo entienden o no; estas fiestas para las cuales se gasta más dinero que para ninguna expedición, y que comportan un trabajo y unos preparativos que no creo haya otra cosa en el mundo que exija más; y en cambio, todas vuestras expediciones llegan tarde: la de Metone, la de Pagases, la de Potidea? Porque para los festivales está todo reglamentado por ley y cada uno de vosotros sabe con anticipación quién será corego o gimnasiarco de la tribu, la fecha, quién ha de pagar, lo que hay que recaudar y lo que se debe hacer y nada se ha dejado por examinar ni por precisar. En cambio, en materia de preparativos militares, todo es desorden, falta de inspección e imprecisión. Por esto, tan pronto nos llega una noticia, instituimos los trierarcas, juzgamos los cambios de bienes y decidimos luego que embarquen los metecos y los libertos; después nosotros, y luego los sustitutos otra vez. Entonces, mientras se vacila así, se pierde lo que constituía el objetivo de la expedición, ya que perdemos en preparativos el tiempo que debíamos consagrar a la actuación; y las oportunidades no esperan nuestros retrasos ni nuestras evasivas y, por otra parte, las fuerzas con que creíamos contar durante este tiempo, comprobamos que no valen gran cosa en el momento de necesitarlas. Aquel hombre ha llegado no obstante a un grado de insolencia tal que ha enviado a los eubeos cartas como ésta (Lectura de la carta).

La mayor parte de lo que os he leído, varones atenienses, es verdad, cosa que no convenía fuera así porque tal vez no os plazca escucharla. Pero si todo lo que uno suprimiera en los discursos a fin de no entristeceros, fuera suprimido también en la realidad, haría falta hablar sólo para complaceros; pero si la amabilidad de las palabras, cuando están fuera de lugar, de hecho trae consigo su propio castigo, es vergonzoso engañarse uno mismo y, aplazando todo lo que es desagradable, entrar en acción demasiado tarde siempre; y no poder comprender ni esto: que los que conducen bien una guerra no han de seguir a los acontecimientos, sino adelantarlos y que, de la misma manera que se exige del general que dirija a sus hombres, los que deliberan han de dirigir a los acontecimientos, a fin de que se realicen sus decisiones y no se vean reducidos a correr tras los hechos consumados.

Pero vosotros, atenienses, que poseéis la fuerza más importante del mundo, galeras, hoplitas, caballería y medios económicos, no habéis sacado hasta la hora actual ningún provecho en momento oportuno, ya que no os falta mucho para que hagáis la guerra a Filipo de la misma manera que los bárbaros dan puñetazos. En efecto, los bárbaros, cuando han sido pegados, se cogen siempre la parte dolorida, y si les pegan en otro lado, allí van rápidamente sus manos; en cambio, no saben ni piensan parar los golpes y ponerse en guardia. Vosotros obráis igual: si sabéis que Filipo está en el Quersoneso, mandáis socorros allí; si en las Termópilas, allá vais, y si está en otro lado, andáis arriba y abajo; y os dejáis manejar por él sin tomar ninguna iniciativa propia, ninguna decisión que interese para el curso de la guerra ni prever nada antes de los acontecimientos, antes de saber que la cosa ya está ocurriendo o que ya ha pasado. Y bien, eso tal vez os era permitido hasta aquí; pero llegamos al momento culminante y ya no es posible.

A mi entender, atenienses, me parece que algún dios, avergonzado por lo que ocurre en Atenas, ha lanzado a Filipo a esa actividad. Porque si él, una vez en posesión de lo que ha conquistado, acercándose a nosotros, hubiera querido permanecer tranquilo y no hubiese intentado nada más, creo que algunos de vosotros se habrían contentado con una situación de resultas de la cual nuestro pueblo sería tildado de infamia, cobardía y las afrentas peores. En cambio, ahora que emprende como siempre alguna cosa y aspira a más, si no cedéis definitivamente, tal vez os provocará. Me admira ver cómo ninguno de vosotros, atenienses, reflexiona y se indigna de ver que esta guerra fue comenzada para castigar a Filipo y al final resulta que es para que Filipo no nos destruya. En efecto, es evidente que no se detendrá si alguien no le cierra el paso. ¿Lo iremos consintiendo? ¿Os parece que si enviáis galeras vacías irá bien con las esperanzas que os han dado? ¿No nos embarcaremos en persona? ¿No saldremos, ahora, nosotros mismos a campaña, o por lo menos un contingente de soldados nuestros, ya que antes no lo hemos hecho? ¿No iremos con las naves contra su país? Pero, ¿dónde atracaremos?, preguntará alguien. Atenienses, la misma guerra, si la emprendemos, nos descubrirá los puntos débiles del enemigo. En cambio, de quedamos en casa, escuchando cómo se insultan mutuamente los oradores acusándose unos a otros, jamás tendremos nada de lo que necesitamos. Porque me parece que el favor de los dioses y de la fortuna combaten con nosotros allí donde se manda una parte de la ciudad cuando no la ciudad entera: pero allí donde mandáis un estratego con un decreto vacío y las esperanzas de la tribuna, no se hace nada de lo necesario: los enemigos ríense entonces de esta clase de envíos y los aliados tiemblan de miedo. Ya que es imposible, sí, imposible que pueda un solo hombre hacer nunca todo cuanto vosotros deseáis.

Prometer y afirmar, acusar a éste y al otro, es posible; mas todo se ha perdido a consecuencia de esto. Pues cuando el estratego manda a unos miserables mercenarios que no cobran y aquí hay gente que tranquilamente miente sobre lo que hace, y vosotros, tomando como base lo que os reportan, decretáis lo que se os ocurre buenamente, ¿qué es lo que nosotros podemos esperar? ¿Cómo se remediará todo esto? Cuando vosotros, atenienses, tengáis soldados que al mismo tiempo sean testigos de las operaciones y, una vez vueltos a casa, jueces de la rendición de cuentas, de manera que no os limitéis a escuchar lo que os expliquen sobre vuestros intereses, sino que estéis allí para comprobarlo. En estos momentos llega a ser tan vergonzosa la situación, que cada estratego sufre dos o tres acusaciones capitales ante vosotros; pero frente al enemigo no hay uno solo que se atreva siquiera una vez a exponerse a la muerte én la lucha; prefieren la muerte de los cazadores de esclavos, de los ladrones de mantos, a la que les honraría; porque un malhechor ha de morir sentenciado, pero un estratego ha de hacerlo en combate con el enemigo. Entre nosotros, unos van diciendo que Filipo, con la ayuda de los lacedemonios, prepara la ruina de Tebas y la disolución de la Beocia; otros, que ha mandado embajadores al Rey; otros, que fortifica las ciudades de Iliria, y todos vamos de la aquí para allá dando pie cada uno a sus noticias. Pienso, atenienses, que Filipo se siente embriagado por la magnitud de sus éxitos y que en su imaginación sueña proyectos semejantes a éstos porque observa que no hay nadie que le pueda cerrar el paso y siéntese exaltado por lo que realizó hasta ahora; pero, ¡por Zeus!, no creo que haya decidido actuar en forma que la gente más insensata de nuestro pueblo sepa lo que se propone realizar. Ya que precisamente los más insensatos son quienes inventan las noticias.

Mas si, dejando a un lado esas noticias, nos fijamos en que un hombre enemigo nos va despojando de lo que nos pertenece y nos ha ultrajado por espacio de mucho tiempo, y que continuamente -cuando hemos supuesto que alguien actuaría por nuestra cuenta- ha terminado todo contra nosotros, que el porvenir depende de nosotros mismos y que, si actualmente no queremos combatir a este hombre allí, tal vez después nos veremos obligados a realizarlo aquí, si tenemos presente todo esto, tal vez nos decidamos a hacer cuanto convenga y nos dejaremos de inútiles discursos. Porque no se trata de indagar lo que ocurrirá, sino de saber qué es lo que va a sernos funesto caso de que no tomemos en cuenta la actual situación y no os esforcéis en hacer lo que es vuestro deber.

Yo nunca, en ninguna ocasión, hubiese deseado hacerme agradable diciéndoos nada de lo que no estuviera convencido que era conforme con vuestros intereses; de momento os he dicho con toda franqueza lo que pienso, sin disimular nada. Y de la misma manera que es conforme a vuestro interés escuchar los mejores consejos, también quisiera saber qué cosa gana con ellos quien los da, ya que me sentiría mucho más contento. En este momento, aún cuando desconozco qué resultados tendrá para mí mismo mi propuesta, convencido de todos modos de que serviré a vuestros intereses en cuanto la adoptéis, me he decidido a hacérosla. Pero, triunfe en todo lo que os parezca de mayor provecho para el Estado.
Vistas: 262 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2013-08-12 | Comentarios (0)

Las lecciones de la victoria sobre el nazismo

Vladimir V. Putin


7 de Mayo de 2005


Agradezco la posibilidad que se me ofrece de dirigirme directamente a la opinión pública francesa en vísperas del sexagésimo aniversario de la victoria sobre el nazismo. Esta fecha sigue siendo sagrada porque fue testigo de la unión de nuestros pueblos contra el nazismo. Hoy, la democracia, la libertad, la justicia y el humanismo son los valores que nos unen en la construcción de un mundo civilizado y seguro.

El nazismo fue la peor de las monstruosidades. Para nuestro pueblo, así como para muchos otros, perder la batalla significaba perder la soberanía nacional, dejar de existir como Estado, significaba el exterminio físico. Por primera vez los pueblos se unieron contra un peligro común global. Había que ganar aquella guerra del bien contra el mal y fue ganada. La victoria se edificó al precio de decenas de millones de muertos para la URSS. Todas las familias rusas perdieron algún miembro. El pueblo ruso combatió durante cuatro años interminables, liberó su territorio en 1944 y luego el de once países más a costa de la vida de un millón de sus soldados. En el frente del Este los nazis sufrieron el 75% de sus bajas. Francia y su resistencia contribuyeron en gran medida a la victoria ya que sus acciones obligaron a los nazis a mantener en Francia tropas que hubieran preferido enviar al frente del Este. Rusia valora la forma en que Francia reconoce el papel que desempeñó la URSS en la victoria sobre la peste nazi. El pueblo ruso, todos los pueblos de la ex Unión Soviética expresan también su reconocimiento a los franceses que lucharon contra el nazismo. En Francia, ese combate lo simboliza el general De Gaulle, en cuyo honor develaremos una estatua en Moscú el 9 de mayo. También agradecemos a nuestros aliados la ayuda que aportaron mediante sus envíos de suministros y la apertura de un segundo frente. La lucha contra Hitler dio origen a la creación de las Naciones Unidas. Nuestros padres y abuelos compartieron el peso de la guerra, pero no la victoria en 1945. Tampoco la compartimos hoy.

La Segunda Guerra Mundial fue ganada por todos los aliados de la coalición antihitleriana, por los antifascistas alemanes. Es nuestra fiesta común. El Día de la Victoria nos pertenece a todos.

En vísperas del sexagésimo aniversario que vamos a celebrar, investigadores e historiadores estudian de nuevo las causas y las etapas de la Segunda Guerra Mundial. Lo importante no es sólo el análisis histórico, sino también la lección moral que podemos sacar de ella. Cuando los nazis desarrollaron su poderío en Alemania y prepararon la agresión contra sus vecinos, en París y en Moscú surgió la idea de una alianza común. No obstante, ante la amenaza, la posibilidad de establecer mecanismos de defensa se desechó en beneficio de la esperanza ilusoria de «permanecer a cubierto». Fue esa misma lógica lo que llevó al pacto Molotov-Ribbentropb y a los acuerdos de Munich. Los dirigentes soviéticos creyeron que Munich trataba no sólo del desmembramiento de Checoslovaquia sino también del aislamiento de la URSS. En 1989, el Soviet Supremo de la URSS, órgano legislativo del país, ofreció una valoración jurídica y moral precisa del pacto Molotov-Ribbentrop. Nuestros vecinos del Báltico lo saben bien, pero siguen exigiendo una especie de «arrepentimiento» de Rusia.

Esas reclamaciones carecen de base y tienen como único objetivo ignorar las políticas discriminatorias, el pasado colaboracionista con los nazis y la rehabilitación de las SS en esos países. Rusia está dispuesta a discutir con los países bálticos siempre que el diálogo se base en las realidades de hoy y no en los complejos de ayer.

Para comprender lo que ocurre hoy sería conveniente revisar lo sucedido en Yalta, en 1945. Estoy profundamente convencido de que los dirigentes de la coalición antihitleriana trataban de erigir un nuevo sistema internacional que impidiera el renacimiento del nazismo. Con este objetivo se fundó la ONU. Los historiadores pueden discutir las decisiones adoptadas en aquel momento, pero deben recordar que fueron decisiones colectivas y que tenían como base los problemas de la época. En ese caso, la paradoja histórica radica en el hecho de que el sistema que nació en Yalta descansaba en un acuerdo de la coalición antihitleriana al mismo tiempo que señalaba el inicio de una nueva rivalidad geopolítica y de una competencia entre «superpotencias». Sin embargo, los acuerdos de Yalta crearon cierto equilibrio que permitió evitar la confrontación.

Con respecto a Alemania, la URSS había pedido que se mantuviera un solo Estado y fue la guerra fría lo que condujo a la formación de dos entidades. Nadie puede ignorar hoy el importante papel que desempeñó nuestro país en la reunificación pacífica de Alemania. Rusia, Alemania y Francia constituyen hoy el factor positivo fundamental de la vida internacional y del diálogo europeo. Estoy convencido de que la Gran Europa unida desde el Atlántico hasta los Urales -y de hecho hasta el Océano Pacífico—, cuya existencia descansa en los principios democráticos universales, representa una oportunidad excepcional para todos los pueblos del continente.

El 8 y el 9 de mayo fueron proclamados por la ONU Días del Recuerdo y de la Reconciliación. Es hora de reconciliar a los hombres que combatieron de ambos lados de la línea del frente, de la misma forma que es hora de unir a todas las naciones en la lucha contra los nuevos desafíos, contra el terrorismo, contra las doctrinas ideológicas basadas en el racismo y la xenofobia. Sólo la confianza mutua, la solidaridad y la cooperación de toda la comunidad mundial pueden acabar con ese tipo de amenazas. Los dramáticos acontecimientos de los años 30 y 40 del pasado siglo constituyen una advertencia para todos nosotros, una advertencia contra la repetición de los errores del pasado, contra la ilusión de que podemos librarnos del mal «a costa del vecino». Eso exige que los manuales de historia sean objetivos.

Para concluir, quisiera transmitir a todos los franceses, y en primer lugar a los veteranos de aquella guerra, mis saludos más cálidos con motivo de este Día de la Victoria. Les deseo salud, felicidad y prosperidad.

Fuente: Red Voltaire
Vistas: 264 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2013-08-08 | Comentarios (0)

Requerimiento

Monarquía Española


Redactado por Juan López de Palacios*


Nota preliminar



Durante la conquista de América algunos teólogos pensaron que despojar a los indios de sus tierras, sin aviso ni derecho legal, ponía en peligro la "salvación eterna" de los Reyes de España. La solución a este dilema fue el Requerimiento. Escrito para ser leído frente a los enemigos antes de que comenzara la batalla, el documento les da la oportunidad de someterse pacíficamente a la autoridad de los Reyes de Castilla. Concluye que si los indios no aceptan la autoridad real, entonces serán culpables de "las muertes y daños que de ello se siguiesen".

En muchas ocasiones los españoles cumplieron con la exigencia legal de leer el texto antes de atacar a los indios. Lo hacían desde barcos o desde la cumbre de una colina, a grandes distancias de los indios, a veces en castellano y otras en latín. Luego, un notario certificaba por escrito que los indios habían sido advertidos.

Sobre el Requerimiento dijo fray Bartolomé de las Casas: "Es una burla de la verdad y de la justicia y un gran insulto a nuestra fe cristiana y a la piedad y caridad de Jesucristo, y no tiene ninguna legalidad".

El Requerimiento se usó durante décadas.



Requerimiento

De parte del rey, don Fernando, y de su hija, doña Juana, reina de Castilla y León, domadores de pueblos bárbaros, nosotros, sus siervos, os notificamos y os hacemos saber, como mejor podemos, que Dios nuestro Señor, uno y eterno, creó el cielo y la tierra, y un hombre y una mujer, de quien nos y vosotros y todos los hombres del mundo fueron y son descendientes y procreados, y todos los que después de nosotros vinieran. Mas por la muchedumbre de la generación que de éstos ha salido desde hace cinco mil y hasta más años que el mundo fue creado, fue necesario que los unos hombres fuesen por una parte y otros por otra, y se dividiesen por muchos reinos y provincias, que en una sola no se podían sostener y conservar.

De todas estas gentes Dios nuestro Señor dio cargo a uno, que fue llamado san Pedro, para que de todos los hombres del mundo fuese señor y superior a quien todos obedeciesen, y fue cabeza de todo el linaje humano, dondequiera que los hombres viniesen en cualquier ley, secta o creencia; y diole todo el mundo por su Reino y jurisdicción, y como quiera que él mandó poner su silla en Roma, como en lugar más aparejado para regir el mundo, y juzgar y gobernar a todas las gentes, cristianos, moros, judíos, gentiles o de cualquier otra secta o creencia que fueren. A este llamaron Papa, porque quiere decir admirable, padre mayor y gobernador de todos los hombres.

A este san Pedro obedecieron y tomaron por señor, rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y así mismo han tenido a todos los otros que después de él fueron elegidos al pontificado, y así se ha continuado hasta ahora, y continuará hasta que el mundo se acabe.

Uno de los Pontífices pasados que en lugar de éste sucedió en aquella dignidad y silla que he dicho, como señor del mundo hizo donación de estas islas y tierra firme del mar Océano a los dichos Rey y Reina y sus sucesores en estos reinos, con todo lo que en ella hay, según se contiene en ciertas escrituras que sobre ello pasaron, según se ha dicho, que podréis ver si quisieseis.

Así que Sus Majestades son reyes y señores de estas islas y tierra firme por virtud de la dicha donación; y como a tales reyes y señores algunas islas más y casi todas a quien esto ha sido notificado, han recibido a Sus Majestades, y los han obedecido y servido y sirven como súbditos lo deben hacer, y con buena voluntad y sin ninguna resistencia y luego sin dilación, como fueron informados de los susodichos, obedecieron y recibieron los varones religiosos que Sus Altezas les enviaban para que les predicasen y enseñasen nuestra Santa Fe y todos ellos de su libre, agradable voluntad, sin premio ni condición alguna, se tornaron cristianos y lo son, y Sus Majestades los recibieron alegre y benignamente, y así los mandaron tratar como a los otros súbditos y vasallos; y vosotros sois tenidos y obligados a hacer lo mismo.

Por ende, como mejor podemos, os rogamos y requerimos que entendáis bien esto que os hemos dicho, y toméis para entenderlo y deliberar sobre ello el tiempo que fuere justo, y reconozcáis a la Iglesia por señora y superiora del universo mundo, y al Sumo Pontífice, llamado Papa, en su nombre, y al Rey y reina doña Juana, nuestros señores, en su lugar, como a superiores y reyes de esas islas y tierra firme, por virtud de la dicha donación y consintáis y deis lugar que estos padres religiosos os declaren y prediquen lo susodicho.

Si así lo hicieseis, haréis bien, y aquello que sois tenidos y obligados, y Sus Altezas y nos en su nombre, os recibiremos con todo amor y caridad, y os dejaremos vuestras mujeres e hijos y haciendas libres y sin servidumbre, para que de ellas y de vosotros hagáis libremente lo que quisieseis y por bien tuvieseis, y no os compelerán a que os tornéis cristianos, salvo si vosotros informados de la verdad os quisieseis convertir a nuestra santa Fe Católica, como lo han hecho casi todos los vecinos de las otras islas, y allende de esto sus Majestades os concederán privilegios y exenciones, y os harán muchas mercedes.

Y si así no lo hicieseis o en ello maliciosamente pusieseis dilación, os certifico que con la ayuda de Dios nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra por todas las partes y maneras que pudiéramos, y os sujetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia y de Sus Majestades, y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haremos esclavos, y como tales los venderemos y dispondremos de ellos como Sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros bienes, y os haremos todos los males y daños que pudiéramos, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen; y protestamos que las muertes y daños que de ello se siguiesen sea a vuestra culpa y no de Sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros que con nosotros vienen.

Y de como lo decimos y requerimos pedimos al presente escribano que nos lo dé por testimonio signado, y a los presente rogamos que de ello sean testigos.

FIN



* Juan López de Palacios: Jurista y consejero real, quien se encargaba de sustentar la justicia de las empresas reales ("sastre jurídico"). Su obra De Justitia et Jure obtentionis ac retentionis regni Navarrae, fue la apología final de la conquista de Navarra. Autor también del Tratado de las Islas (1512), e inspirador de la legislación española para América, recogió ampliamente el concepto de la "inmadurez" de los indígenas, los cuales debían ser protegidos, como tiernos vástagos, hasta de sus propios defectos.

Fuente: Requirimiento-Monarquía española
Vistas: 294 | Agregado por: Ereshkigal | Fecha: 2013-08-04 | Comentarios (0)

Discurso fúnebre de Pericles





34. En el mismo invierno los atenienses, siguiendo la costumbre tradicional, organizaron públicamente las ceremonias fúnebres de los primeros que habían muerto en esta guerra, de la siguiente manera: montan una tienda y exponen los huesos de los difuntos tres días antes del entierro, y cada uno lleva a su deudo la ofrenda que desea que fue muy mala. Y cuando tiene lugar la conducción de cadáveres, unos carros transportan los féretros de ciprés, cada uno de una tribu y en su interior se hallan los huesos de los pertenecientes a cada una de las tribus. Se transporta también un féretro vacío preparado en honor de los desaparecidos que no fueron hallados al recuperar los cadáveres.

Acompaña al cortejo el ciudadano o extranjero que quiere, y las mujeres de la familia quedan llorando sobre la tumba. Los depositan, pues, en el cementerio público (Cerámico) que está en el más hermoso barrio de la ciudad, que es donde siempre dan sepultura a los que han muerto por la ciudad, excepción hecha de los que murieron en Maratón, pues a éstos, al considerar la brillantez de su valor, los enterraron allí mismo.

Y después que los cubren de tierra, un hombre elegido por la ciudad, el que por su inteligencia no parezca ser un necio y destaque en la estimación pública, pronuncia en honor de éstos el pertinente elogio, tras lo cual se marchan todos. Este es el modo como los entierran. Durante el transcurso de toda la guerra seguían esta costumbre cada vez que la ocasión se les presentaba. Así pues, para hablar en honor de estos primeros muertos fue elegido Pericles, hijo de Jantipo. Llegado el momento, se adelantó desde el sepulcro hacia una alta tribuna que se había erigido a fin de que pudiera hacerse oír ante tan gran muchedumbre, y habló así:

35. “La mayoría de los que aquí han hablado anteriormente elogian al que añadió a la costumbre el que se pronunciara públicamente este discurso, como algo hermoso en honor de los enterrados a consecuencia de las guerras.

Aunque lo que a mí me parecería suficiente es que, ya que llegaron a ser de hecho hombres valientes, también de hecho se patentizara su fama como ahora mismo ven en torno a este túmulo que públicamente se les ha preparado; y no que las virtudes de muchos corran el peligro de ser creídas según que un solo hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil hablar con exactitud en momentos en los que difícilmente está segura incluso la apreciación de la verdad. Pues el oyente que ha conocido los hechos y es benévolo, pensará quizá que la exposición se queda corta respecto a lo que él quiere y sabe; en cambio quien no los conoce pensará, por envidia, que se está exagerando, si oye algo que está por encima de su propia naturaleza. Pues los elogios pronunciados sobre los demás se toleran sólo hasta el punto en que cada cual también cree ser capaz de realizar algo de las cosas que oyó; y a lo que por encima de ellos sobrepasa, sintiendo ya envidia, no le dan crédito. Mas, puesto que a los antiguos les pareció que ello estaba bien, es preciso que también yo, siguiendo la ley, intente satisfacer lo más posible el deseo y la expectación de cada uno de vosotros.

36. Comenzaré por los antepasados, lo primero; pues es justo y al mismo tiempo conveniente que en estos momentos se les conceda a ellos esta honra de su recuerdo. Pues habitaron siempre este país en la sucesión de las generaciones hasta hoy, y libre nos lo entregaron gracias a su valor. Dignos son de elogio aquéllos, y mucho más lo son nuestros propios padres, pues adquiriendo no sin esfuerzo, además de lo que recibieron, cuanto imperio tenemos, nos lo dejaron a nosotros, los de hoy en día. Y nosotros, los mismos que aún vivimos y estamos en plena edad madura, en su mayor parte lo hemos engrandecido, y hemos convertido nuestra ciudad en la más autárquica, tanto en lo referente a la guerra como a la paz. De estas cosas pasaré por alto los hechos de guerra con los que se adquirió cada cosa, o si nosotros mismos o nuestros padres rechazamos al enemigo, bárbaro o griego, que valerosamente atacaba, por no querer extenderme ante quienes ya lo conocen. En cambio, tras haber expuesto primero desde qué modo de ser llegamos a ellos, y con qué régimen político y a partir de qué caracteres personales se hizo grande, pasaré también, luego al elogio de los muertos, considerando que en el momento presente no sería inoportuno que esto se dijera, y es conveniente que lo oiga toda esta asamblea de ciudadanos y extranjeros.

37. Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.

38. Y también nos hemos procurado frecuentes descansos para nuestro espíritu, sirviéndonos de certámenes y sacrificios celebrados a lo largo del año, y de decorosas casas particulares cuyo disfrute diario aleja las penas. Y a causa de su grandeza entran en nuestra ciudad toda clase de productos desde toda la tierra, y nos acontece que disfrutamos los bienes que aquí se producen para deleite propio, no menos que los bienes de los demás hombres.

39. Y también sobresalimos en los preparativos de las cosas de la guerra por lo siguiente: mantenemos nuestra ciudad abierta y nunca se da el que impidamos a nadie (expulsando a los extranjeros) que pregunte o contemple algo —al menos que se trate de algo que de no estar oculto pudiera un enemigo sacar provecho al verlo—, porque confiamos no más en los preparativos y estratagemas que en nuestro propio buen ánimo a la hora de actuar. Y respecto a la educación, éstos, cuando todavía son niños, practican con un esforzado entrenamiento el valor propio de adultos, mientras que nosotros vivimos plácidamente y no por ello nos enfrentamos menos a parejos peligros. Aquí está la prueba: los lacedemonios nunca vienen a nuestro territorio por sí solos, sino en compañía de todos sus aliados; en cambio nosotros, cuando atacamos el territorio de los vecinos, vencemos con facilidad en tierra extranjera la mayoría de las veces, y eso que son gentes que se defienden por sus propiedades. Y contra todas nuestras fuerzas reunidas ningún enemigo se enfrentó todavía, a causa tanto de la preparación de nuestra flota como de que enviamos a algunos de nosotros mismos a puntos diversos por tierra. Y si ellos se enfrentan en algún sitio con una parte de los nuestros, si vencen se jactan de haber rechazado unos pocos a todos los nuestros, y si son vencidos, haberlo sido por la totalidad. Así pues, si con una cierta indolencia más que con el continuo entrenarse en penalidades, y no con leyes más que con costumbres de valor queremos correr los riesgos, ocurre que no sufrimos de antemano con los dolores venideros, y aparecemos llegando a lo mismo y con no menos arrojo que quienes siempre están ejercitándose. Por todo ello la ciudad es digna de admiración y aun por otros motivos.

40. Pues amamos la belleza con economía y amamos la sabiduría sin blandicie, y usamos la riqueza más como ocasión de obrar que como jactancia de palabra. Y el reconocer que se es pobre no es vergüenza para nadie, sino que el no huirlo de hecho, eso sí que es más vergonzoso. Arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso. Pues también poseemos ventajosamente esto: el ser atrevidos y deliberar especialmente sobre lo que vamos a emprender; en cambio en los otros la ignorancia les da temeridad y la reflexión les implica demora. Podrían ser considerados justamente los de mejor ánimo aquellos que conocen exactamente lo agradable y lo terrible y no por ello se apartan de los peligros. Y en lo que concierne a la virtud nos distinguimos de la mayoría, pues nos procuramos a los amigos, no recibiendo favores sino haciéndolos. Y es que el que otorga el favor es un amigo más seguro para mantener la amistad que le debe aquel a quien se lo hizo, pues el que lo debe es en cambio más débil, ya que sabe que devolverá el favor no gratuitamente sino como si fuera una deuda. Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno como por la confianza en nuestra libertad.

41. Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. Efectivamente, es la única ciudad de las actuales que acude a una prueba mayor que su fama, y la única que no provoca en el enemigo que la ataca indignación por lo que sufre, ni reproches en los súbditos, en la idea de que no son gobernados por gentes dignas. Y al habernos procurado un poderío con pruebas más que evidentes y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Homero ni de ningún otro que nos deleitará de momento con palabras halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los hechos; sino que tras haber obligado a todas las tierras y mares a ser accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos contribuido a fundar recuerdos imperecederos para bien o para mal. Así pues, éstos, considerando justo no ser privados de una tal ciudad, lucharon y murieron noblemente, y es natural que cualquiera de los supervivientes quiera esforzarse en su defensa.

42. Esta es la razón por la que me he extendido en lo referente a la ciudad enseñándoles que no disputamos por lo mismo nosotros y quienes no poseen nada de todo esto, y dejando en claro al mismo tiempo con pruebas ejemplares el público elogio sobre quienes ahora hablo. Y de él ya está dicha la parte más importante. Pues las virtudes que en la ciudad he elogiado no son otras que aquellas con que las han adornado estos hombres y otros semejantes, y no son muchos los griegos cuya fama, como la de éstos, sea pareja a lo que hicieron. Y me parece que pone de manifiesto la valía de un hombre, el desenlace que éstos ahora han tenido, al principio sólo mediante indicios, pero luego confirmándola al final. Pues es justo que a quienes son inferiores en otros aspectos se les valore en primer lugar su valentía en defensa de la patria, ya que borrando con lo bueno lo malo reportaron mayor beneficio a la comunidad que lo que la perjudicaron como simples particulares.

Y de ellos ninguno flojeó por anteponer el disfrute continuado de la riqueza, ni demoró el peligro por la esperanza de que escapando algún día de su pobreza podría enriquecerse. Por el contrario, consideraron más deseable que todo esto el castigo de los enemigos, y estimando además que éste era el más bello de los riesgos decidieron con él vengar a los enemigos, optando por los peligros, confiando a la esperanza lo incierto de su éxito, estimando digno tener confianza en sí mismos de hecho ante lo que ya tenían ante su vista. Y en ese momento consideraron en más el defenderse y sufrir, que ceder y salvarse; evitaron una fama vergonzosa, y aguantaron el peligro de la acción al precio de sus vidas, y en breve instante de su Fortuna, en el esplendor mismo de su fama más que de su miedo, fenecieron.

43. Y así éstos, tales resultaron, de modo en verdad digno a su ciudad. Y preciso es que el resto pidan tener una decisión más firme y no se den por satisfechos de tenerla más cobarde ante los enemigos, viendo su utilidad no sólo de palabra, cosa que cualquiera podría tratar in extenso ante ustedes, que la conocéis igual de bien, mencionando cuántos beneficios hay en vengarse de los enemigos; antes por el contrario, contemplando de hecho cada día el poderío de la ciudad y enamorándose de él, y cuando les parezca que es inmenso, piensen que todo ello lo adquirieron unos hombres osados y que conocían su deber, y que actuaron con pundonor en el momento de la acción; y que si fracasaban al intentar algo no se creían con derecho a privar a la ciudad de su innata audacia, por lo que le brindaron su más bello tributo: dieron, en efecto, su vida por la comunidad, cosechando en particular una alabanza imperecedera y la más célebre tumba: no sólo el lugar en que yacen, sino aquella otra en la que por siempre les sobrevive su gloria en cualquier ocasión que se presente, de dicho o de hecho. Porque de los hombres ilustres tumba es la tierra toda, y no sólo la señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno más que en algo material. Imiten ahora a ellos, y considerando que su libertad es su felicidad y su valor su libertad, no se angustien en exceso sobre los peligros de la guerra. Pues no sería justo que escatimaran menos sus vidas los desafortunados (ya que no tienen esperanzas de ventura), sino aquellos otros para quienes hay el peligro de sufrir en su vida un cambio a peor, en cuyo caso sobre todo serían mayores las diferencias si en algo fracasaran. Pues, al menos para un hombre que tenga dignidad, es más doloroso sufrir un daño por propia cobardía que, estando en pleno vigor y lleno de esperanza común, la muerte que llega sin sentirse.

44. Por esto precisamente no compadezco a ustedes, los padres de estos de ahora que aquí están presentes, sino que más bien voy a consolarles. Pues ellos saben que han sido educados en las más diversas experiencias. Y la felicidad es haber alcanzado, como éstos, la muerte más honrosa, o el más honroso dolor como ustedes y como aquellos a quienes la vida les calculó por igual el ser feliz y el morir. Y que es difícil convencerles de ello lo sé, pues tendrán múltiples ocasiones de acordarse de ellos en momentos de alegría para otros, como los que antaño también eran su orgullo. Pues la pena no nace de verse privado uno de aquellas cosas buenas que uno no ha probado, sino cuando se ve despojado de algo a lo que estaba acostumbrado. Preciso es tener confianza en la esperanza de nuevos hijos, los que aún están en edad, pues los nuevos que nazcan ayudarán en el plano familiar a acordarse menos de los que ya no viven, y será útil para la ciudad por dos motivos: por no quedar despoblada y por una cuestión de seguridad. Pues no es posible que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás. Y a su vez, cuantos han pasado ya la madurez, consideren su mayor ganancia la época de su vida en que fueron felices, y que ésta presente será breve, y alíviense con la gloria de ellos. Porque las ansias de honores es lo único que no envejece, y en la etapa de la vida menos útil no es el acumular riquezas, como dicen algunos, lo que más agrada, sino el recibir honores.

45. Por otra parte, para los hijos o hermanos de éstos que aquí están presentes veo una dura prueba (pues a quien ha muerto todo el mundo suele elogiar) y a duras penas podrían ser considerados, en un exceso de virtud por su parte, no digo iguales sino ligeramente inferiores. Pues para los vivos queda la envidia ante sus adversarios, en cambio lo que no está ante nosotros es honrado con una benevolencia que no tiene rivalidad. Y si debo tener un recuerdo de la virtud de las mujeres que ahora quedarán viudas, lo expresaré todo con una breve indicación. Para ustedes será una gran fama el no ser inferiores a vuestra natural condición, y que entre los hombres se hable lo menos posible de ustedes, sea en tono de elogio o de crítica.

46. He pronunciado también yo en este discurso, según la costumbre, cuanto era conveniente, y los ahora enterrados han recibido ya de hecho en parte sus honras; a su vez la ciudad va a criar a expensas públicas a sus hijos hasta la juventud, ofreciendo una útil corona a éstos y a los supervivientes de estos combates. Pues es entre quienes disponen de premios mayores a la virtud donde se dan ciudadanos más nobles. Y ahora, después de haber concluido los lamentos fúnebres, cada cual en honor de los suyos, márchense”
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La tiranía de Cumas



Aristodemo dejó pasar unos pocos días en los que cumplió los votos a los dioses y aguardó las embarcaciones que llegaban con retraso, y cuando se presentó el momento oportuno, dijo que deseaba contar ante la Boulé lo acaecido en el combate y mostrar el botín de guerra. Una vez reunidas las autoridades en el bouleuterio en gran número, Aristodemo se adelantó para hablar y expuso todo lo sucedido en la batalla, mientras sus cómplices en el golpe de mano, dispuestos por él, irrumpieron en el bouleuterio en tropel con espadas debajo de sus mantos y degollaron a todos los aristócratas. Después de esto hubo huidas y carreras de los que estaban en el ágora, unos hacia sus casas, otros fuera de la ciudad, con excepción de los que estaban enterados del golpe; estos últimos tomaron la ciudadela, los arsenales y los lugares seguros de la ciudad. A la noche siguiente liberó de las cárceles a los condenados a muerte, que eran muchos, y después de armarlos junto con sus amigos, entre los que se encontraban también los prisioneros tirrenos, constituyó un cuerpo de guardia en torno a su persona. Al llegar el día, convocó al pueblo a una asamblea y lanzó una larga acusación contra los ciudadanos que había matado, tras lo cual dijo que éstos habían sido castigados con justicia, pues habían intrigado contra él, pero que, por lo que se refería a los demás ciudadanos, había venido para traerles libertad, igualdad de derechos y otros muchos bienes.

Tras pronunciar estas palabras y colmar a todo el pueblo de esperanzas maravillosas, tomó las peores medidas políticas que existen entre los hombres y que son el preludio de toda tiranía: la redistribución de la tierra y la abolición de las deudas. Prometió ocuparse él mismo de ambas cuestiones, si se le designaba general con plenos poderes hasta que los asuntos públicos estuviesen seguros y se estableciera una forma democrática de gobierno. Como la multitud plebeya y sin principios acogió con alegría el saqueo de los bienes ajenos, Aristodemo, dándose a sí mismo un poder absoluto, impuso otra medida con la que los engañó y privó a todos de la libertad ... Como también consintieron en esto, ese mismo día se apoderó de las armas de todos los cumanos y, durante los días siguientes, registró las casas, en las que mató a muchos buenos ciudadanos con la excusa de que no habían consagrado todas las armas a los dioses, tras lo cual reforzó la tiranía con tres cuerpos de guardia. Uno estaba formado por los ciudadanos más viles y malvados, con cuya ayuda había derrocado al gobierno aristocrático; otro, por los esclavos más impíos, a los que él mismo había dado la libertad por haber matado a sus señores, y el tercero, un cuerpo mercenario, por los bárbaros más salvajes.

Estos últimos eran no menos de dos mil y superaban con mucho a los demás en las acciones bélicas. Aristodemo suprimió de todo lugar sagrado y profano las estatuas de los hombres que condenó a muerte y, en su lugar, hizo llevar a esos mismos lugares y erigir en ellos su propia estatua. Confiscó sus casas, tierras y demás bienes, reservándose el oro, la plata y cualquier otra posesión digna de un tirano, y después cedió todo lo demás a los hombres que le habían ayudado a adquirir el poder; pero los más abundantes y espléndidos regalos los dio a los asesinos de sus señores. Éstos, además, también le pidieron vivir con las mujeres e hijas de sus amos.

Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades Romanas, VII, 7-8
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DEL ESPÍRITU DE LAS LEYES

LIBRO XI


MONTESQUIEU




CAPÍTULO VI: De la constitución de Inglaterra.- Hay en cada Estado tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de los asuntos que dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de los que dependen del derecho civil.

Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga leyes para cierto tiempo o para siempre, y enmienda o deroga las existentes. Por el segundo poder, dispone de la guerra y de la paz, envía o recibe embajadores, establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero, los delitos o juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado.

La libertad política de un ciudadano depende de la tranquilidad de espíritu que nace de la opinión que tiene cada uno de su seguridad. Y para que exista la libertad es necesario que el Gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro.

Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el mismo cuerpo, no hay libertad porque se puede temer que el monarca o el Senado promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente.

Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecutivo. Si va unido al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, pues el juez seria al mismo tiempo legislador. Si va unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor.

Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, de los nobles o del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.

En la mayor parte de los reinos de Europa el Gobierno es moderado porque el príncipe, que tiene los dos primeros poderes, deja a sus súbditos el ejercicio del tercero En Turquía, donde los tres poderes están reunidos en la cabeza del sultán, reina un terrible despotismo.

En las Repúblicas de Italia, los tres poderes están reunidos, y hay menos libertad que en nuestras Monarquías. Por eso, el Gobierno necesita para mantenerse de medios tan violentos como los del Gobierno turco. Prueba de ello son los inquisidores de Estado y el cepillo donde cualquier delator puede, en todo momento, depositar su acusación en una esquela.

Veamos cuál es la situación de un ciudadano en estas Repúblicas: el mismo cuerpo de magistratura tiene, como ejecutor de las leyes, todo el poder que se ha otorgado como legislador; puede asolar al Estado por sus voluntades generales, y como tiene además el poder de juzgar, puede destruir a cada ciudadano por sus voluntades particulares.

El poder es único, y aunque no haya pompa exterior que lo delate, se siente a cada instante la presencia de un príncipe despótico.

Por eso, siempre que los príncipes han querido hacerse déspotas, han empezado por reunir todas las magistraturas en su persona; y varios reyes de Europa, todos los grandes cargos del Estado.


Biografía de Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu

( Tomada de: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/montesquieu.htm)



[/l]Pensador francés (La Brède, Burdeos, 1689 - París, 1755). Perteneciente a una familia de la nobleza de toga, Montesquieu siguió la tradición familiar al estudiar Derecho y hacerse consejero del Parlamento de Burdeos (que presidió de 1716 a 1727). Vendió el cargo y se dedicó durante cuatro años a viajar por Europa observando las instituciones y costumbres de cada país; se sintió especialmente atraído por el modelo político británico, en cuyas virtudes halló argumentos adicionales para criticar la monarquía absoluta que reinaba en la Francia de su tiempo.

Montesquieu ya se había hecho célebre con la publicación de sus Cartas persas (1721), una crítica sarcástica de la sociedad del momento, que le valió la entrada en la Academia Francesa (1727). En 1748 publicó su obra principal, Del espíritu de las Leyes, obra de gran impacto (se hicieron 22 ediciones en vida del autor, además de múltiples traducciones a otros idiomas). Hay que enmarcar su pensamiento en el espíritu crítico de la Ilustración francesa, con el que compartió los principios de tolerancia religiosa, aspiración a la libertad y denuncia de viejas instituciones inhumanas como la tortura o la esclavitud; pero Montesquieu se alejó del racionalismo abstracto y del método deductivo de otros filósofos ilustrados para buscar un conocimiento más concreto, empírico, relativista y escéptico.

En El espíritu de las Leyes, Montesquieu elaboró una teoría sociológica del gobierno y del derecho, mostrando que la estructura de ambos depende de las condiciones en las que vive cada pueblo: en consecuencia, para crear un sistema político estable había que tener en cuenta el desarrollo económico del país, sus costumbres y tradiciones, e incluso los determinantes geográficos y climáticos.

De los diversos modelos políticos que definió, Montesquieu asimiló la Francia de Luis XV -una vez eliminados los parlamentos- al despotismo, que descansaba sobre el temor de los súbditos; alabó en cambio la república, edificada sobre la virtud cívica del pueblo, que él identificaba con una imagen idealizada de la Roma republicana; pero, equidistante de ambas, definió la monarquía como un régimen en el que también era posible la libertad, pero no como resultado de una virtud ciudadana difícilmente alcanzable, sino de la división de poderes y de la existencia de poderes intermedios -como el clero y la nobleza- que limitaran las ambiciones del príncipe.

Fue ese modelo, que identificó con el de Inglaterra, el que Montesquieu deseó aplicar en Francia, por entenderlo adecuado a sus circunstancia nacionales. La clave del mismo sería la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, estableciendo entre ellos un sistema de equilibrios que impidiera que ninguno pudiera degenerar hacia el despotismo.

Desde que la Constitución de los Estados Unidos plasmó por escrito tales principios, la obra de Montesquieu ejerció una influencia decisiva sobre los liberales que protagonizaron la Revolución francesa de 1789 y la posterior construcción de regímenes constitucionales en toda Europa, convirtiéndose en un dogma del Derecho Constitucional que ha llegado hasta nuestros días. Pero, junto a este componente innovador, no puede olvidarse el carácter conservador de la monarquía limitada que proponía Montesquieu, en la que procuró salvaguardar el declinante poder de los grupos privilegiados (como la nobleza, a la que él mismo pertenecía), aconsejando, por ejemplo, su representación exclusiva en una de las dos cámaras del Parlamento.


Para leer online o descargar el libro:Del espíritu de las leyes. Montesquieu

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El Proceso de Moscú en 1938: El interrogatorio de Bujarin

El juicio contra Bujarin y los demás derechistas se celebró del 2 al 13 de marzo de 1938 en el salón de actos de la sede central de los sindicatos en Moscú. Posiblemente el presidente del tribunal fuera Vassili Ulrich, de origen letón, general del Ejército Rojo, diputado del Soviet Supremo y durante más de 20 años (hasta 1948) Presidente de la Sala Militar del Tribunal Supremo de la Unión Soviética.

Bujarin: Tengo dos súplicas que hacer al Tribunal: primero, ruego se me conceda la posibilidad de efectuar libremente mi exposición ante el Tribunal, y segundo, se me autorice, al principio de mi exposición, a insistir más o menos, en la medida que lo permita el tiempo, en el análisis de los objetivos ideológicos y políticos del criminal bloque de los derechistas y de los trotskistas, y ello por los motivos siguientes: primero, porque se ha hablado del asunto relativamente poco; segundo, porque esta cuestión ofrece un cierto interés público, y tercero porque el ciudadano fiscal planteó esta cuestión en la sesión anterior, si no me equivoco.

Vychinski: Si el acusado Bujarin tiene intención de restringir de un modo cualquiera el derecho del fiscal a hacer preguntas en el curso de sus declaraciones, estimo que el camarada presidente debe explicar a Bujarin que el derecho que tiene el fiscal a hacer preguntas está fundado en la ley. Por eso pido que esa súplica sea rechazada como está previsto en el código de enjuiciamiento criminal.

Bujarin: Yo entendía mi súplica de otro modo.

El presidente: Una primera pregunta al acusado Bujarin: ¿Confirma usted las declaraciones que hizo en la instrucción previa acerca de la actividad antisoviética?

Bujarin: Confirmo mis declaraciones y sin reserva.

El presidente: ¿Qué desea usted decir acerca de la actividad antisoviética? El camarada fiscal tiene el derecho a hacer preguntas.

Vychinski: Permítame comenzar el interrogatorio del acusado Bujarin. Formule brevemente de qué, exactamente, se reconoce usted culpable.

Bujarin: Primero, de haber formado parte del bloque de los derechistas y de los trotskistas contrarrevolucionario...

Vychinski: ¿A partir de qué año?

Bujarin: A partir del momento de la formación de dicho bloque. Y me reconozco culpable de haber pertenecido, desde antes de eso, a la organización contrarrevolucionaria de los derechistas.

Vychinski: ¿A partir de qué año?

Bujarin: A partir de 1928, más o menos. Me reconozco culpable de haber sido uno de los principales líderes de ese bloque de los derechistas y de los trotskistas. Por consiguiente, me reconozco culpable de lo que directamente se desprende de ello, culpable de todo el conjunto de crímenes perpetrados por esa organización contrarrevolucionaria, independientemente del hecho de que yo conociera o ignorara tal o cual acto o no la tomara, puesto que respondo como uno de los líderes de esa organización contrarrevolucionaria y no como guardaagujas.

Vychinski: ¿Cuáles eran los objetivos a que apuntaba esa organización contrarrevolucionaria?

Bujarin: Esta organización contrarrevolucionaria, si hay que formular brevemente...

Vychinski: Sí, brevemente por el momento.

Bujarin: Se proponía como fin esencial, propiamente hablando, sin darse suficiente cuenta de ello, tal vez, por decirlo así, y sin poner los puntos sobre las íes, la restauración de las relaciones capitalistas en la U.R.S.S.

Vychinski: ¿El derrocamiento del poder de los Soviets?

Bujarin: El derrocamiento del poder de los Soviets era el medio de alcanzar aquel fin.

Vychinski: ¿Por qué procedimiento?

Bujarin: Como se sabe...

Vychinski: ¿Por el derrocamiento violento?

Bujarin: Si, por el procedimiento del derrocamiento violento de ese poder.

Vychinski: Con ayuda de...

Bujarin: Aprovechando todas las dificultades que surgen en el camino del poder de los Soviets, y especialmente utilizando la guerra cuyos pronósticos aparejaban la perspectiva.

Vychinski: ¿Cuyos pronósticos aparejaban la perspectiva, con ayuda de quién?

Bujarin: Con la ayuda de los Estados extranjeros.

Vychinski: ¿En qué condiciones?

Bujarin: En unas condiciones que, si hemos de hablar concretamente, preveían numerosas concesiones.

Vychinski: Entre otras...

Bujarin: Entre otras, cesiones de territorios.

Vychinski: Especifique usted.

Bujarin: Si hay que poner todos los puntos sobre las íes, a condición del desmembramiento de la U.R.S.S.

Vychinski: ¿De la separación de la Unión Soviética de regiones y de repúblicas enteras?

Bujarin: Sí.

Vychinski: ¿Un ejemplo?

Bujarin: De Ucrania, de la provincia marítima, de Bielorrusia.

Vychinski: ¿En provecho de quién?

Bujarin: En provecho de los Estados interesados que, geográfica y políticamente...

Vychinski: ¿Qué Estados exactamente?

Bujarin: En provecho de Alemania, en provecho del Japón y, parcialmente, de Inglaterra.

Vychinski: ¿Y cuál era el objeto del acuerdo concluido con los medios correspondientes? Yo conozco un acuerdo concluido por el bloque.

Bujarin: Sí. El bloque había concluido un acuerdo.

Vychinski: ¿Y actuaban también con vistas a debilitar la capacidad defensiva de la U.R.S.S.?

Bujarin: Ahí tiene usted, esa cuestión no se había discutido aún, al menos en mi presencia.

Vychinski: ¿Y cuál era la situación desde el punto de vista del sabotaje?

Bujarin: Tocante al sabotaje, la situación era tal que, finalmente y sobre todo bajo la presión del sector trotskista del bloque, del órgano denominado centro de contacto, constituido allá por 1933, a pesar de los numerosos desacuerdos internos y el mecanismo de las manipulaciones políticas sin interés para la instrucción, después de diversas peripecias, discusiones, etcétera, se adoptó la orientación hacia el sabotaje.

Vychinski: ¿Eso debilitaba la capacidad defensiva de nuestro país?

Bujarin: Desde luego.

Vychinski: Por lo tanto, ¿se orientaban hacia el debilitamiento, hacia la ruina de la capacidad defensiva?

Bujarin: Eso no se había decidido formalmente, pero en el fondo era así.

Vychinski: ¿Pero los actos y toda la actividad desarrollada en esa dirección estaban claros?

Bujarin: Sí.

Vychinski: Comprendo. Quisiera saber si la actitud de usted respecto al terrorismo era positiva.

Bujarin: ¿Qué quiere usted decir exactamente?

Vychinski: Si era usted partidario del asesinato de los dirigentes de nuestro partido y del gobierno.

Bujarin: Pregunta usted... si yo, como miembro del centro de los derechistas y de los trotskistas era partidario...

Vychinski: De actos terroristas.

Bujarin: Sí.

Vychinski: ¿Contra quién?

Bujarin: Contra los dirigentes del partido y del gobierno.

Vychinski: Los detalles después los referirá usted. ¿Y se hizo partidario de ello a partir más o menos de 1929 ó 1930?

Bujarin: No, creo que fue a partir de 1937, mes arriba o abajo.

Vychinski: Y en 1918, ¿no era usted partidario del asesinato de los dirigentes de nuestro partido y del gobierno?

Bujarin: No, no lo era.

Vychinski: ¿Era usted partidario del arresto de Lenin?

Bujarin: ¿Del arresto? Hubo dos casos de este género; el primero, yo se lo referí al propio Lenin; del segundo, nada dije por consideraciones de conspiración. Puedo, si usted lo desea, explicárselo con más detalles. Así fue como ocurrió.

Vychinski: ¿Así fue como ocurrió?

Bujarin: Sí

Vychinskí: ¿Así fue como ocurrió?

Bujarin: Sí.

Vychinski: ¿Y para matar a Vladimir Ilich?

Bujarin: En cuanto a la primera vez, se había hablado de detenerle por 24 horas. Había esta fórmula, y luego la segunda...

Vychinski: ¿Y si Vladimir Ilich no se entregaba?

Bujarin: Pero Vladimir Ilich, como usted sabe, no luchaba a mano armada, no era un espadachín.

Vychinski: ¿Contaban ustedes, pues, con que Vladimir Ilich, cuando llegaran ustedes a detenerle, no opondría resistencia?

Bujarin: Exactamente, y puedo referirme a otra persona. Cuando los socialistas revolucionarios de izquierda detuvieron a Dzerjinski tampoco él opuso resistencia armada.

Vychinski: Eso depende siempre de la situación concreta. Así, pues, en su caso, ustedes no contaban con ninguna resistencia.

Bujarin: No.

Vychinski: Y cuando el arresto del camarada Stalin en 1918, ¿contaban con ella?

Bujarin: Hubo en aquel momento, varias conversaciones sobre...

Vychinski: No le pregunto por las conversaciones, sino por el plan de detención del camarada Stalin.

Bujarin: Pero, como no estoy de acuerdo con usted cuando califica eso de plan, permítame, pues, demostrar al Tribunal lo que ocurrió en realidad. Puede decirse que entonces nosotros no teníamos plan, pero que tuvimos una conversación.

Vychinski: ¿Con qué fin?

Bujarin: Tuvimos una conversación relativa a la formación de un nuevo gobierno, compuesto de comunistas de izquierda.

Vychinski: Yo le pregunto: ¿tenían ustedes, en 1918, un plan de detención del camarada Stalin?

Bujarin: No de Stalin, había un plan de detención de Lenin, Stalin y Sverdlov.

Vychinski: ¿De los tres, Lenin, Stalin y Sverdlov?

Bujarin: Exactamente.

[...]

Vychinski: ¿Puedo antes hacerle dos o tres preguntas de carácter biográfico?

Bujarin: Desde luego.

Vychinski: ¿Ha vivido usted en Austria?

Bujarin: Sí.

Vychinski: ¿Mucho tiempo?

Bujarin: De 1912 a 1913.

Vychinski: ¿No estaba usted en relación con la policía austriaca?

Bujarin: No.

Vychinski: ¿Ha vivido usted en América?

Bujarin: Sí.

Vychinski: ¿Mucho tiempo?

Bujarin: Mucho tiempo.

Vychinski: ¿Cuántos meses?

Bujarin: Unos siete meses.

Vychinski: En América, ¿estaba usted relacionado con la policía?

Bujarin: De ninguna manera.

Vychinski: De América se trasladó usted a Rusia pasando por...

Bujarin: Por el Japón.

Vychinski: ¿Se quedó usted allí mucho tiempo?

Bujarin: Una semana.

Vychinski: Durante esa semana, ¿no le alistaron?

Bujarin: Si le place a usted hacer tales preguntas...

Vychinski: El código de enjuiciamiento criminal me da el derecho a hacer esas preguntas.

El presidente: El fiscal tiene tanto más derecho a hacer esa pregunta cuanto que Bujarin está acusado de haber intentado asesinar a los dirigentes del partido, ya en 1918: usted está acusado de haber atentado, ya en 1918, contra la vida de Vladimir Ilich Lenin.

Vychinski: Yo no me salgo del marco del código de enjuiciamiento criminal. Si tal es su deseo, puede responder no, pero yo puedo interrogarle.

Bujarin: Eso es absolutamente exacto.

El presidente: No es necesario el consentimiento del acusado.

Vychinski: ¿No se trabó usted ninguna relación con la policía?

Bujarin: Absolutamente ninguna.

Vychinski: ¿Como Chernov, en el autobús? Yo le pregunto si tuvo usted relaciones con un órgano cualquiera de la policía.

Bujarin: Ninguna relación con ningún órgano de la policía.

Vychinski: ¿Entonces por qué se adhirió usted tan fácilmente al bloque que se dedicaba al espionaje?

Bujarin: Por lo que se refiere al espionaje, yo no sé absolutamente nada.

Vychinski: ¿Cómo es eso, que no sabe usted nada?

Bujarin: Como le digo.

Vychinski: ¿No se interesaba usted en los asuntos de espionaje?

Bujarin: No.

Vychinski: ¿Quién se interesaba, entonces?

Bujarin: Yo no recibía ninguna información sobre actividades de esa índole.

Vychinski: Acusado Rykov, ¿estaba informado Bujarin de esa actividad?

Rykov: Entre él y yo, no hubo conversaciones sobre ello.

Vychinski: ¿Cómo es eso? ¿Y la conversación que tuvo usted con Bujarin sobre las relaciones de espionaje entre la organización de Bielorrusia y los polacos?

Rykov: Nosotros no hemos indicado expresamente que esa relación estuviera encaminada especialmente al espionaje.

Vychinski: Hablo de carácter, de la esencia.

Rykov: Es inevitable que, en esas condiciones, toda relación con los polacos, y eso es comprensible para todos, se transforme automática y rápidamente en una relación de espionaje.

Vychinski: ¿No sólo debía transformarse, sino que se había transformado ya?

Rykov: Ciertamente.

Vychinski: ¿Bajo su dirección?

Rykov: Esa transformación no se había producido bajo nuestra dirección inmediata, pero no se trata de dirección inmediata: se trata de la dirección general. Está perfectamente claro que nosotros tenemos que responder de todo eso.

Vychinski: No tiene usted por qué poner esa cara tan tétrica, acusado Bujarin. Hay que confesar la realidad, y la realidad es ésta: usted tenía un grupo de cómplices, de conjurados, en Bielorrusia, y ese grupo estaba dirigido por Golodied, Cherviakov, Charangovich. ¿Es eso exacto o no, Charangovich?

Charangovich: Es exacto.

Vychinski [dirigiéndose a Bujarin]: ¿Y usted se considera un ideólogo?

Bujarin: Entre otras cosas, me tengo por ideólogo del golpe de Estado contrarrevolucionario y por un hombre que lo pone en práctica. Evidentemente, usted habría preferido que dijese que me consideraba un espía, pero yo no me consideraba ni me considero como tal.

Vychinski: Y, sin embargo, eso habría sido lo más exacto.

Bujarin: En su opinión, no en la mía.

[...]

Vychinski: Permítame citar las declaraciones de Bujarin, tomo 5, folios 95-96: Tomski me dijo que se habían examinado dos variantes: el caso en que el nuevo gobierno fuera organizado en tiempo de paz -y por lo tanto los conspiradores organizan un nuevo gobierno en tiempo de paz- y el caso en que fuera organizado en tiempo de guerra, y en este último caso los alemanes exigen mayores concesiones económicas, concesiones de que ya he hablado, e insisten en lo de las cesiones de territorios. Díganos: ¿es exacto o no?

Bujarin: Sí, todo es exacto.

Vychinski [continúa leyendo]: Pregunté a Tomski qué idea nos hacíamos, en esas condiciones, del mecanismo del golpe de Estado. Me dijo que eso concernía a la organización militar que debía abrir el frente a los alemanes.

Bujarin: Sí, es exacto.

Vychinski: ¿Tomski estaba de acuerdo o no?

Bujarin: Había dicho debían, pero el sentido de esa palabra es müssen y no sollen.

Vychinski: Déjese de filología. Debía quiere decir debía.

Bujarin: Quiere decir que, en los medios militares existía la idea de que, en ese caso, los medios militares...

Vychinski: No. No se trata de ideas, sino de que debían. Eso quiere decir...

Bujarin: No, eso no quiere decir.

Vychinski: ¿Eso quiere decir que no debían abrir el frente?

Bujarin: ¿Pero desde el punto de vista de quién? Tomski hablaba de lo que le habían dicho los militares, de lo que le había dicho Enukidze.

Vychinski: ¿Y usted qué había declarado?

Bujarin: Yo sé muy bien qué declaraciones hice.

Vychinski: Tomski dijo que la realización del golpe de Estado concernía a la organización militar que debía abrir el frente a los alemanes. ¿Está la cosa clara?

Bujarin: Yo había dicho que había preguntado a Tomski: ¿Y qué idea nos hacemos del mecanismo de esta intervención? A lo que él me respondió: Eso concierne a la organización militar que debe abrir el frente a los alemanes. Yo le respondí a eso que...

Vychinski: No avancemos más por el momento. Debían abrir el frente. ¿Así pues, existía la intención de abrir el frente a los alemanes?

Bujarin: Sí.

Vychinski: ¿En qué esferas?

Bujarin: En las esferas de la organización militar.

Vychinski: ¿Estaba Tomski completamente de acuerdo?

Bujarin: No lo dije explícitamente.

Vychinski: ¿Estaba de acuerdo en las tres cuartas partes?

Bujarin: Ya le he dicho que de sus palabras se desprendía que, probablemente, estaba de acuerdo con eso.

Vychinski: ¿Y cuándo le dije eso a usted, opuso usted objeciones?

Bujarin: Opuse algunas objeciones.

Vychinski: ¿Y por qué no escribió usted: Opongo algunas objeciones?

Bujarin: Está escrito más abajo.

Vychinski: De ninguna manera; más abajo está escrita otra cosa muy distinta.

Bujarin: Eso quiere decir precisamente que yo pongo objeciones.

Vychinski: Más abajo está escrito: A eso, yo le respondí que en ese caso... ¿En qué caso?

Bujarin: En el caso que el frente fuese abierto.

Vychinski: Exactamente. En ese caso, sería oportuno llevar ante los tribunales a los responsables de la derrota en el frente. Lo cual nos permitiría arrastrar a las masas en seguimiento nuestro, jugando con consignas patrióticas.

Bujarin: Pero permítame, voy a explicarle eso, si me hace el favor.

Vychinski: Un instante. Vamos a desembrollar la cosa punto por punto. ¿Es esa la objección de usted?

Bujarin: Sí.

Vychinski: ¿Le dijo usted formalmente: No se debe abrir el frente?

Bujarin: Exacto.

Vychinski: ¿Pero dónde está escrito eso?

Bujarin: No está escrito, pero se sobreentiende.

Vychinski: ¿Y qué quiere decir jugar con consignas patrióticas?

Bujarin: Eso no quiere decir «jugar» en el sentido odioso de la palabra...

Vychinski: Debía tomado en otro sentido, y jugar también en otro sentido.

Bujarin: Debe tiene dos acepciones, en lengua rusa.

Vychinski: Pero nosotros aquí queremos una sola acepción.

Bujarin: Eso es usted quien lo quiere, pero yo tengo el derecho a no estar de acuerdo. Sabemos que en alemán sollen y müssen tienen dos significaciones.

Vychinski: Usted está acostumbrado a hablar alemán, pero nosotros hablamos la lengua soviética.

Bujarin: En sí misma, la lengua alemana no es odiosa.

[...]

Vychinski: Le pregunto a usted, cuando después de la paz de Brest-Litovsk, se proponían ustedes detener a los camaradas Lenin, Stalin y Sverdlov, era para derribar el poder, lo hacían ustedes en el contexto de una lucha violenta. ¿Le comprendo bien?

Bujarin: Digo que se presumía que ese acto podía ser realizado de tal forma que fuese violento, sin ser sangriento; de modo que no puede haber en ello...

Vychinski: ¿Violento sin ser sangriento?

Bujarin: Usted me ha mandado detener, lo cual es un acto de violencia; pero yo estoy todavía con vida, vivo todavía; quizá no siga viviendo, y hasta estoy persuadido de ello, pero la verdad es que vivo todavía, la prueba está en que hablo desde este banquillo de acusados.

Vychinski: Hace Usted mal apartándose del interrogatorio

Bujarin: Digo lo que ha ocurrido.

Los procesos de Moscú, Bernard Michal, Círculo de Amigos de la Historia,
tomo I, Éditions de Crémille, Ginebra, s/f, pgs.286 a 300
Vistas: 219 | Agregado por: Asturcon | Fecha: 2013-07-08 | Comentarios (0)

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